¡Atención,
pregunta!: ¿quién dijo que el 'thriller' era un territorio alicatado hasta el
techo de machismo rampante? Pues que sepa que estaba muy, pero que muy
equivocado. Basta con hojear 'Ksenia' para certificarlo. Aunque, para ello, sea necesario ponerse antes un
chaleco antibalas. No vaya a ser que se escape un tiro desde
algún párrafo y acabemos liando una parda en mitad de la librería.
Mujeres. Mujeres al borde de iniciar
un ataque de 'uzis'. Mujeres cabreadas, armadas y peligrosas. Mujeres con
pistolas ametralladoras dentro del bolso. Con cócteles molotov junto al
pintalabios. Mujeronas
que se enfrentan a hombrecillos corruptos del modo más contundente que existe. A tiros. Sin compasión. De
una forma acelerada, 'tarantiniana', socarrona, repleta de acción. Cargándose
hasta al apuntador de una 'película' escrita a lo largo y ancho de 367 páginas
que no dejan ni un minuto para tomar un poco de aire fresco. Mujeres que, como
la Knesia del título, una siberiana de 20 añitos, decide ponérselo complicado a
sus extorsionadores. Una forma de entender el feminismo. Quizá tan válida como
otra cualquiera. Pero seguro de lo más efectiva.
Mujeres como Luz, Eva o Sara, sus tres
compañeras en una empresa de lo más sangrienta cuya primera entrega, esta
novela, es la puerta de entrada al ciclo 'Las
vengadoras', escrito a cuatro manos por Massimo Carlotto y
Marco Videtta, y publicado en España, con su impecable sello de profesionalidad
más que demostrado, la editorial Navona en su colección de novela negra.
¡Bienvenidas
sean estas cuatro 'reinonas' porque parecen dispuestas a poner un tiro en la
frente de todo italiano ful y puñetero que se cruce en su camino!
Lo
resume, bastante bien, la rotunda frase que aparece en la contra de cubierta
del libro: "Enfurecer a una mujer es peligroso. Enfurecer a cuatro es de
locos". Y tanto que sí. Que se lo digan si no a los hermanos Fattacci, dos
de los damnificados por la venganza que sirven, cual plato de espaguetis
calentitos esta vez, las cuatro señoritas que protagonizan esta genial saga.
Ahí va un parrafito de muestra. Que os aproveche:
Los
hermanos Fattacci estaban ocupados en interpretar el sentido de un artículo en
el periódico 'Messaggero' que contaba lo que les había pasado a Sereno Marani y
a don Mario.
-No
entiendo un pepino -se rindió Fabrizio-. ¿Pero quién puede haber jodido a
Marani y a ese capullo del barman? Y además, justo en el lugar que habíamos
preparado para la siberiana.
-¡Bah!
Será una banda nueva, de locos. Coreanos, mexicanos, gente de esa -contestó
Graziano, ocupado en otros pensamientos-. Yo estoy pensando en cómo nos piramos
de aquí. Necesitamos ponernos en contacto con doña Assunta, que saque pasta
para el abogado.
-Y
también para que nos haga la vida más fácil en esta mierda de sitio. Estoy
harto de comer la bazofia del talego. Eh, ¿te acuerdas cuando íbamos a las
tiendas y cogíamos o que queríamos?
La
mirilla de la puerta blindada se abrió y apareció el rostro de un agente
penitenciario.
-Preparaos,
os transferimos a otra sección.
-¿Cuál?
-preguntó sorprendido Graziano.
-No
tengo ni idea -contestó el guardia-. Solo sé que en cinco minutos os pasan a
recoger.
Cuando
la llave giró en la cerradura con el clásico ruido de hierro, los Fattacci se
encontraron frente a seis agentes, el típico equipo listo para calmar los
ánimos en caso de protestas.
-No me
gusta un pelo -murmuró Fabrizio.
Cargados
con sus pertenencias, recorrieron el pasillo de la sección acompañados por las
miradas de afrenta de los detenidos. En la rotonda a la que daban las otras
secciones, fueron acogidos por un brigadier especialmente divertido, que se
unió al grupo.
Al final
llegaron al último portón, el de la nueva sección a la que estaban destinados.
-¿Pero
esta no es la sección de los travestis? -preguntó Fabrizio.
Graziano
no contestó. De un salto se agarró a los barrotes y empezó a gritar.
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