Novela juvenil, pero no
joven
La nueva novela de Martín Casariego, 'El juego sigue sin mí', insiste
en uno de sus territorios predilectos: el tránsito de la adolescencia a la
juventud
La nueva novela de Martín Casariego
(Madrid, 1962) insiste
en uno de sus territorios predilectos: el tránsito de la adolescencia a la
juventud, tiempo en que se forman nudos en nuestra personalidad que pasamos el
resto de la vida desatando. Pero El juego sigue sin mí evidencia que un tema
universal requiere detalles singulares que el autor ha desatendido. Por citar
tres ejemplos clásicos de novela de iniciación: la
retorcida inmoralidad de El diablo en el cuerpo, la
libido incestuosa de Agostino o el lirismo elegiaco de Fermina
Márquez. En cambio, Casariego apunta a las claves más comunes del
pensamiento adolescente: el amor, el fracaso, la violencia, el suicidio… Y esto
nos lleva a pensar que puede ser otra su intención: la insistencia en valores
positivos, las recomendaciones de libros y discos, en definitiva, el aire
didáctico que impregna El juego sigue sin mí hacen de ésta una muy digna novela
juvenil, pero una fallida novela sobre la juventud. El principal escollo es la
contradicción entre las dos nostalgias en que se sostiene: la del narrador que
rememora hoy, con 23 años, su adolescencia, y la de Casariego buceando en su
propia formación, aunque esta sólo aparezca como motor oculto.
Para armonizar ambas tensiones, el autor crea al personaje
de Rai, una especie de gran
Meaulnes de 18 años.
Además de maestro de iniciación del narrador, Rai es un viejoven que parece
salido de los años ochenta, atiborrado de literatura y música. Con este difícil
equilibrio, los mejores momentos de El juego… son los de una nostalgia menos fechada
en la actualidad, en los que el autor parece engullir al narrador adolescente y
tratar con cercanía temas más afines a su mundo, como la educación sentimental
a comienzos de los ochenta o las intensas reflexiones sobre el suicidio. Los
peores momentos son aquellos en que Casariego se esfuerza por dar credibilidad
a unos adolescentes de hoy con redes sociales, vídeos robados y gormitis,
adolescentes demasiado correctos que conocen los límites que separan lo bueno
de lo malo. Aunque han madurado en plena crisis, que ni se nombra, para ellos
no existe el futuro de paro juvenil: el narrador de 23 años vive como un
fracaso acabar siendo funcionario… En resumen, hijos modélicos de padres de
clase media, pero malos personajes de una novela de iniciación. Una lectura
biográfica nos llevaría a corroborar que las páginas más emocionantes de El
juego sigue sin mí (incluido
el título) homenajean al hermano del autor, el gran poeta Pedro Casariego
Córdoba (1955-1993). Y éste sería un hermoso libro si Martín Casariego hubiera
prescindido del atrezo de actualidad y hubiera mirado de frente sus propios
recuerdos.
FUENTE: EL PAÍS
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