"Hay que escribir sin pensar en lo
que dirá tu vecino o tu novia"
El autor publica 'Los afectos', una novela
sobre la dolorosa intimidad en el seno de una familia (real) en la convulsa
Latinoamérica de los 50 y 60.
Rodrigo Hasbún (Cochabamba, 1981), poco antes de la entrevista durante su reciente visita a Sevilla.
Un amigo lo puso en la
pista de los Ertl y Rodrigo Hasbún ya no pudo dejar de pensar en esa familia
alemana que tras la derrota de su país en la Segunda Guerra Mundial se marchó a
Bolivia para inventarse otra existencia, otras quimeras. "Sus vidas son
casi inverosímiles, y quise investigar qué había detrás de ellas. Me interesaba
acercarme al enfrentamiento generacional en el seno de la propia familia, cómo
la ideología y los afectos se atravesaron en algún momento", dice el
escritor sobre esta historia que pivota en torno a dos polos: el padre, Hans
Ertl, que fue operador de cámara de la cineasta y propagandista nazi Leni
Riefenstahl (y según contumaces rumores también su amante), además de
aventurero que en su nuevo avatar americano se empeñó en encontrar la ciudad
perdida de los incas, las ruinas míticas de Paitití en los rincones más
inhóspitos de la selva amazónica; y la figura trágica de la hija mayor, Monika,
cuyo carácter temerario y hambriento de nuevas experiencias -como su padre- la
llevó precisamente a alejarse de él y a entregarse en cuerpo y alma a la
militancia más extrema en la izquierda más radical de la América Latina de los
60.
Entre estas dos figuras -el padre ausente, la mujer que se quiere dura y en realidad
es un espíritu perdido, mártir de sí mismo-, otras tres mujeres, dos hermanas y
una madre que calla, fuma y apenas disimula su tristeza; el retrato de una
familia -y de una época que apenas fue capaz de procesar tantas nuevas
preguntas sobre la intimidad y la política- que Hasbún, boliviano de raíces
libanesas, una de las voces más interesantes de la literatura latinoamericana
reciente, compone en Los
afectos (Random House) con
prosa elíptica, de intensa concisión y tomándose "muchas libertades".
"Escribí desde la ficción y consciente de cuáles eran los límites que
estaba cruzando, y que no habría cruzado si este libro hubiera sido una
biografía".
-Usted mismo vive lejos
de su tierra, ahora en Houston. Supongo que le resultó fácil comprender a los personajes
del libro...
-Esa una sensación fundamental en la novela. Y sí, la he experimentado mucho en
mi vida. Cuando uno se va pierde lugares y gana otros pero en general queda
como suspendido en todos, sin arraigarse en ninguno. Eso lo viven día a día
estos alemanes en una época en la que irse era irse de verdad, no como ahora.
-Existencialmente es una
experiencia dura y compleja, pero desde el punto de vista literario ese
"estar fuera" resulta muy estimulante...
-Claro. Es que además el viaje y la escritura obedecen a una lógica similar de
concentrar la mirada y volver a aprender a mirar las cosas que uno tiene
alrededor. Viajar y escribir en ese sentido son experiencias muy parecidas.
-Todos los personajes
están bastante a solas con sus anhelos y sus pequeñas o grandes esperanzas. ¿Es
ésta también una novela sobre la soledad?
-No era esa la intención, no al menos de manera consciente. Pero se fue
filtrando, supongo, a partir de mi propio entendimiento de lo que es vivir en
familia y de lo que es vivir, a secas. Hay un anhelo de ir hacia los otros todo
el tiempo, y a menudo son búsquedas fallidas.
-¿Qué simboliza para
usted esa ciudad perdida e inencontrable en medio de la selva?
-Para mí es un enfrentamiento con lo imposible, con algo que te supera pero sin
embargo, aun sabiéndolo, lo haces. Me interesa ese gesto, la pelea perdida de
antemano que se afronta de todos modos.
-Es una idea central en
el cine de Werner Herzog...
-Es que para mí Herzog es una referencia fundamental. Justo ahora ando leyendo
sus diarios de rodaje de Fitzcarraldo [editados en España por Blackie Books
con el título Conquista de lo
inútil]. Cuando estaba escribiendo sobre Hans a menudo pensaba en los personajes
de las películas de Herzog y en Herzog mismo. Es una inspiración desde siempre,
no sólo para este libro, siempre ha estado ahí, su figura me entusiasma.
-Tuvo problemas con
familiares que se leyeron en alguna de sus autoficciones. ¿Se ha sentido más cómodo
alejándose en esta historia de su propia vida?
-La verdad es que desde el principio entendí el libro como un ejercicio de
alejamiento de mí mismo. Y lo disfruté muchísimo, sí. Esto no quiere decir que
no haya mucho de mí y de mi familia en este libro; sí lo hay, pero me moví más
cómodamente mirando hacia otros y no hacia mí mismo. Sobre todo con mi primer
libro, que tenía cuentos donde el personaje se llamaba "Rodrigo" y
donde contaba cosas muy cercanas a mí, muchos se incomodaron... por decirlo así
[risas].
-Más allá de cierta
vanidad, es algo muy desconcertante si se piensa. O sea que en realidad es
comprensible, ¿no?
-Sí, sí. Hoy hay una falta de pudor muy significativa. Pero, al mismo tiempo,
la escritura es el espacio de la libertad absoluta. Uno tiene que que sentarse
a escribir sin pensar en lo que va a decir tu vecino, tu padre o tu novia.
-En los últimos tiempos
venimos viendo una explosión brutal de este tipo de literatura de la intimidad
o del "yo"...
-Me interesa mucho cuando no encierra un gesto vacío o cuando no aparece la
impostura. Aunque si te pones a pensar, esto -hablar de uno mismo, de lo que se
tiene más cerca- ya lo estaba haciendo Proust hace un siglo. Ahora se le está
prestando un poco más de atención, pero es un tipo de escritura que ha
atravesado los siglos. Tengo debilidad por los diarios íntimos, soy un adicto,
de hecho los estoy estudiando en mi doctorado. No sé cuál es el límite, cómo
distinguir lo auténtico de lo que no lo es, pero en general me parece bien que
la literatura sea una cosa incómoda y ésta es, creo, una forma de intentarlo.
-¿En qué consiste la
tesis y de qué manera ha repercutido en su propia escritura?
-Estoy trabajando con los diarios de Julio Ramón Ribeyro, Alejandra Pizarnik,
Rodolfo Walsh y Gonzalo Millán. Me queda mucho trabajo y aún no tengo
conclusiones claras, más allá del hecho general de que la literatura
latinoamericana ha sido muy púdica y estas escrituras secretas, por llamarlas
así, cuestionaron todo ese pudor.
-El viejo boom creó una especie de estándar aparente de la literatura
latinoamericana y ciertos prejuicios sobre ella siguen en pie desde entonces.
¿A qué cree que se debe? ¿Paternalismo?
-El boom invisibilizó muchas otras cosas,
pienso por ejemplo en las novelas de Juan José Saer, que son brutales, o en los
cuentos de Ribeyro. Pero creo que se está empezando a ver de manera más
compleja lo que es la literatura latinoamericana, lo que puede ser, y puede ser
muchísimas cosas.
-¿Cuál sería su canon?
-Latinoamericanos, Onetti y Rulfo son para mí héroes y siempre vuelvo a ellos,
no sólo porque me seduzca su literatura, que por supuesto, sino también por su
postura ética ante la escritura y el ruido en torno a ella. Bolaño me sacudió
cuando lo leí a los 18, 19 años. Ribeyro y Juan José Saer, Borges es una fuente
inagotable... Americanos, Cheever, Carver, Philip Roth en algún momento.
Saltando a Europa, Agota Kristof o Wislawa Symborzka, Kafka o, saltando en el
tiempo, su sobrinoCoetzee...
-Fue incluido en la
última y famosa lista de la revista Granta. ¿Qué significó para usted y, más
ampliamente, qué sentido tienen este tipo de cánones urgentes?
-Para mí significó la posibilidad de que mis libros pudiera circular en otras
latitudes, algo que como boliviano agradezco especialmente porque la literatura
de mi país es muy desconocida fuera de nuestras fronteras. Por lo demás, las
listas son simplemente una especie de provocación, hay que tomárselas con
cuidado porque aciertan a menudo y también a menudo no aciertan. Son mapas
posibles, ya está.
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