"La
falta de una ética civil y no religiosa genera perplejidad"
Ocho relatos inspirados en el tríptico de
El Bosco 'El jardín de las delicias' dan forma a 'Pecado', la última novela de
la autora colombiana.
La escritora Laura Restrepo (Bogotá, 1950) pasó por Sevilla en
la gira promocional de su último libro.
Como si de una broma del destino se tratase,
los personajes de Pecado (Alfaguara) van cayendo
irremediablemente en las redes del mal, guiados todos de alguna forma por El jardín de las delicias, obra
cumbre de El Bosco. El incesto, la soberbia y la violencia desenfrenada son
algunos de los temas que dan forma a los ocho capítulos que componen la última
novela de la colombiana Laura Restrepo, quien conoce de cerca la cara más
oscura del mal pues en 1983 participó en el proceso de negociación con la
guerrilla, acción que le costó un exilio forzoso de cinco años. Periodista de profesión,
en 2005 se estrenó en la literatura con Historia
de un entusiasmo, tras la que han seguido otros diez títulos entre los que
cabe destacar Delirio, por
el que ganó en 2004 el Premio Alfaguara.
-¿Hay que entender en su
novela el pecado en sentido clásico o como un término con una carga semántica
renovada?
-El significado del pecado es muy ambiguo. Por una parte está pasado de moda,
parece que quedase más para misa o bolero. Pero para quienes venimos de una
fuerte tradición católica sigue teniendo unas resonancias tremendas que se
desdibujan en otros conceptos como el remordimiento o la culpa.
-¿Qué relación tienen
sus personajes con el pecado?
-Siento que se nos desploma una ética religiosa sin que la humanidad tenga la
oportunidad de reconstruir una ética civil que la reemplace. Eso genera una
etapa de perplejidad. El mal está siempre al acecho, la gente se lo encuentra a
la vuelta de la esquina pero sin las herramientas necesarias para enfrentarse a
él. Por eso cada uno de los personajes del libro construye su propio código
ético para manejar lo que le está sucediendo.
-El tono de la historia
es totalmente neutral, descartando así la posibilidad de moralina.
-Sí, la intención era invitar al lector a ponerse en los zapatos de los
personajes y abrir así un espectro de posibilidades, pero sin entrar a juzgar.
-¿Son sus personajes
símbolos o representaciones del mal, o personas reales?
-Yo quería que fuesen lo más personas posibles y de hecho algunos de ellos
están sacados de la vida real, de entrevistas que hice en mi época de
periodista. Otros son directamente sacados de la cabeza. En general todo es
ficción pero me interesaba encontrar personas que me pudiesen contar los
recovecos mentales de su experiencia para no caer en un relato plano. Que
tuviese matices de realidad.
-¿Por qué decidió
utilizar El jardín de las delicias como hilo conductor de la novela?
-El libro tiene una estructura muy abierta porque los capítulos son bastante
independientes entre sí y necesitaba algo que le diese cohesión a todo. El jardín de las delicias es por antonomasia la magna
representación del drama de la aparición del pecado original y la pérdida del
paraíso. Es un cuadro tan rico, tan desbordante, que apela no sólo a la
conciencia sino al subconsciente. Una realidad onírica en la que nunca se sabe
si eso es el canon religioso o la herejía. Una ambigüedad que se abre a multitud
de interpretaciones. Si hubiera sido escrito sería LaDivina Comedia de Dante o LaComedia Humana de Balzac. Y si hubiera sido cine, Apocalypse Now de Coppola
-En uno de los primeros
relatos menciona usted a un octavo pecado, el de la indiferencia ante el dolor
ajeno. ¿Es el que corresponde a nuestra época?
-Cuenta la historia de las Susanas, tres hermanas que pasan sus vacaciones en
una playa del Caribe que es una aldea de pescadores negros. Pero lo cierto es
que el entorno no es tan paradisíaco como pueda parecer para las Susanas porque
ellos están sufriendo una realidad infernal que a ellas se les escapa por
completo. Quise hacer un jueguito con el lector porque aparentemente el
pecado podría ser el de la lujuria, el encuentro sexual de una de las hermanas
con un pescador, pero en el fondo el gran pecado que está insinuado desde el
principio es el de la indiferencia, cómo se puede vivir sin que nos toque ni
nos conmueva el dolor ajeno.
-Esta indiferencia suena
a la actuación de Europa ante la crisis de los refugiados.
-Sí, el volcar la espalda y pensar que encerrarse es la solución. No me deja de
llamar la atención que aparece este libro, que trata sobre el mal, en tiempos
de un personaje que para mí es la encarnación del diablo, ese señor Trump. Me parece
que es el compendio de todo lo inculto, lo ignorante, lo grotesco, lo payaso...
Todo está en ese señor. ¿Cómo puede ser que la humanidad produzca un ser así y
además tenga tantos seguidores? En El
jardín de las delicias hay
unos espacios acuáticos de los que salen unos gusanitos negros que son como el
elemento que empieza a enrarecer la conciencia. Evidentemente algo está pasando
para que un personaje como Trump se vuelva símbolo y referencia para tanta
gente. Mucho gusanito negro se nos está colando por muchos lados.
-Su libro sirve también
como ventana para conocer la violencia que sufre Colombia.
-Lindo y malo, ese muñeco habla
sobre un sicario adolescente que mata y sabe que lo van a matar, algo que fue
mucho de la escuela de Pablo Escobar. En ese relato hay cierta melancolía que
me conmovía, la que siente el muchacho al pensar que las cosas podrían haber
sido distintas. Él justifica su identidad criminal basándose en que eso hace
que su madre lo admire porque él es el que lleva el dinero a casa. Pero el
desplome llega cuando descubre que su madre al que admira es a su hermano,
quien no se ha enredado en la violencia. Es el relato más colombiano.
-La guerrilla también
aparece en el libro. ¿Cómo ve el proceso de negociación con las FARC?
-Colombia ha sido un país difícil, con mucha violencia, pero también con mucha
esperanza de que llegue la paz. Que un grupo como las FARC entre en serio en
este proceso es un ejercicio de democracia muy interesante.
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