Mirada
de Lector: Trotsky, la revolución traicionada y “el hombre que amaba a los
perros”
Leonardo Padura es hoy
por hoy, sin ningún género de duda, el mejor novelista vivo de Cuba. Y uno de
los mejores de América, por el manejo diestro del arte de la escritura, la
fabulación de los hechos, temas abordados, el sabor crítico agregado y la alta
humanidad de sus personajes. Que para confirmarlo, — por si le queda duda a
algunos de sus habituales lectores de sus novelas policiales — le acaban de
otorgar en España el Premio Princesa de Asturias de las Letras 2015, por su
voluminosa y extraordinaria novela “El Hombre que amaba a los perros”. Padura,
es un escritor que se ha quedado a vivir en Cuba, que publica en el exterior y,
caso raro, por medio de la novela negra o policial, en la maraña del thriller
policiaco, desliza críticas abiertas sobre la realidad económica y social de
Cuba. Que el sistema político de su país ha asumido con ejemplaridad especial.
Representa la tradicional novelística cubana sin duda – copiosa e imaginativa
–; pero incorpora los acentos de Gabriel García Márquez, Juan Rulfo y los tonos
de los grandes maestros estadounidenses Faulkner y Hemingway. “El hombre que
amaba los perros”, trata de la expulsión y huida de Trotsky, después que
perdiera la pelea por el poder con José Stalin; su instalación en la ciudad de
México hasta su muerte por el catalán Ramón Mercader del Río y la vida de este
en la cárcel de México, residencia en Moscú y residencia y muerte en la Habana.
A caballo entre la novela de imaginación,– salpicada de estrategias de novela
negra – y la historia novelada, la trama no ofrece ninguna sorpresa, porque
casi todo lo que se refiere al centro de la historia es de conocimiento público
general desde hace años. Su mérito principal radica entonces en el abordamiento
del tema, los diferentes puntos de vista que maneja y la habilidad para
deslizar críticas a la situación cubana, caracteriza por la pobreza, la
delación y el abandono, mostrando desde la perspectiva del fin de la Unión
Soviética, el fracaso del socialismo. Bien trabajada, con un lenguaje perfecto
en que no habla como cubano, constituye un fresco de los estados de ánimo de
dos personajes – Trotsky y Mercader del Río – señalados el uno como asesinado y
el otro como asesino, que al final, terminan convertidos en dos víctimas que
les une la venganza primaria, la intolerancia totalitaria, la manipulación de
los hombres del poder que no perdonan la disidencia y el desencanto de la
utopía socialista. Solo, útil y aplicable el marxismo, en cuanto como modelo y
estrategia de transformación y cambio,– como lo reconoció Eric Hobsbawn–, y
como receta, solo es bueno, para sociedades atrasadas.
Varios puntos de vista.
Una historia conocida, utilizada como materia prima para una novela, en la cual
se respetan los hechos porque son sumamente conocidos por todos los lectores,
no es una tarea fácil. Es un reto difícil que el autor supera con éxito. Para
ello, Padura aprovecha a tres recursos literarios, igualmente válidos: el
primero, la narración efectuada desde diferentes puntos de vista y el segundo,
la anticipación de los aportes narrativos, la convivencia de personajes
históricos con los inventados y la acción de firme timonel del narrador que, en
ningún momento, pierde el control de la novela. Y, todo ello, sin hacer
trampas. Padura reconoce que tuvo que recurrir a historiadores que habían
producido obras sobre Trotsky, su peregrinaje como emigrado por el mundo, su
establecimiento en México, las difíciles relaciones con su anfitrión Diego
Rivera, los amoríos con Frida Kahlo, el tiroteo que fuera víctima en la
residencia en Coyoacán, ciudad de México, su existencia de perseguido
constante, la ruptura con amigos y la aparición de nuevos, la filtración de su
aparato de seguridad, su muerte a manos de Mercader y su valoración final. La
fuente primaria más importante, para efectos históricos, es la de Isaac
Deustscher, que escribió lo que es probablemente, la mejor y más objetiva
biografía del alto dirigente soviético, compañero de Lenin en la creación del
Estado Soviético dentro del espacio territorial de la Unión de Repúblicas
Socialistas Soviéticas. La obra consta de tres tomos. (“Trotsky el profeta
armado”; “Trotsky el profeta desarmado” y “Trotsky el profeta desterrado”)
Padura uso el tercero de los tres tomos, “Trotsky el Profeta Desarmado”, (la
versión que conocemos, es la publicada por la Editorial Era de la ciudad de
México). Además, aprovecha colecciones de periódicos de México e incluso
lectores de entrevistas que, en su oportunidad, emitieron opiniones al
respecto. Eso sí, el novelista cubano, se reserva para sí mismo, el ambiente y
el calor de la narración, sin evitar como es natural en una obra literaria
autentica y creíble – por lo demás, sobre un hecho histórico bastante
documentado y conocido—una gran dosis de compasión y la oportunidad de ejecutar
un par de juicios de valor que no disimula: que la revolución soviética fue
traicionada, que la cubana resultó eficaz y que la situación difícil y precaria
de Cuba, país en el que se sitúan los últimos días de Mercader del Río e Iván
Cárdenas Maturell, el “escritor de la novela” “ un hombre bueno, contra el que
destino, la vida y la historia se habían confabulado hasta destrozarlo”, es el
personaje creado por Padura y quien será el encargado de escribir, con mucho
dolor y sufrimiento, desde la información aportada por el primero, la primorosa
novela que comentamos. Un juego interesante de desdoblamientos, típica de la
novela policiaca a la que Padura aunque quiera, no puede renunciar. Mientras
Trotsky es fiel reflejo de su carácter de personaje histórico, sometido a los
vaivenes de una lucha solitaria y cada día precipitada al vacío del
desaliento y en que cada día que vive, sabe que el siguiente puede ser el
de su muerte a manos de Stalin; en las aclaraciones de la opaca transparencia
Mercader del Río se nota la mano diestra de Padura que amplía su vida, aclara
sus ansiedades y contradicciones, define sus realidades y devela sus verdaderas
relaciones con sus mentores soviéticos, dentro de una trama en la que lo
novelesco, no le quita, en ningún momento, credibilidad a la historia.
Posiblemente esto es lo más importante, como en toda buena novela. Iván
Cárdenas Maturell, el personaje inventado para escribir la novela que firma
Padura, reconoce que Mercader del Río también fue una víctima, que fue “violado
en la cárcel” de Lecumberi en México. Dice al final, comprendiendo a Mercader
del Río que “ tiene que ser muy jodido vivir toda una vida como si fueras otro,
diciendo que eras otro, y saber que es mejor estar escondido detrás de otro
nombre porque sientes vergüenza de ti mismo”. En efecto, Mercader del Río,
vivió siempre inventándose. Como catalán, nacido en Barcelona, participa en la
Guerra civil Española en el bando que defiende la República. Sus entrenadores
soviéticos le entrenan para que adopte la personalidad de un belga, Jacques
Monard, se presenta en México bajo el nombre de Frank Jacson, con un falso
pasaporte canadiense y al final, en sus largas conversaciones con el cubano
Iván Cárdenas Maturell, asume la personalidad de Jaime López, quien desde el principio
aquel sospecha que es el asesino de Trotsky. Pero que se resiste a aceptarlo,
por compasión y por su figura de víctima de un sistema represor que no permite
la libertad y mucho menos la posibilidad de la felicidad. Porque como él ama a
los perros. Concluida la obra, Iván Cárdenas Maturell se suicida, convertido en
otra víctima más. Si en Pedro Paramo de Juan Rulfo todos están muertos en el
“Hombre que amaba a los perros”, todos son personajes patéticos, víctimas sin
oportunidad de liberarse, en manos de paranoicos criminales; condenados
inevitablemente a la muerte, la traición y el desamparo.
Síntesis de la Historia.
León Trotsky fue un revolucionario muy importante y una figura muy influyente,
incluso ahora, posiblemente por su aura de perdedor, en manos de un sistema que
también terminó fracasando; que, junto a Lenin y a otros muchos, hicieron
posible el golpe de Estado que les permitió el control del poder de Rusia; que,
además, durante la guerra civil que se produce a partir de finales de 1917, encabeza,
con talento singular, la respuesta armada. Convertido en Comisario de la
Guerra, crea con enorme capacidad organizativa el Ejército Rojo y salva a la
revolución soviética de sus enemigos. Neutralizados estos, Trotsky, cree que
los mismos valores, conceptos y estrategias usados en la guerra, pueden ser
utilizados en el esfuerzo gigantesco para hacer que el nuevo imperio soviético
vía la industrialización se convierta en una gran potencia económica y militar.
Es el teórico más lúcido, que anticipa la necesidad de la industrialización, la
oportunidad de la planificación y que tácticamente demuestra que para salvar la
Revolución soviética se tiene que impulsar la revolución en todas partes del
mundo. Lenin estaba de acuerdo con esta postura. No así el resto del liderazgo
que no creía en la militarización de la producción; ni mucho menos que Trotsky
asegurara el éxito económico de la nueva nación, porque ello habría significado
su encumbramiento como el segundo hombre, llamado a suceder a Lenin. Al final, se
impuso un nuevo modelo que hace que Trotsky pierda, en forma discreta; pero
real y efectiva, poder e influencia. Por lo que morir prematuramente Lenin en
1924, Trotsky se ve desbordado por Stalin, el que lo aleja del poder primero,
los despoja de autoridad después, para al final, encarcelarlo, expulsarlo de la
Unión Soviética, despojarlo de la nacionalidad, perseguirlo por todo el planeta
y ordenado su asesinato en México a manos de Ramón Mercader. (Es la enemistad
más rencorosa de toda la historia, la que cultivaron Trotsky y Stalin). En un
crimen en que como todos, es fácil notar la inutilidad de la venganza, lo
primitivo de los rencores y lo inhumano de no sentir compasión mínima por los
demás.
Ampliación y precisión
del universo real por la invención literaria. Padura, con enorme habilidad, le
da un soplo de vida y humanidad a Ramón Mercader del Río, rellenando con enorme
discreción y prudencia, toda la trama del asesinato y muestra la implicación de
Stalin en un crimen que cuando se cometió y ahora juzgado muchos años después,
se considera inútil, absurdo e innecesario. Trotsky estaba al final de su
liderazgo, con su influencia menguada, frente a un Stalin que había consolidado
en forma definitiva su poder, aliándose y rompiendo con los alemanes que, habían
establecido – en secreto — como condición para imponerse en Europa, la derrota
del imperio soviético. Y Padura lo logra con gran habilidad. Al final, los
lectores nos encontramos con dos figuras muy humanizadas – la de Mercader y de
Trotsky— llamadas inevitablemente a ser víctimas, anormalmente fraternas, de un
hecho criminal y doloroso: el asesinato por el primero, del segundo, con una
piqueta de esquiar. Y lo más paradójico, salvado Ramón Mercader de morir en el
acto, por el mismo Trotsky que, todavía consiente de la herida que le provocara
la muerte, les ordena a gritos, a sus guardias personales, que no le maten. Que
le respeten la vida, para saber quién es el que está detrás del acto criminal.
Padura con enorme habilidad, resalta el que Trotsky muerda con enorme fuerza la
mano de Mercader que llevara, con enorme pena la cicatriz horizontal que
muestra, para toda su existencia, la responsabilidad en la comisión del delito,
que como todos los de su especie, son inútiles, incomprensibles e innecesarios.
Muerto Trotsky, Padura se encarga de mostrarnos como morirá Mercader, de alguna
manera, víctima de su propia conciencia intranquila y por el relativo abandono
en que los soviéticos – que jamás aceptaron la responsabilidad por la muerte
del gran enemigo de Stalin – que lo mantuvieron, hasta morir, totalmente
abandonado, acompañado por dos perros rusos, en la Habana. En el mismo lugar en
que Iván Cárdenas, el responsable de escribir la novela, terminara suicidándose
hastiado por la situación política, adolorido por la muerte de su esposa, en
una sociedad a la deriva, como es actualmente la cubana. Para confirmar que las
revoluciones fracasan y que sus protagonistas mueren inevitablemente. Como todo
lo humano que, por más que se quiera, no sobrevive al tiempo y al olvido
inevitable.
Un diestro manejo
narrativo. Padura no es el “autor” de la novela, sino que un personaje creado
por él. Iván Cárdenas, asistente de veterinaria que, a partir de las
conversaciones con quien descubrirá que es el propio Ramón Mercader el asesino
de Trotsky en sus últimos años en la Habana, y los papeles redactados por
López, uno de los tanto nombres e identidades usados por Mercader en el que
intenta reinventar algunos hechos que quedaron obscuros del acontecimiento más
grande que le ocurrió en la vida. Por supuesto, por momentos Padura entre la
construcción de la novela, como narrador que todo lo sabe, y que desde la
distancia, mantiene la objetividad de la historia. Padura narra la vida de
Trotsky, con generosa amplitud muestra al lado de su fortaleza emocional en una
confrontación que tiene dimensiones homéricas y rellena, en forma precisa
extraordinaria, con la habilidad quirúrgica de un investigador policial, todos
los pliegues de la personalidad del opositor más fuerte de Stalin, sin pasar
por alto sus vacilaciones e incluso sus sueños como el de renunciar a todo,
para venir a vivir en un pueblo de pescadores en Honduras. Igual – o mucho
más—hace con la personalidad elusiva, poliédrica y compleja de Mercader, que en
la vida real y en la novela se reinventa constantemente. Tanto como resultado
de una relación edípica con su madre Caridad del Río, anarquista y
revolucionaria catalana del barrio San Gervacio de Barcelona, como por el
trabajo manipulador de los entrenadores soviéticos que le enseñan a fingir, a
no sentir nada; o a mutar de un personaje a otro, con la facilidad con quien se
cambia un par de calcetines. Además, usando la voz de Iván Cárdenas y la de
algunos rusos, de nombres cambiantes también, que habían sido los superiores de
Mercader, hace fuertes críticas de la situación de Cuba, especialmente las
carencias de la vida material, al tiempo que nos lleva de la mano, como para
preguntarnos si valió la pena los esfuerzos y los sacrificios para que al
final, en la Unión Soviética, los errores de sus dirigentes resalten las
fisuras que la llevaran a la disolución y final de su existencia como imperio.
Una valoración final.
“El hombre que amaba a los perros” es una novela total que además, tiene las
virtudes indispensables, para llamarla una gran novela. No solo por el universo
complejo de relaciones, la multiplicidad de escenarios, sino que por la movilidad
de los personajes que, casi inevitablemente, parecen condenados a la muerte y
al crimen, desde una mano superior que mueve sus destinos. Sino que además,
porque muestra en todas y cada una de sus páginas, la fragilidad de la libertad
humana, la fuerza del poder y su capacidad de manipular hasta las más
recónditas emociones, de los que se creen más indiferentes. Es posiblemente,
sin quererlo Padura, un tratado sobre la moralidad del poder y una crítica de
la debilidad humana para confrontar y evitar sus perversas inclinaciones. Y una
muestra de la fatalidad humana. Trotsky siempre creyó que Stalin lo enviaría a
matar. Y que al final, inevitablemente, lo lograría. Y Mercader siente, por
entrenamiento y por urgencias de la terrible expresión bíblica que los hay que
hacer, hay que hacerlo pronto, siente la necesidad de cumplir la misión para la
que ha sido escogido y a la que no puede renunciar: matar al “renegado” y
demostrar que tiene capacidad para resistir los más duros interrogatorios, para
honrar a su madre – ¿o para derrotarla?, nunca se sabe – y para confirmarle a
los soviéticos que no los ha defraudado, que no les ha fallado. Pero además de
lo dicho anteriormente, Padura muestra su gran capacidad para crear una
atmósfera de misterio en la que, aunque el lector sabe el desenlace principal,
tiene urgencia porque lo que va a ocurrir, ocurra lo más pronto posible.
Lo que le da una fuerza
y movimiento a la novela que, al final logra que el lector quede plenamente
satisfecho de haberse aventurado en un territorio creativo que tienen sabor y
colores extraordinarios y placenteros. Por supuesto, el gusto de la lectura de
esta gran novela, no impulsa al lector al engaño de creer que por su
perfección, se trata de una obra final. Nosotros por el contrario, creemos que
Padura en la medida en que abandone parcial o totalmente las novelas policiales
— donde se siente tan cómodo– y se aventura por el camino de la novela total
como “El Hombre que amaba a los perros”, podrá ofrecernos en el futuro, nuevos
y mejores trabajos, para satisfacción de sus lectores. Y para gloria y
prestigio de la novela del continente americano que, sigue siendo más fuerte,
imaginativa y viva que la que se escribe actualmente en España.
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