Entrevista con el escritor Rafael Ángel Herra sobre su
último libro, 'Artefactos'
En su
último libro, el escritor tico toma el punto de vista de 111 instrumentos
mudos: los dramas de la brújula, las escaleras, una bolsa de basura y hasta los
conflictos existenciales del papel higiénico.
El escritor Rafael Ángel Herra se inspiró en una anécdota propia
para su nuevo libro de cuentos. (ALBERT MARÍN)
En su último libro de relatos cortos, Artefactos,
el escritor Rafael Ángel Herra propone, empático, ponerse en los
zapatos de los objetos de los que se sirve el ser humano. El ejercicio suena
como el más sencillo de los trabajos literarios: ¿qué tanto puede pensar o
sentir una servilleta de papel? ¿Qué preocupaciones podría tener un molino de
viento? ¿Por qué el papel higiénico renegaría de su trabajo si es mudo?
"Podría decirse que cada libro que uno se propone es un
desafío, en este caso fueron múltiples desafíos. Yo tenía una idea de que todo
se iba a hacer sobre instrumentos y su oficio, eso me daba una unidad",
explicó el escritor por teléfono en una entrevista con Viva. "Cada
cuento es un cuento corto que tiene algo de relato y algo de drama
teatral".
El libro, publicado por Uruk Editores, contiene 111 historias desde esas
perspectivas: la conciencia humana experimentada por los instrumentos que no
tienen conciencia humana. Algunos de
los cuentos serán interpretados por la actriz Yesenia Artavia.
–¿Cómo realizó la selección de los artefactos?
–Es, un poco, la génesis
del libro. ¿Cómo se origina? Una vez, con unos amigos alemanes, estábamos en el
volcán Poás y me preguntaron dónde estaba el Norte. Dos sacamos el teléfono
para ver la aplicación de la brújula y fue una sorpresa porque las brújulas
marcaron diferente.
Nos sorprendimos y
después nos dimos cuenta de que la cercanía de los teléfonos influyó en la
dirección (que marcaron). Observando eso se me ocurrió hacer un cuento sobre
una brújula que discrepaba con las demás...
De ahí a que se me viniera
a la cabeza una colección de monólogos, microrelatos, casi todos en primera
persona, de objetos que hablan de su oficio, no fue más que un paso.
En realidad, el orden en
el que están no es el orden de escritura. Nacieron de un mismo impulso todos. Se
me iba ocurriendo un tema, otro objeto, o me tanteaba...
La escalera, por
ejemplo, fue uno de los primeros. La escalera de pronto puede sentirse
humillada porque la pisotean y por eso dice que quisiera no tener peldaños. La
gota le tiene miedo al sol porque la pueden evaporar, luego se da cuenta que no
puede estar en el libro porque no es un instrumento y se siente desplazada,
fuera de lugar.
¿Se imagina? Uno se pone
en la situación de los artefactos o instrumentos y termina creyendo que los
artefactos viven esas situaciones. No solo era importante el impulso creativo
–ir encontrando los temas–, sino escribirlos, creando esa especie de seguridad:
que el lector iba a sentir vivos a los instrumentos.
–Usted habla del drama pero los textos tienen
mucha comedia negra...
–La comedia negra tiene
mucho de drama. En algunos casos es trágico lo que siente el instrumento pero
al mismo tiempo resulta humorístico. Ese es uno de los fines de la escritura:
lograr esa tensión entre drama y humor.
El punto y coma sufre
esa crisis de identidad porque no sabe si es coma o es punto. O bien están esos
otros instrumentos que se sacrifican por los demás y su vida acaba cuando
cumplen la función, como el purgante o el condón.
–¿La personalización de los artefactos
corresponde a problemas humanos?
–El desafío de la
escritura de textos así es que parezcan humanos y reproduzcan tensiones
humanas, pero que sigan siendo los objetos que hablan, que no pierdan su
identidad. De esa identidad surge su tragedia y surge su identificación con
tensiones humanas equivalentes.
–¿Qué reflexión espera que saquen los lectores
del libro?
–Creo que puede ser muy
variada porque depende con cuál instrumento se identifique el lector. Algunos
pueden que esten mas cercano que otros. En el fondo, cada relato hace de
espejo.
–¿Con qué artefacto se siente más cercano
usted?
–Yo, con todos. Con los
más dramáticos y menos dramáticos. Con los más humorísticos y lo más soñadores.
En algunos hay un rescate, en otros hay una miseria. Todos nos sentimos a veces
rescatados y a veces miserables.
–¿Qué lugar tiene este libro en una
carrera que ha hecho prosa y lírica?
–El relato corto lo he
trabajado desde el principio, entre otras cosas, y me ha gustado. Nunca lo he
dejado, aunque he cambiado de género o énfasis.
Desde el tema de la era prodigiosa, que era entre lo fantástico
y alegórico, hasta en la ciencia ficción en Viaje al reino de los deseos,
en la parodia del realismo en D. Juan de los manjares (estaba) lo poético.
No es que yo haga prosa
poética pero trato de refinar mucho el estilo, elevarle el tono como
corresponda. En estos relatos a veces se siente casi un tono poético pero con
un referente. La poesía lírica no tiene referente externo al texto, pero en
este libro siempre hay un referente externo al texto.
El tono lírico es una
forma de humanizar más al personaje. El mejor ejemplo es el que uno se imagina
imposible convertirlo en poesía: el monólogo del papel higiénico. Es el más
poético de todos los microrelatos: quiere salir de la desesperación de su
oficio soñando en convertirse en alas de ángel. Algo lo vuelve a la realidad:
saber que los ángeles no existen.
Aunque he pasado por diferentes géneros he encontrado distintas
maneras de cultivarlo (el relato corto). A veces con recursos míticos, a veces
con recursos poéticos y, en otros casos, partiendo de un material realista como
estos artefactos y como la fábula de La divina chusma.
En realidad estos textos son un paso adelante con respecto a La divina chusma.
FUENTE: Costa Rica.
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