'Diarios de la Revolución de 1917', de Marina Tsvietáieva
La escritora Marina Tsvietáieva.
La perplejidad, el dolor y la incomprensión de una poeta en los días que estremecieron al mundo
La biografía de Marina Tsvietáieva es un compendio de amarguras.
Tenía apenas 25 años cuando el Palacio de Invierno fue tomado por los
bolcheviques. Entonces ya estaba casada con un oficial del Ejército que, si
hemos de creer lo que dice en la selección de notas que se recoge en 'Diarios
de la Revolución de 1917', le prohibía leer novelas y le daba los tomos de 'El
Capital' como lectura de cabecera.
Tsvietáieva procedía de una familia culta y
acomodada. Su padre había fundado el Museo Pushkin de Moscú y ella había
comenzado a escribir poesía siendo muy joven. En 1922, el ambiente en la Unión
Soviética era tan opresivo para ella que se exilió en Praga. Dos años más tarde
se fue a París, pero nunca logró superar la depresión derivada de haber salido
de su país. En 1939, cometió el error de regresar a casa, siguiendo los pasos
de su marido. Allí presenció como a este y a su segunda hija se los llevaban
arrestados. La mayor había muerto en una casa de acogida a la que había sido
enviada por la miseria en la que vivía la familia, a consecuencia del
ostracismo al que Tsvietáieva fue condenada.
Sin piso y sin trabajo, escribiendo sin cesar
sus poemas y obras de teatro en hojas sueltas, Tsvietáieva conjuraba la muerte
y el olvido. Eludió este último pero buscó la primera: se suicidó en 1941, a
los 48 años.
'Diarios de la Revolución de 1917' es el
relato fragmentario y desasosegante de cómo se vive una revolución cuando no se
está entre los triunfadores. "Así me quedó grabada esa, mi primera visión
de la burguesía durante la Revolución –escribe–: las orejas, ocultas bajo los
gorros, las almas, ocultas tras los abrigos, las cabezas, ocultas en los
cuellos, los ojos, ocultos tras los cristales". Y más adelante, cuando
está en una casa de campo, trabajando como una criada y sufriendo el desprecio
de la dueña, que ahora cree que toda persona con un nivel cultural que denota
su ascendencia burguesa está a su servicio: "Yo, la verdad es que no puedo
fregar el suelo, –¡me duelen los riñones! Usted seguro que se acostumbró de niña.
Trago mis lágrimas en silencio".
Este es un libro terrible en su sencillez. El
relato de un tiempo en el que se beneficiarion de la Revolución gentes sin
escrúpulos que aprovecharon para enriquecerse y ajustar cuentas con sus
enemigos, reales o ficticios. Anota la autora en su diario, ya en 1919, que ha
escrito una carta a un amigo en la que confiesa estar "desesperada por la
miseria de los días, asfixiada por la cotidianidad y la imbecilidad
ajena". La utopía bajando a la calle y manchándose de barro con las
salpicaduras de las botas de los nuevos dictadores.
FUENTE: EL CORREO.com
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