“Apuntamos
de cara a los culpables de la degradación de nuestra literatura”
Con ocasión de un viaje que hizo a Madrid en 1959 el poeta y luego
editor, memorialista y senador Carlos Barral (1928-1989), éste tuvo un
encuentro en el hotel donde se hospedaba con el afamado escritor estadounidense
Ernest Hemingway, quien después de las presentaciones correspondientes le
preguntó por el estado de salud de la mala puta, algo
que, tras la consiguiente perplejidad, obligó a Barral a preguntarle a quién se
refería. Hemingway aludía a la literatura española y su calificativo ha servido
a Miguel Dalmau y Román Piña Valls para emplearlo como título idóneo del libro
recientemente publicado por la editorial Sloper, al que añaden como subtitular
aclaratorio uno tan llamativo como alarmante:Réquiem por la literatura
española.
¿Está la literatura española en ese trance? ¿Son las grandes
editoriales un nido de hampones? ¿Es la casta literaria corporativista e
hipócrita? Los autores indagan en estas y otras cuestiones no menos dignas de
esclarecimiento. A más de un lector le van a resultar sorprendentes algunas
noticias que Dalmau (1957) da sobre reputados protagonistas de la cultura
literaria vigente. Este autor, otrora crítico respetado durante tres décadas en
el diario La Vanguardia y otras publicaciones, se interesa por
los protagonistas de su generación (autores, críticos y editores), mientras que
Piña Valls (1966) esboza una apología del fracaso a partir de sus entrevistas
con algunos escritores. El primero defiende la escritura como apuesta vital. El
segundo, como hobby. El resultado es un libro muy libre, ilustrativo y singular
que aborda nada menos que la degradación de nuestra literatura.
Entre quienes lean el subtítulo
de su libro, los habrá que piensen en un titular alarmista o exagerado y
quienes que crean que algo hay sin sospechar hasta qué punto. ¿Estamos de
verdad como para réquiem?
Román Piña.- Estamos, sí. No porque
nuestra literatura haya muerto, sino porque exagerando sobre su estado de salud
estamos a tiempo de salvarla.
Miguel Dalmau.- Estamos viviendo no
sólo un fin de ciclo sino un fin de época. En este contexto el réquiem suena
por muchísimas cosas, no sólo por la vieja idea de la literatura. Sólo así se
explica que nuestro libro esté interesando por igual a un crítico literario
como a un panadero, por ejemplo, que ve peligrar la antigua concepción del
oficio. De algún modo Umberto Eco ya dividió al personal entre “apocalípticos”
e “integrados”. Y está claro que la omnipresencia de estos últimos en el campo
de la literatura, con todas las armas de la explotación comercial y la modernización
salvaje de un arte milenario, obliga a que los “apocalípticos” levantemos la
voz.
¿Qué mueve a dos críticos
respetados y a dos autores con obras respetables a dar ese diagnóstico,
posiblemente inédito en la historia de nuestra literatura?
RP.-
Muchas gracias por las flores, éstas sí exageradas. Nos mueve un sincero afán
de consolar a muchos escritores desesperados, de abrirles los ojos y que
relativicen su tragedia, y de apuntar de cara a los culpables de la degradación
de nuestra literatura.
MD.-
Bueno, yo no deseo ser respetable ni respetado, sobre todo por la gente a la
que yo no respeto en absoluto. Digamos que estoy harto de que nos impongan una
concepción comercial de la literatura. Desde antiguo se escribe con el corazón,
pero si usted mete dinero en el corazón, lo normal es que se pudra el corazón,
no que el dinero se vuelva romántico. Eso sólo lo consiguió Gatsby.
¿Me pueden desarrollar lo que
afirman: entre todos la mataron y ella sola se murió? ¿Cabe hablar de unos
máximos responsables o los “méritos” están muy repartidos?
RP.-
La llevan matando muchos años los responsables de la política cultural
nacional, absolutos irresponsables que han desterrado de la realidad social la
fuente de enriquecimiento y crecimiento que es la lectura. La mata la prensa
perezosa que sólo tiene ojos para los productos empaquetados por ciertas
empresas editoriales que venden libros como si vendieran carne picada
adulterada.
MD.-
Responsables del desastre somos todos: autores, agentes, editores, distribuidores,
libreros, críticos y público. Y luego los políticos, claro, que recelan por
sistema de aquello que se sale de la norma, porque de algún modo les pone en
peligro. Digamos que el hundimiento se produce cuando todos y cada uno de los
elementos de la cadena toman la senda equivocada y ese error se vuelve
acumulativo. Sábato dijo una vez que el escritor se encuentra siempre ante una
encrucijada: elegir el camino del tesoro o el de la princesa. Y llevamos
treinta años en que todo apunta al camino del tesoro y se ha borrado el que
conduce a la princesa. Yo siempre preferiré cortejar a una princesa, aunque sea
tuerta como la de Éboli, a hundir mis manos en el fango en busca de un cofre.
Entre los culpables están la
censura y la autocensura, no la del viejo lápiz rojo franquista sino la de ese
lápiz rojo mental impuesto por el poder con mil métodos alternativos de
coacción. ¿Cómo, cuáles y sobre qué?
RP.-No
es nuestro caso, y aquí está nuestro libro. No es para estar orgullosos, pues
quizá en nuestra denuncia sin censura pecamos de otra cosa. Pero digamos que la
casta literaria es corporativista, es hipócrita, calla lo que piensa por no
molestar a sus editores, a sus colegas, a la prensa. Por ejemplo: ¿Qué autor
que publica en Alfaguara no se autocensuraría a la hora de exponer su opinión
sobre un libro de Marías?
MD.-
Lo peor es la autocensura, ya sea consciente o inconsciente, porque si eres un
escritor debes ser fiel al don que se te ha dado: la palabra. Cada uno debería
preguntarse por qué renuncia a usarla en toda su amplitud. ¿Por dinero, por
conservar un trabajo, por una imagen políticamente correcta, por asegurar una
publicación…? Una vez que el escritor encuentra las razones de su autocensura
no sólo descubre la clase de escritor que es sino la clase de persona que hay
detrás. Y esto es lo importante, porque el hallazgo suele traer muy malas
noticias sobre nosotros mismos. Nos damos cuenta de que somos más cobardes,
venales, serviles e interesados de lo que creíamos.
El ego de nuestros autores
también cuenta en su diagnóstico, porque enturbió la relación entre escritores
y la libre circulación de ideas. ¿Por qué ese encono y esas envidias en el
gremio, que por otro lado no son de ahora?
RP.-
En general, la generosidad de los consagrados con los recién llegados es
escasa. Es como si tuvieran miedo a perder algo con ella, o con la buena suerte
de un compañero de letras. Lo cual es absurdo. Es una actitud enferma o cuando
menos muy mezquina.
MD.-
Yo creo que las envidias se dan en todas las profesiones, y más en un país
cainita como el nuestro. Ocurre que en el campo del arte todo el mundo se cree
o un genio, o al menos piensa que su obra es más interesante que la de los
demás. El problema tiene que ver con la gestión del ego. Sin un ego fuerte no
te levantas cada mañana de la cama para escribir; pero si no logras dominar esa
fuerza motora, al final acabas siendo un presuntuoso que no hace más que hablar
de su obra, en general mediocre.
Literatura y poder son dos
países en guerra, afirma Dalmau. ¿Compró el poder la cultura, tal como afirma
Gregorio Morán en su último libro El cura y los mandarines, y lo estamos pagando?
RP.-
Seguro que sí. Morán sabe mucho.
MD.-
Digamos que desde la Antigüedad el poder ha querido rodearse de los creadores
(filósofos, artistas, poetas…) para que legitimaran sus acciones de gobierno e
incluso inmortalizaran sus hazañas. Pero a la larga la coexistencia es
imposible porque los fines son opuestos: el poderoso quiere seguir gobernando
sin oposición, y el artista verdadero necesita cuestionarlo todo. Por eso el
poder tiene tanto interés en apoderarse de la cultura, como en otro sentido de
la prensa, para acallar las voces hostiles.
¿Qué parte de culpa les
corresponde en el réquiem a las grandes editoriales mercantilizadas, a los
premios literarios de encargo y a las agencias literaria o agentes literarios?
RP.-
El 90%.
MD.-
Es muy importante porque entra de lleno en el campo de la corrupción. Las
editoriales mercantiles corrompen porque nos prometen la luna. Y hay muchos
escritores que se prestan al juego.
Otro campo que no sale bien
parado en el libro es el de la crítica. ¿Qué características resumirían el
papel jugado por los críticos a la hora de hacer “esa autopsia a una dama en
apuros”?
RP.-
La crítica tiene una influencia imprevisible, aunque en general mínima. Una
excelente crítica no hace que un autor se convierta en un ídolo de los
lectores. Para eso hace falta una auténtica campaña, larga y diseñada. Pero una
sola crítica puede hacer polvo la moral de según qué escritor bisoño. Yo, más
que responsabilidad de la crítica, en la muerte de la literatura he acusado a
la responsabilidad de muchos autores que han/hemos caído, en la era de
Facebook, en la autopromoción deplorable.
MD.-
Bueno, en el libro se habla largamente de ello. Pero en síntesis el problema es
que el crítico también se ha dejado corromper para evitar represalias de los
grandes grupos editoriales, que a menudo controlan también la prensa, y eso
conduce a una crítica más mansa y menos rigurosa. Sin esa crítica vigilante el
mercado se ha visto invadido por autores y obras de escasa calidad. Las mismas
que generalmente producen los grandes sellos editoriales. Es un pez que se
muerde la cola.
Habláis del caso de Ramiro
Pinilla, apartado cuarenta años de la bulla editorial y luego autor exitoso.
También se menciona a otros autores que tuvieron un éxito inicial y luego se
alejaron del tinglado. ¿Tanto puede desalentar el panorama que ustedes pintan a
escritores que podrían haber desarrollado una obra digna?
RP.-
No, no, no es lo que nosotros pintemos, es lo que el tinglado hace sin nuestra
ayuda. Así sucede. El libro es un jarro de agua fría para quienes se plantean
hoy una vida de escritores más o menos cómoda. Eso hace de él un libro casi
humanitario. Debimos pedir una subvención al Ministerio de Asuntos Sociales, si
es que existe.
MD.-
Bueno, eso depende de la resistencia de cada cual, y sobre todo de lo que uno
espera de la literatura. Si lo único a lo que aspiras es a escribir lo que
llevas dentro, honestamente, nada puede hundirte. Y lo aguantarás. Pero a veces
se hace muy difícil porque lo que tienen en sus manos aquellos que no creen en
ti no es un reloj sino tu corazón.
FUENTE: La Marea
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