Redención en la bruma victoriana
“La violación es un acto de odio”, dice la inglesa Anne Perry, que
aborda la venganza y la culpa en BCNegra y presenta su nueva entrega del
inspector Pitt
La escritora inglesa Anne Perry, en Barcelona. / GIANLUCA BATTISTA
Se huele el humeante té
victoriano y hasta se masca el barro de las trincheras de la I Guerra Mundial,
pero lo importante en las cuidadísimas series de novelas negrocriminales de
Anne Perry (Londres, 1938) está en el comportamiento de sus personajes ante los
dilemas a los que los arroja. Por ejemplo: acude a Barcelona la incluida entre
los 100 mejores autores del género del siglo XX segúnThe Times al festival BCNegra (se encontró con
sus lectores ayer en la Biblioteca Jaume Fuster) con nueva entrega (y van 28
solo de ésta) de su serie del detective en el Londres victoriano Thomas Pitt y
su esposa Charlotte, Medianoche en Marble Arch (Ediciones B), planteando la violación
de la mujer de un banquero, que al poco se suicida empujada por rumores y
prejuicios sociales a pesar de ser la víctima. “¿Debe denunciar el acto u
ocultarlo como sea? Si se denuncia, se acaba para siempre con la vida de esa
persona, la gente recordará el episodio hasta el fin, será un estigma que
arrastrará siempre… Para mí, o bien hay que olvidarlo o se sale por la venganza
personal, pero el estigma no puede quedar para siempre”.
La respuesta no es gratuita
si se rasca en la trastienda de Anne Perry, nacida Juliet Hulme, que en 1954, a
los 15 años, viviendo entonces en Nueva Zelanda, asesinó junto a su amiga
Pauline Parker a la madre de ésta golpeándola con un ladrillo para evitar que
las separaran. Menor de edad, saldó su culpa con cinco años de prisión, la
prohibición de volverse a ver y a hablar nunca más con su amiga del alma y las
más o menos veladas preguntas de los periodistas para siempre. “No, no exorcizo
ese episodio en mis novelas, no traducen nada de eso; yo ya escribía y contaba
historias antes de aquello”, dice más de dos décadas después de que
trascendiera públicamente aquel episodio de su adolescencia, que ha dado pie a
dos películas ya, la más famosa Criaturas celestiales (1994), en la cual Kate Winslet la
interpretaba. “No, tampoco escribiré nada específico: ya se ha hablado, escrito
y removido suficiente. Han pasado 60 años, por favor”, deja caer.
Reconduce rápido la charla
a la trama de su última obra publicada en España (va a dos por año: escribe
ocho horas al día, seis días por semana en su pueblecito escocés, junto a su
perro y sus cinco gatos): “Una violación no tiene nada que ver con un acto de
deseo incontrolable sino de violencia pura, de representación de poder, de
acecho, que deja huella indeleble en la víctima; conozco mujeres que no lo han
olvidado 50 años después… No sé aquí, pero en Gran Bretaña, además, solo se
condena al violador en tres de cada diez casos… La violación es un terrible
acto de odio”, sentencia.
También está el odio de la
víctima, que igual pide venganza, algo muy de moda en los héroes del siglo XXI.
“Puedo entender la rabia que te conduzca a una venganza, pero al final no vale
la pena: si te vengas te pones a nivel del asesino; si perdonas, estás en un
plano superior; la venganza personal no es admisible; la pasada por la
justicia, sí, porque si el crimen queda sin castigo facilitas la venganza
personal, y eso conduce automáticamente a la anarquía; de eso va la última obra
que ya estoy corrigiendo, Lancaster Gate”. Y deja caer: “Además, todos en algún
momento habremos hecho alguna cosa mala en la vida; tampoco sabemos si alguien
querrá vengarse por ello… Es difícil dar respuesta a lo que hay que hacer en
cada momento, pero perdonar siempre, de manera sistemática, también es un
error”.
El sustrato moral que
destilan tanto sus respuestas como encarnan sus personajes bebe mucho de la
fuerte creencia religiosa de Perry, proactiva mormona desde hace más de
cuarenta años. “Si lee toda mi obra sabrá en qué creo y por qué”, apunta. Ardua
labor: la bibliotecaAnne Perry la
conforman hoy más de sesenta títulos (26 millones de ejemplares vendidos), en
un elenco que van desde cartesianos cuentos de Navidad, un par de títulos de
fantasía con claro trasunto religioso, la serie de la I Guerra Mundial de los
tres hermanos Reavley y su pugna con un misterioso agente alemán infiltrado y
la de los dos policías victorianos, Thomas Pitt —con su bien conectada y
aristocrática mujer Charlotte—, y la de unas décadas anteriores pero también
victoriana figura del expolicía William Monk (por cierto, con brotes amnésicos)
y la enfermera veterana de Crimea Hester Latterly. “Cuando el eje es más
militar, médico o legal, el caso lo paso a Monk; si es más sociopolítico, se
los atribuyo a Pitt”, aclara quien se ha dicho que su obra es como leer a
William Tackeray pasado por el cedazo de Elmore Leonard. “Son dos nombres que
me gustan; yo leo especialmente a norteamericanos, como Michael Connelly,
Jeffery Deaver y Mark Giménez… Los autores británicos, en general, me parecen
más oscuros; también me gusta mucho Chesterton, pero más su poética estilística
que no la serie del padre Brown, y dicen que tengo un punto balzaquiano”. Con
el sabor literario de todos ellos sumerge a sus personajes entre las brumas de
la redención, los matices grises de la moral y una pespunteada reivindicación
feminista.
“Si no dotas a tus personajes de pasión no
se llega nunca al lector”
El último best
seller de Perry no
es, sin embargo, ningún libro sino un DVD de bello título, Put
your heart on the page, que tendrá en breve segunda entrega,
que son sus consejos para escribir. ¿Dónde está la clave? “Puedes aprender a
construir buenos argumentos y diálogos, a mantener el ritmo, a crear una gran
ambientación… pero si no tienes pasión por escribir y no transmites y dotas a
tus personajes de pasión es imposible que lo que hagas llegue a alguien; si no
quieres a tus personajes, si no les das motivos para hacer lo que hacen y por
qué, que eso les preocupe y explique sus actos, quiere decir que esos
personajes no te importan, y si no te importan a ti no le importan al lector”.
Asegura Perry que de todas
sus novelas, personajes y tramas no hace nunca un guion previo, asumiendo que
puede que en el futuro los estudiosos de su obra encuentren faltas de raccord. “Lo hago todo de memoria; lo tengo
todo en la cabeza”. El olvido es imposible, ¿no?
FUENTE: EL PAÍS
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