lunes, 1 de febrero de 2016

JORGE GALÁN: 'Noviembre'

"Construir un país sobre la impunidad y el silencio lleva a una convivencia imposible"



El autor salvadoreño reside en Granada tras huir de su país natal Fue amenazado de muerte por la publicación de 'Noviembre', una novela sobre el asesinato de seis jesuitas de su país en 1989




El Salvador tiene aproximadamente seis millones de habitantes, casi la misma población que Andalucía; la gran diferencia estriba en que en el país centroamericano se producen una media de 40 asesinatos al día. Así que el escritor Jorge Galán tuvo que huir de allí hace poco más de un mes para no ser un número más en esta terrible estadística tras publicar Noviembre (Planeta), una novela sobre la muerte de seis jesuitas asesinados por el ejército salvadoreño el 16 de noviembre de 1989. La valentía de Jorge Galán, o su imprudencia, reside en que se ha atrevido a dar los nombres y los apellidos de los instigadores, de los asesinos de guante blanco que viven una honorable vejez en la impunidad absoluta. Al poco tuvo que hacer apresuradamente la maleta y, con una mano delante y otra detrás, poner rumbo a España por las graves amenazas de muerte recibidas. Ante esta situación le han mostrado su apoyo autores como Mario Vargas Llosa, Joaquín Sabina, Joan Manuel Serrat, Charles Simic, Almudena Grandes, Luis García Montero, Donald Hall o Ernesto Cardenal. Y algunos poetas de Granada le han abierto la puerta de su casa para que pueda vivir estos días sin esa incómoda sensación de que alguien te puede disparar en la nuca en la cola del autobús... 



-Hace muy pocas semanas, frente a su casa en El Salvador, un coche se paró a su lado y el conductor le dijo que sabía dónde vivía, a dónde iba, se abrió la americana y le enseñó una pistola. Evidentemente, usted no tiene vocación de mártir y ahora vive en Granada. ¿Cómo pasó los días hasta que definitivamente cogió un avión rumbo a España? 

-Fueron días muy complicados. Faltaba poco más de una semana para la presentación del libro en la UCA, la universidad en la que fueron asesinados los padres jesuitas. Yo me había comprometido a celebrar ese acto en una fecha muy señalada. De modo que tuve que tomar la decisión de permanecer en El Salvador, escondido, angustiado al pensar que eran mis últimos días con mi familia, que dentro de poco no íbamos a seguir todos juntos. 

-¿Tuvo dudas sobre si debía quedarse pese a todo? 

-No he dejado de tener dudas, y las sigo teniendo. Dudas sobre si ha sido lo mejor poner los nombres verdaderos de los protagonistas, después la duda de si realmente valía la pena huir de mi país. Seguí el consejo de los padres jesuitas y de algunos amigos que ya habían sufrido amenazas. Una vez tuvimos la seguridad de que las amenazas eran lo suficientemente graves como para tomar la decisión más extrema, poco podía hacer yo ya. 

-Su primera novela en España la publicó la editorial granadina Valparaíso y ahora vive en Granada. ¿Cómo se forjó esta relación con la ciudad? 

-He viajado mucho en los últimos a Granada, donde viven algunos de mis grandes amigos. Las primeras personas que me apoyaron en el mundo literario o son de la ciudad o tienen algo que ver con ella. Creo que al primero que conocí fue Luis García Montero. Después ha llegado todo lo demás, no me siento un extraño en sus calles. 

-Tengo entendido que piensa pedir asilo político. En este sentido, con la crisis de los refugiados en Siria, España se comprometió a acoger a miles de asilados y, de momento, llegan con cuentagotas. En su caso, el mundo literario, igual que la sociedad civil, va un paso por delante de la política y autores como Vargas Llosa, Yusef Komunyakaa, María Dueñas o Carmen Posadas ya han mostrado su solidaridad con su situación. Usted, que es un hombre que no busca notoriedad, ¿se siente abrumado? 

-Me siento muy abrumado y es una situación muy complicada para mí. Nunca me ha gustado dar entrevistas, ni tan siquiera participar en actos públicos. Soy muy introvertido y me cuesta mucho trabajo. Yo con lo que disfruto es con la escritura y la promoción de mi obra no me ha importado. A raíz de lo sucedido en San Salvador dos amigos pusieron en marcha un manifiesto que firmó toda esa gente. Estoy muy agradecido a todos los que firmaron. Los admiro mucho a todos y que se hayan preocupado por mí y estén presionando para que España no me obligue a regresar a mi país hace que me sienta menos solo. 

-¿Por qué ha levantado Noviembre esta polvareda? 

-En mi país existe una impunidad muy grande, una de las mayores del mundo. Muchos de los crímenes nunca llegan a ser juzgados y los asesinos llevan una vida normal. El asesinato de monseñor Romero y de los jesuitas de la UCA no iba a ser diferente. Es más, hay hasta quien se ha servido del crimen para ocupar cargos de responsabilidad y labrarse un porvenir. Al ver sus nombres en una novela publicada por Planeta, que iba a poder leer todo el que quisiera, vieron violada su impunidad de alguna forma. Se sintieron juzgados por la historia o por la literatura, y es algo que no ha gustado. 

-¿Intuía que era una novela que podía poner en riesgo su vida? ¿Por qué la publicó y, sobre todo, por qué lo hizo mientras seguía viviendo en El Salvador? 

-Muchos amigos me habían advertido. También había tenido advertencias durante la escritura del libro. Tal vez fui un inconsciente, pero pensé que no me pasaría nada. Nunca me imaginé en una situación así. Publiqué el libro porque quería que se conociera esa historia, porque es un episodio de la historia de mi país que no sólo no puede ser borrado, sino que tiene que ser reivindicado porque es un ejemplo de lo mejor y de lo peor de lo que somos capaces. Tratar de construir un país sobre la impunidad y el silencio conduce a lo que hemos visto, a una sombra, a una convivencia imposible. 

-En 2014 decía que no barajaba el exilio como una opción. ¿Una pistola sigue siendo un argumento convincente? 

-No se trata sólo del suceso de la pistola, que por supuesto fue decisivo. Las amenazas y los insultos fueron una constante. Cuando me marché, al ver la reacción de muchos de mis compatriotas, me di cuenta de que no tenía otra opción. Al menos yo he tenido la suerte de poder salir de allí. Cada día mueren compatriotas míos que están en una situación parecida pero que no tienen los medios ni los contactos para poder huir. En ese sentido soy un privilegiado. 

-En su última visita a Granada decía que, en San Salvador, ser escritor era casi sinónimo de ser un vago. En este sentido, ¿cree que muchos de los que le han amenazado de muerte en las redes sociales ni siquiera han leído el libro? 

-Sin duda, si todos los que me han insultado en las redes sociales hubieran leído el libro seríamos un país mucho más civilizado. Pero en mi país no se dan las condiciones para que haya lectores. Para eso habría que hacer una verdadera apuesta por la educación y la cultura, que lamentablemente apenas existe dadas las terribles necesidades y las condiciones de violencia que sufrimos. 

-En su niñez leyó a Faulkner, Neruda, Aleixandre o Lorca gracias a los libros de la biblioteca de la universidad jesuita de su país. La historiografía suele dividirse entre los que acusan a los españoles de una colonización criminal de América y otros que, comparándola con la que hicieron ingleses o franceses, sostienen que se actuó con bastante más humanidad. ¿Cuál es su opinión al respecto? 

-Si se pretende hacer una comparación, los ingleses sin duda fueron más crueles en el continente americano. Los protestantes sólo querían conquistar mientras que los católicos también querían canonizar. La colonización fue criminal, pero es necesario ponerse en el lugar de aquellos tiempos, no vale la pena hacer juicios de valor sobre el siglo XV con los ojos del siglo XXI. Los españoles fueron muy crueles con los indios, pero también con los propios españoles, valga el ejemplo de la Inquisición. 

-Volviendo a Noviembre, ¿cómo reconstruyó la historia de los asesinos y los asesinados? ¿Le revolvía las tripas la plácida vejez de los responsables? 

-Reconstruí la historia mediante los testimonios de los protagonistas. Muchos han aceptado ser personajes del libro, la mayoría, y otros han querido quedar en el anonimato por miedo a las represalias, posiblemente, y visto lo visto, con buen criterio. Los asesinos, en su mayoría, disfrutan de una plácida vejez y hasta de puestos de poder. 

-Como trasfondo está la Teología de la Liberación con Juan Pablo II en el Vaticano y Ratzinguer al frente de la Congregación para la Doctrina de la Fe. ¿Todo hubiera sido diferente con un Papa del talante de Francisco? 

-No tengo duda de ello. Me ha sorprendido que, en España, haber escrito una novela sobre el asesinato de unos sacerdotes haga pensar que soy una persona conservadora. En El Salvador haber escrito ese libro hace que me señalen de comunista. Sin duda la percepción que tenemos de la Iglesia debe ser diferente. La fe parece no coincidir con ideología alguna, pero en América los jesuitas estuvieron del lado del pueblo frente a las dictaduras, fueron progresistas y comprometidos, es decir, quisieron la verdadera salvación de los hombres y de las almas. En Europa la Iglesia parecía entonces más preocupada de los asuntos divinos que de los humanos. 


-¿Es usted católico? 

-No soy una persona religiosa. He sido educado en el catolicismo, como la mayoría de los españoles. Pero no soy practicante. Creo en Dios, pero no he tenido ningún intermediario con él. 

-Es curioso que sea el mundo literario el que mejor ha captado los lazos de hermandad que existen entre los pueblos de América Latina y España. 

-Es curioso, pero también inevitable. El idioma es la patria común, y la literatura se nutre de nuestras vidas y del idioma. Ahí se produce el encuentro. 

-Ganó el premio Adonais en 2006 por Breve Historia del Alba. Con la perspectiva del tiempo, ¿su interés en introducirse en el mercado literario español era por el legítimo deseo de ser leído y traspasar fronteras o había algo más íntimo en este deseo? 




-Si vives en San Salvador, pronto sabes que es imposible dedicarte a la literatura desde dentro. Yo quería ser escritor en un país sin librerías, sin editoriales y sin lectores. No pretendía hacer una carrera literaria en el extranjero, quería lo que cualquier joven que empieza a escribir: poder publicar. Para ello tenía que mandar mis libros a premios en el extranjero y esperar tener suerte.


FUENTE:     Diario de Sevilla


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