lunes, 21 de junio de 2021

GANADOR DEL PREMIO CLARÍN NOVELA 2020 (Argentina)

Sancho Arabehety, premio Clarín Novela 2020: “Fue importante que la historia tuviera ADN cordobés”

Con “Asomados al pozo”, el escritor presentó en plena pandemia una historia que transcurre entre la luminosidad infantil, los traumas y el paisaje serrano de fondo.

El autor. (Gentileza Sancho Arabehety)

Como salido de la nada, Ignacio Sancho Arabehety se hizo con el premio Clarín Novela 2020 con su primera novela. Cordobés criado entre las sierras y la ciudad, voló a Buenos Aires y en medio de su trabajo como abogado se hizo los ratos suficientes para entregarse a escribir lo que primero no imaginó que sería una novela.

“Siempre escribí de chico”, cuenta, aunque hubo años en los que esa actividad se vio seriamente raleada. “Empecé a escribir más sistemáticamente hace cuatro o cinco años, y haciendo talleres en los que fui ganando más hábito. Pero escribía cuentos, la novela no estaba en mis planes ni lo estuvo hasta que llevaba más de la mitad”, revela.

Menos imaginó que la novela se llevaría el galardón que han ganado autores como Pedro Mairal: “No tenía ninguna fe, la presenté porque amigos y gente de los talleres me decían que estaba buena. Fue una sorpresa absoluta el hecho de haber llegado a estar entre los diez finalistas”.

“Lo primero que dije es: ‘No sé qué le vieron’”, ríe.

MIRAR EL ABISMO

Asomados al pozo es un poco como su nombre lo dice: mirar inocentemente un pozo del que no se sospecha la profundidad. La historia comienza cuando un adulto recuerda su niñez y a dos amigas que lo marcaron: las hermanas Helena y Pilar Cornú.

Así, la novela traslada a esas historias con olor a infancia y a paisaje serrano. De a poco, empieza a develar lo que se intuye como respuesta a la incógnita principal que se plantea desde el principio. El secreto de Asomados al pozo se va revelando lentamente, con un ritmo atrapante pero no maratónico, y se desenvuelve entre momentos ligeros, plenos de frescura preadolescente y otros llenos de un dulce y tímido erotismo que remite al despertar sexual y a los primeros enamoramientos.

En medio de todo eso, germina la oscuridad. La descripción sencilla y precisa de los alrededores del Anisacate es arrasada por esa oscuridad adulta, traumatizada y traumatizante. Hacia el final, será todo negrura. Pero, aun así, Arabehety se reserva un golpe maestro que hace al lector estupefacto volver a repasar las primeras páginas en búsqueda de las pistas que se perdió.

–¿Cuánto hay de tu vida real, de tus recuerdos, en el libro?

–Lo autobiográfico está muy presente. La novela es a dos voces, divididas entre los capítulos pares y los capítulos impares. Los impares tienen mucho de autobiográfico, crecí en esa casa que está al principio de Los Aromos. Muchas situaciones que cuenta, como lo de viajar al colegio a Córdoba todos los días, los recuerdos del Cerro de la Cruz, del Anisacate, tienen que ver con mi infancia. Yo viví ahí hasta los 19 años y después me vine a Buenos Aires. También en el hecho de bullying que se relata en las primeras páginas y, de forma general, el principio de la historia. Después sí se va totalmente por otro lado.

Arabehety con el premio. (Gentileza Sancho Arabehety)


–¿Sentiste que al hacer eso te exponías?

–Totalmente, es que no pensé que se iba a publicar. Empecé a escribir para mí, impulsado por muchas situaciones que se presentaron de golpe. Yo me tuve que hacer cargo de esa casa abruptamente cuando muere mi madre; y al empezar a limpiarla, se me removieron muchas cosas. Empecé a escribir unas pocas páginas y lo ficcionalicé. Ahí me enganché y fui escribiendo con paciencia y tiempo. Nunca me exigí, fue un proceso lento hasta que le fui encontrando la vuelta. Cuando ya tenía algo armado ahí, me empujé un poco para terminarlo, pero la mayor parte del proceso fue espontáneo y sin buscar un resultado muy completo.

–Entonces tu disparador fue volver a esa casa.

–Sí, siempre volvía, pero una cosa era volver de visita y otra cosa fue volver en carácter de, digamos, dueño. Fue encontrarme con mucho pasado reflejado en objetos, papeles, cartas, cosas de mis abuelos y bisabuelos, muchos recuerdos. Hubo un hecho puntual que me vino a la mente y me asombró que hubiera estado olvidado tanto tiempo. Me pareció que ahí había una historia que contar.

–¿Entre esos objetos estaban las fotos que se mencionan?

–Bueno, yo empecé a buscar esas fotos y no las encontré, con lo cual deduzco que me las imaginé. Mi mamá guardaba todas las fotos, es imposible que se le hayan perdido justo esas. Eso tiene que ver con la poca fiabilidad de los recuerdos, tema que se trata en la novela. No haberlas encontrado fue lo que me dio la idea para el final.

–Hay también mucho de Córdoba en la historia.

–Fue también importante el hecho de que la historia tuviera mucha identificación con la zona, con el paisaje, con el río, el comportamiento del río, esa cosa que está tan en el ADN cordobés. Me pareció interesante retratarlo y se fue ligando con el tema de esa edad, que tiene que ver con el despertar sexual y los primeros escarceos, y ver cómo uno se relaciona. Un poco el objetivo era retratar esos juegos infantiles que de a poco hacen el paso a juegos con otras intenciones, que tampoco estaban tan claras. No había tanta información y era un poco ir a los tumbos. Era un poco asomarse a un abismo, a un pozo.

–Al escribir algunas escenas relacionadas con lo sexual, ¿dudaste?

–La idea de la historia del personaje adulto y un poco siniestro que aparece no es poner una mirada condenatoria, sino entender los motivos que lo impulsan, que tiene que ver con lo que vivió en su infancia. Me costó una enormidad escribirla. Pero la historia requería llegar a un cierto clímax, fue lo último que escribí y me fue difícil, aunque es bastante sutil. Después quedé contento con cómo quedó porque lo que quería decir no tenía que ver con lo sexual, sino con esa historia de su infancia. Pero la idea era cortar ahí con cualquier empatía.


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