martes, 20 de enero de 2015

MIGUEL DALMAU y ROMÁN PIÑA VALLS: "LA MALA PUTA"

“Apuntamos de cara a los culpables de la degradación de nuestra literatura”

“Apuntamos de cara a los culpables de la degradación de nuestra literatura”


Con ocasión de un viaje que hizo a Madrid en 1959 el poeta y luego editor, memorialista y senador Carlos Barral (1928-1989), éste tuvo un encuentro en el hotel donde se hospedaba con el afamado escritor estadounidense Ernest Hemingway, quien después de las presentaciones correspondientes le preguntó por el estado de salud de la mala puta, algo que, tras la consiguiente perplejidad, obligó a Barral a preguntarle a quién se refería. Hemingway aludía a la literatura española y su calificativo ha servido a Miguel Dalmau y Román Piña Valls para emplearlo como título idóneo del libro recientemente publicado por la editorial Sloper, al que añaden como subtitular aclaratorio uno tan llamativo como alarmante:Réquiem por la literatura española.
¿Está la literatura española en ese trance? ¿Son las grandes editoriales un nido de hampones? ¿Es la casta literaria corporativista e hipócrita? Los autores indagan en estas y otras cuestiones no menos dignas de esclarecimiento. A más de un lector le van a resultar sorprendentes algunas noticias que Dalmau (1957) da sobre reputados protagonistas de la cultura literaria vigente. Este autor, otrora crítico respetado durante tres décadas en el diario La Vanguardia y otras publicaciones, se interesa por los protagonistas de su generación (autores, críticos y editores), mientras que Piña Valls (1966) esboza una apología del fracaso a partir de sus entrevistas con algunos escritores. El primero defiende la escritura como apuesta vital. El segundo, como hobby. El resultado es un libro muy libre, ilustrativo y singular que aborda nada menos que la degradación de nuestra literatura.

Entre quienes lean el subtítulo de su libro, los habrá que piensen en un titular alarmista o exagerado y quienes que crean que algo hay sin sospechar hasta qué punto. ¿Estamos de verdad como para réquiem?
Román Piña.- Estamos, sí. No porque nuestra literatura haya muerto, sino porque exagerando sobre su estado de salud estamos a tiempo de salvarla.
Miguel Dalmau.- Estamos viviendo no sólo un fin de ciclo sino un fin de época. En este contexto el réquiem suena por muchísimas cosas, no sólo por la vieja idea de la literatura. Sólo así se explica que nuestro libro esté interesando por igual a un crítico literario como a un panadero, por ejemplo, que ve peligrar la antigua concepción del oficio. De algún modo Umberto Eco ya dividió al personal entre “apocalípticos” e “integrados”. Y está claro que la omnipresencia de estos últimos en el campo de la literatura, con todas las armas de la explotación comercial y la modernización salvaje de un arte milenario, obliga a que los “apocalípticos” levantemos la voz.

¿Qué mueve a dos críticos respetados y a dos autores con obras respetables a dar ese diagnóstico, posiblemente inédito en la historia de nuestra literatura?
RP.- Muchas gracias por las flores, éstas sí exageradas. Nos mueve un sincero afán de consolar a muchos escritores desesperados, de abrirles los ojos y que relativicen su tragedia, y de apuntar de cara a los culpables de la degradación de nuestra literatura.
MD.- Bueno, yo no deseo ser respetable ni respetado, sobre todo por la gente a la que yo no respeto en absoluto. Digamos que estoy harto de que nos impongan una concepción comercial de la literatura. Desde antiguo se escribe con el corazón, pero si usted mete dinero en el corazón, lo normal es que se pudra el corazón, no que el dinero se vuelva romántico. Eso sólo lo consiguió Gatsby.
¿Me pueden desarrollar lo que afirman: entre todos la mataron y ella sola se murió? ¿Cabe hablar de unos máximos responsables o los “méritos” están muy repartidos?
RP.- La llevan matando muchos años los responsables de la política cultural nacional, absolutos irresponsables que han desterrado de la realidad social la fuente de enriquecimiento y crecimiento que es la lectura. La mata la prensa perezosa que sólo tiene ojos para los productos empaquetados por ciertas empresas editoriales que venden libros como si vendieran carne picada adulterada.
MD.- Responsables del desastre somos todos: autores, agentes, editores, distribuidores, libreros, críticos y público. Y luego los políticos, claro, que recelan por sistema de aquello que se sale de la norma, porque de algún modo les pone en peligro. Digamos que el hundimiento se produce cuando todos y cada uno de los elementos de la cadena toman la senda equivocada y ese error se vuelve acumulativo. Sábato dijo una vez que el escritor se encuentra siempre ante una encrucijada: elegir el camino del tesoro o el de la princesa. Y llevamos treinta años en que todo apunta al camino del tesoro y se ha borrado el que conduce a la princesa. Yo siempre preferiré cortejar a una princesa, aunque sea tuerta como la de Éboli, a hundir mis manos en el fango en busca de un cofre.
Entre los culpables están la censura y la autocensura, no la del viejo lápiz rojo franquista sino la de ese lápiz rojo mental impuesto por el poder con mil métodos alternativos de coacción. ¿Cómo, cuáles y sobre qué?
RP.-No es nuestro caso, y aquí está nuestro libro. No es para estar orgullosos, pues quizá en nuestra denuncia sin censura pecamos de otra cosa. Pero digamos que la casta literaria es corporativista, es hipócrita, calla lo que piensa por no molestar a sus editores, a sus colegas, a la prensa. Por ejemplo: ¿Qué autor que publica en Alfaguara no se autocensuraría a la hora de exponer su opinión sobre un libro de Marías?
MD.- Lo peor es la autocensura, ya sea consciente o inconsciente, porque si eres un escritor debes ser fiel al don que se te ha dado: la palabra. Cada uno debería preguntarse por qué renuncia a usarla en toda su amplitud. ¿Por dinero, por conservar un trabajo, por una imagen políticamente correcta, por asegurar una publicación…? Una vez que el escritor encuentra las razones de su autocensura no sólo descubre la clase de escritor que es sino la clase de persona que hay detrás. Y esto es lo importante, porque el hallazgo suele traer muy malas noticias sobre nosotros mismos. Nos damos cuenta de que somos más cobardes, venales, serviles e interesados de lo que creíamos.
El ego de nuestros autores también cuenta en su diagnóstico, porque enturbió la relación entre escritores y la libre circulación de ideas. ¿Por qué ese encono y esas envidias en el gremio, que por otro lado no son de ahora?
RP.- En general, la generosidad de los consagrados con los recién llegados es escasa. Es como si tuvieran miedo a perder algo con ella, o con la buena suerte de un compañero de letras. Lo cual es absurdo. Es una actitud enferma o cuando menos muy mezquina.
MD.- Yo creo que las envidias se dan en todas las profesiones, y más en un país cainita como el nuestro. Ocurre que en el campo del arte todo el mundo se cree o un genio, o al menos piensa que su obra es más interesante que la de los demás. El problema tiene que ver con la gestión del ego. Sin un ego fuerte no te levantas cada mañana de la cama para escribir; pero si no logras dominar esa fuerza motora, al final acabas siendo un presuntuoso que no hace más que hablar de su obra, en general mediocre.
Literatura y poder son dos países en guerra, afirma Dalmau. ¿Compró el poder la cultura, tal como afirma Gregorio Morán en su último libro El cura y los mandarines, y lo estamos pagando?
RP.- Seguro que sí. Morán sabe mucho.
MD.- Digamos que desde la Antigüedad el poder ha querido rodearse de los creadores (filósofos, artistas, poetas…) para que legitimaran sus acciones de gobierno e incluso inmortalizaran sus hazañas. Pero a la larga la coexistencia es imposible porque los fines son opuestos: el poderoso quiere seguir gobernando sin oposición, y el artista verdadero necesita cuestionarlo todo. Por eso el poder tiene tanto interés en apoderarse de la cultura, como en otro sentido de la prensa, para acallar las voces hostiles.
¿Qué parte de culpa les corresponde en el réquiem a las grandes editoriales mercantilizadas, a los premios literarios de encargo y a las agencias literaria o agentes literarios?
RP.- El 90%.
MD.- Es muy importante porque entra de lleno en el campo de la corrupción. Las editoriales mercantiles corrompen porque nos prometen la luna. Y hay muchos escritores que se prestan al juego.
Otro campo que no sale bien parado en el libro es el de la crítica. ¿Qué características resumirían el papel jugado por los críticos a la hora de hacer “esa autopsia a una dama en apuros”?
RP.- La crítica tiene una influencia imprevisible, aunque en general mínima. Una excelente crítica no hace que un autor se convierta en un ídolo de los lectores. Para eso hace falta una auténtica campaña, larga y diseñada. Pero una sola crítica puede hacer polvo la moral de según qué escritor bisoño. Yo, más que responsabilidad de la crítica, en la muerte de la literatura he acusado a la responsabilidad de muchos autores que han/hemos caído, en la era de Facebook, en la autopromoción deplorable.
MD.- Bueno, en el libro se habla largamente de ello. Pero en síntesis el problema es que el crítico también se ha dejado corromper para evitar represalias de los grandes grupos editoriales, que a menudo controlan también la prensa, y eso conduce a una crítica más mansa y menos rigurosa. Sin esa crítica vigilante el mercado se ha visto invadido por autores y obras de escasa calidad. Las mismas que generalmente producen los grandes sellos editoriales. Es un pez que se muerde la cola.
Habláis del caso de Ramiro Pinilla, apartado cuarenta años de la bulla editorial y luego autor exitoso. También se menciona a otros autores que tuvieron un éxito inicial y luego se alejaron del tinglado. ¿Tanto puede desalentar el panorama que ustedes pintan a escritores que podrían haber desarrollado una obra digna?
RP.- No, no, no es lo que nosotros pintemos, es lo que el tinglado hace sin nuestra ayuda. Así sucede. El libro es un jarro de agua fría para quienes se plantean hoy una vida de escritores más o menos cómoda. Eso hace de él un libro casi humanitario. Debimos pedir una subvención al Ministerio de Asuntos Sociales, si es que existe.

MD.- Bueno, eso depende de la resistencia de cada cual, y sobre todo de lo que uno espera de la literatura. Si lo único a lo que aspiras es a escribir lo que llevas dentro, honestamente, nada puede hundirte. Y lo aguantarás. Pero a veces se hace muy difícil porque lo que tienen en sus manos aquellos que no creen en ti no es un reloj sino tu corazón.

FUENTE:  La Marea 


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