García Lorca, capítulo inconcluso
Los restos mortales siguen
sin aparecer. Se han realizado excavaciones en el sitio del fusilamiento y sus
alrededores —una en el 2009, otra en el 2014— y nada todavía
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El asesinato de Federico
García Lorca en la madrugada del 19 de agosto de 1936 es un capítulo inconcluso
en la historia contemporánea de España.
Ensañamiento, insensibilidad, alevosía, impunidad, no caben
otras palabras. Por más que haya plazas, calles y centros culturales que lleven
su nombre, por más que sus obras de teatro se representen y publiquen sus
versos, la memoria del poeta clama por justicia.
No se trata de Federico, sino de todas las víctimas del odio,
del ataque a la razón que anticipó en la península ibérica los cercanos
horrores del fascismo durante los años de la Segunda Guerra Mundial.
“El crimen fue en Granada, ¡en su Granada!”, expresó con dolor
Antonio Machado. En una Granada donde entre julio de 1936 y marzo de 1937
fueron fusilados 4 000 ciudadanos por el solo hecho de simpatizar con la
República. En toda España, como consignó un auto hecho público el 15 de
octubre del 2008 en la Audiencia Nacional, la cifra de desapariciones forzadas
entre el 17 de julio de 1936 y diciembre de 1951 —o sea, durante la guerra y un
lapso considerable de la dictadura— ascendió a 114 266 personas.
Esos dígitos importan más que los puntuales responsables de la
muerte del poeta. La desmemoria que padecen esos muertos de nadie es un disparo
más contra el cuerpo de Federico en la noche de Viznar.
El que lo denunció ante las autoridades escribió: “Ha hecho más
daño con la pluma que otros con la pistola”. Uno de los ejecutores se jactó de
haberle metido dos balazos por el trasero. Nombres que no voy a citar esta vez,
pues solo cabe en estas líneas el nombre de Federico.
Con el paso del tiempo, la dictadura intentó desentenderse de
tan espinoso problema. El biógrafo del bardo, Ian Gibson, ha señalado: “Hasta
la muerte de Franco, el asesinato de Lorca siguió siendo un problema para el
régimen”.
Los restos mortales siguen sin aparecer. Se han realizado
excavaciones en el sitio del fusilamiento y sus alrededores —una en el 2009,
otra en el 2014— y nada todavía.
Pretendieron ahogar la voz de la poesía, demoler un símbolo. Y
el símbolo es hoy, aún sin justicia, muchísimo más grande que ellos mismos.
Vicente Aleixandre lo recordó en su día: “No he conocido a nadie
que tuviera el don de la expresión humana viva, de la presencia, como lo tenía
aquel extraordinario ser que era Federico”.
Expresión que se multiplica en el canto popular de los seres de
su tierra cuando tañen la guitarra. Ya su hermano de sones y baladas, el cubano
Nicolás Guillén, lo intuía cuando escribió en unos versos: “Iban verdes, recién
anochecidos; / en el duro camino invertebrado / caminaban descalzos los
sentidos./ Alzóse Federico, en luz bañado. / Federico, Granada y Primavera./
y con luna y clavel y nardo y cera, / los siguió por el monte perfumado”.
García Lorca no se rinde. La criatura que alguna vez dijo “como
no me he preocupado de nacer, no me preocupo de morir”, también nos dejó en su
legado estas palabras: “No soy un hombre, ni un poeta, ni una hoja, sino un
pulso herido que presiente el más allá”.
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