lunes, 10 de febrero de 2014

RELATO "SEBASTIÁN Y LOS DRUIDAS"


SEBASTIÁN Y LOS DRUIDAS


                                                                                  LÁPIZ ANDANTE



Hoy es el último día en la escuela. La primavera está presente con todo su esplendor. Las manecillas de un viejo reloj nos distraen mientras tratamos de escuchar las palabras  cariñosas de la maestra. Ella, a falta de unos minutos para marchar, se dedicó a curiosear los motivos de tanta alegría. Cuando llegó mi turno, mencioné a mi abuelo. El pasaría un buen tiempo con nosotros; y eso,  si era un buen argumento para estar contento –le dije-.
Cuando el timbre sonó. Los niños que marchaban a casa en los autobuses, de los cuales me incluyo, aceleramos el paso. Mi corazón saltaba de la emoción; pues, pronto estaría en casa. Una vuelta por aquí, otra por allá y llegó el momento de bajar. Esperándome en la puerta de la casa, el abuelo con esa sonrisa maravillosa. Corrí a su encuentro y me lancé a sus brazos. ¡Era feliz!…
            En casa vivía con mi madre. Mi padre falleció hace muchos años; Según me contaron, tratando de apagar un incendio provocado cerca de las montañas, en las riberas del río Sil. Su avioneta desapareció al caer sobre un mar de fuego. Nunca lo hallaron. A parte de mi madre, mi abuelo era el único familiar que conocía.
            La cena estuvo muy amena. En la conversación, mi madre pidió al abuelo el favor de hacerse cargo de mí mientras ella resolvía unos asuntos pendientes fuera de la ciudad, por unos días. El abuelo con esa particular vitalidad, accedió sin problema ninguno.
_ No te preocupes hija. Sebastián queda en buenas manos. Además, ya es un pequeño hombre y no necesita que le pongan pañales- sonrió pícaramente-
_ Gracias papá, te quiero mucho. Queda en buenas manos, eso no lo dudo. Ni biberón, ni pañales.- rió mi madre- Mientras ustedes acaban de cenar iré a preparar mis maletas. Por la mañana, no podré verte hijo. Por eso me despido y ya sabes, tienes que cuidar también de tu abuelo.
_ Por supuesto mamá. Entre ambos nos cuidaremos. Puedes marchar sin preocupación.
            A la mañana siguiente. Al despertar, el abuelo entro en la habitación y nos miramos fijamente a los ojos, un aire de complicidad nos envolvió. Sacó de sus anchos   bolsillo unos papeles que parecían boletos de autobús y sonriendo me comentó:
_ Hijo mío. Te presento a los artífices que van hacer realidad una aventura maravillosa llena de magia, en un lugar rodeado de bellos bosques y en la que sus orillas se bañan con las preciosas aguas del río Sil.
            Al escuchar, aquel nombre, mi piel se puso de gallina. Malamente me recordó el trágico lugar donde mi padre falleció. Baje la mirada y mi rostro se oscureció de la tristeza.
_ ¡Dios que torpe soy!-se increpó el abuelo- mi pequeño, no fue mi intensión traer a tu memoria malos recuerdos. Tan solo quiero verte feliz y poder compartir, a tu lado, una aventura agradable.
_ Entiendo abuelo. Simplemente, recuerdo a mi padre y nada más. ¡Puedo superarlo!-precisé-
_ Pues muy bien. Eres todo un campeón. Haremos los preparativos esta noche para mañana a primera hora ponernos rumbo a nuestro destino. El monasterio de Santa Cristina de Ribas de Sil. De todas formas llamaré a tu madre para avisarle y evitar que se preocupe.
_ Vale. Suena interesante el paseo, esperaré con anhelo las primeras horas de la mañana.
            El viaje nos llevó unas cuantas horas. Estupendamente tranquilo y muy cómodo. La primera impresión cuando llegamos a nuestro destino, fue lo sosegado del paisaje y de su gente. El monasterio de Santa Cristina de ribas del Sil, es como nos explicaron: “Una antigua construcción hecha en piedra, hermosamente tallada…”.
            Eran cerca de las 19:00 horas cuando decidimos abandonar la zona y marchar a un lugar que mi abuelo había alquilado. Una pequeña residencia cerca del monte Varona, alejado del pueblo, en toda la plenitud del bosque.
            La primera noche. Entre el cansancio, la cómoda fogata de la chimenea y los cuentos del abuelo. Hicieron mella, en mí, arrastrándome a los brazos del sueño.
            Por la mañana, el canto de los pájaros y un haz de luz que penetraba por la ventana, me hicieron revivir toda la energía apaciguada por el agotamiento. Busqué al abuelo en su habitación y no lo hallé. Algo raro pasaba. Los segundos me parecieron eternos. Corrí hasta la sala y la puerta principal estaba entre abierta. Investigue por fuera. No había rastro ninguno.  La desesperación me embargó. Lastimosamente y por orden del abuelo no llevamos ningún aparato móvil con el cual podría haberme comunicado con el exterior. Desenfrenado pegue una carrera tratando de llegar al pueblo. Pero, cada vez que avanzaba sentía volver al mismo sitio. Me arrodillé de la impotencia y en mi rostro las lágrimas empezaron a caer. Cerré los ojos y con mis manos me cubrí el rostro, permanecí en la misma posición. No sé cuantas horas. De repente, un suave viento acarició mis cabellos, levanté la mirada y observé a un anciano de barbas y cabellos blancos. Finamente vestido con delicados ropajes de blancos satén, adornados con hilos dorados en forma de símbolos bastante raros. El con una voz suave y algo extraña, me dijo:
_ “De todos los sonidos, que son bastante surtidos. Mi joven amigo, me he quedado contigo. Te pregunto ¿Por qué los llantos? que son tantos, afligen tus ojos, pequeños y rojos.”
_ He perdido a mi abuelo. No logro hallarlo. Por más que lo busco, no lo encuentro y con la desesperación me he perdido.-le mencioné-
_ “Vaya problema que voy hacer, de mí, mi emblema. A un anciano he visto, desgraciadamente desprovisto. Entrar a la guarida de un mal druida. Muchos siglos pasaron, desde que lo condenaron. Ahora tu abuelo, se encuentra en el agujero. Por ser un niño de gran corazón, he de ayudarte con gran tesón. Has de creer, que todo puede ser. Mi nombre es Sortero. El que ayuda a cualquier forastero.”
            Aquel personaje raro logro calmar mis angustias. A medida que iba tomando conciencia, esta situación me descontrolaba. Si contara esta historia a otras personas; seguro dirían, que estoy algo tocado de la cabeza. Pero era lo único a la mano, para encontrar a mi abuelo.
            Según me contó, mientras caminábamos, con su manera peculiar de hablar: Pertenecía a un largo linaje de grandes druidas que habitaban los bosques cercanos al pueblo y que por culpa de un hermano, vaga sin descanso. Aunque no puede entrar a la cueva del culpable de su desdicha. Intentará por medio de mí, acabar con tan mal personaje; y así poder salvar; así mismo, a mi abuelo. Me explicó: En aquella cueva tenía que encontrar un envase de mimbre con la forma de una botella. Ahí guarda el malvado druida, el espíritu del abuelo. Este sería sacrificado al caer el sol y los cuervos vuelen, buscando refugio. Ya en la entrada de la cueva y luego de prepararme para la peligrosa aventura, posó sus manos sobre mí cabeza y me hizo sentir un poder extraño. En el acto, desapareció. Pero, en mi interior algo se adueñó de mi cuerpo. Retumbaba una voz en mi cerebro.
            Al cruzar la cueva, algo quemó en lo más hondo de mi ser y fue desapareciendo, poco a poco, a medida que iba ingresando en su interior. Escudriñe sin dejar espacio por revisar y esa voz dentro de mí me hacía hablar:
_ “Siento y no miento. Llegar al lugar, donde se ha de juzgar. Tantos castigos, de mis enemigos.”
            De tanto buscar llegamos a una estancia bastante lúgubre de forma circular. Estaba en pleno preparativo, una ceremonia. En el centro había un pedestal de piedra negra en la cual se hallaba posada un embase de mimbre como la que me describió el druida Sortero.
            Inesperadamente, de la nada, apareció un anciano vestido de manera distinta al druida Sortero, su ropa era negra con adornos de plata; igualmente, con raros dibujos. Cabellos y barbas negras…Y como si estuviese esperándonos, pronunció:
_ “¡Ah! Sortero el embustero. Mi querido hermano, no te doy la mano. Ahora te llegó la hora, de que acabe como se sabe, con tantos años de engaños.”
            No comprendía lo sucedido. Lo único que deseaba era encontrar a mi abuelo. Al momento una voz se materializó, nuevamente, en mi boca.
_ “¡Jajajaja…! Ahora que tengo y me mantengo, en esta inocente mente. Me vengaré y gobernaré. Mi enemigo Galigo, yo te digo. Sé, que no serías, aunque podrías. Dañar, sin pestañar a este imprudente, que calló en las garras de un ser elocuente…”
            Comprendí que había sido engañado. Este, de apariencia amable se adueño de mí ser y ahora no solo estaba en peligro mi abuelo; sino, yo mismo.
            El druida Galigo pudo decir que simplemente ocultaba el alma de mi abuelo para que no lo poseyera el malvado druida Sortiga. Entre el barullo y la discusión de ambos personajes. Detrás de mí. Sentí, un fuerte abrazo que me sujetó sin darme opción a defenderme. No lograba ver quien me sujetaba; hasta que sentí una voz conocida. Era mi abuelo…
_ ¡Es el momento Galigo! es todo tuyo. Salva a mi nieto.-preciso con ímpetu mi abuelo-
_ “Por supuesto mi amigo. Ahora le digo, a este malvado pasado, que sus horas sin demoras, acabaran y se convertirán, en toda felicidad de verdad…”
_ “¡Calla perdido! que yo si te digo. No te será fácil vencer, ni siquiera hasta en el amanecer. Así que, prepárate, cuando me suelte de este imprudente.”
_ “No te sobresaltes, que voy a por ti antes. Mal pensaste cuando entraste; en este mozo, que de maldad, no tiene como el raposo…”
            Sentía como obligaban al druida Sortera, a salir de mi cuerpo. La lucha no fue fácil. Galigo hizo denodados esfuerzos, hasta que de tanto forcejeo y de un buen tirón; Ambos, terminaron enfrascándose a golpes en todo el centro del recinto. Ya liberado. Abrace a mi abuelo y fuimos testigos de cómo el malvado druida Sortera. Era arrastrado, hacia la boca del envase de mimbre. Una vez doblegado y dentro. Galigo, muy cansado, rodeó el depósito y sus alrededores con hojas y flores de muérdagos, para que no escape sortera, nunca más. Pronunció las palabras mágicas:
_ “Viejo malvado, escucha lo sagrado. Vivir para engañar, no sirve para soñar. Si en tu corazón no se encuentra ninguna razón para salvarte, es mejor castigarte. Yo Galigo, te lo digo.”
            De pronto, todo cambió. Una luz tenue iluminó la cueva. Se transformó de lúgubre recinto, a un hermoso salón digno de un gran maestro. Hasta el druida Galigo cambió su aspecto…Así, mirándose cara a cara, con mi abuelo, sonrieron con mucha complicidad. Observe la buena amistad que había entre ambos y de un abrazo sellaron la victoria sobre el mal. Lo más maravilloso estaba por venir.
_ “Mi querido Sebastián, a donde van. Siempre lleva, aunque llueva, mi admiración por esta situación. Yo, Galigo, siempre ayudare a un buen amigo. Quiero regalarte, aunque sea por un instante; algo más hermoso, que los berros de un oso…”
            Y de repente. Ahí se encontraba mi padre. Observándome. Corrí hacia él, pude acariciarlo al igual que él a mí. Sus palabras dándome consejos me alegraron. Fue el mejor regalo de mi vida. Nunca quería que acabara este momento; pero, tenía que volver, mi padre, al lugar de donde vino. ¡Siempre estaré con ustedes, los amo!- me dijo y marchó-.
            Mire al druida Galigo y le agradecí por tan hermoso regalo. Me guiñó un ojo y con esa forma rara de hablar…
_ “Prepararse, para montarse. En el carruaje, que sale de viaje. Hacia los mundos, de los cuales, vos sois oriundos. Uno, dos, tres a viajar otra vez…”

            Como si el tiempo retrocediera locamente aparecimos cerca de casa. La aventura había acabado. Parecía que era un sueño; ambos, sabíamos que no era así. Mientras nos acercábamos al hogar, vi a mi madre que nos esperaba, sonriente, en la puerta de la casa. Ella, al vernos, corrió para abrazarnos. Nunca se imaginaría la maravillosa aventura que tuvimos el abuelo y yo…



* Relato que participó en el XXXX concurso de cuentos "Ciudad de Tudela"






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