“El arte hecho por mujeres es menospreciado por
sistema”
La escritora Siri Hustvedt plantea en 'El mundo deslumbrante' un complejo
juego de máscaras y falsas identidades para examinar los prejuicios de género
que imperan en el arte.
La escritora Siri Hustvedt, en Berlín en 2010. / PABLO CASTAGNOLA
Todas las creaciones intelectuales y
artísticas, incluso las bromas, las ironías o las parodias, tienen mejor
recepción en la mente de las masas cuando estas saben que, en algún lugar
detrás de una gran obra o de un gran engaño, se encuentra una polla y un par de
pelotas”, reza el categórico inicio de El mundo deslumbrante (Anagrama), la nueva novela de Siri
Hustvedt (Minnesota, 1955). Su protagonista es Harriet Burden, personalidad
semiolvidada de la escena artística neoyorquina de los ochenta, convertida tras
su muerte en objeto de estudio por parte de críticos y académicos. Más que como
artista, fue conocida como esposa del poderoso marchante Felix Lord y
anfitriona de deliciosas fiestas que reunían a toda la intelectualidad de
Manhattan. Hasta que, en el tramo final de su vida, Harriet decidió orquestar
un curioso experimento: se sirvió de tres hombres que le sirvieron de fachada
para presentar sus propias creaciones ante el mundo. Escondida tras el rostro
de jóvenes de perfil multirracial y sexualidad líquida, Harriet fue aclamada
inmediatamente como una artista magistral.
Con su último artefacto narrativo,
inspirado en esa noción de “personalidad poética” que enunció su admirado
Kierkegaard, Hustvedt desenmascara “el prejuicio antifemenino en el mundo del
arte”, pero también “cómo las ideas inconscientes respecto a la raza, el género
y la celebridad influyen en la recepción de una determinada obra de arte”. Al
ver aparecer su figura longilínea en el bar del hotel parisiense que le sirve
de hogar durante un par de semanas, cabe preguntarse qué parte de la
experiencia de Harriet compartirá la escritora, eclipsada a ratos por la fama
cegadora de su marido, Paul Auster, pero cuya obra, que lleva dos décadas
oscilando entre la novela y el ensayo, es depositaria de un prestigio
intelectual seguramente mayor. Hustvedt respondió con pocos tapujos.
PREGUNTA. ¿Cómo
se alimentan sus novelas de sus ensayos?
RESPUESTA. Para mí, ficción y no ficción
son vasos comunicantes. Mi trabajo como investigadora siempre alimenta a mi
tarea de novelista, y viceversa. Lo bueno de la novela es que es un organismo
maleable, que logra absorber todo tipo de cosas. No debes ceñirte a un
argumento implacable y puedes introducir en ella ideas contradictorias. Se
trata de un formato más libre que el ensayo. He intentado introducir esa
flexibilidad y ambigüedad de planteamiento a mis obras de no ficción, pero no
funciona tan bien como en una novela.
P. Se la califica
a veces como “novelista de las ideas”. ¿Le disgusta esa etiqueta?
R. No, puedo aceptarla sin problemas. Es
cierto que me fascinan las ideas y que estas aparecen continuamente en mis
novelas. Lo que no significa que las escriba con la simple intención de
transmitir una idea de orden filosófico. Para mí, escribir ficción es como
ponerse una máscara. Pero no para esconderse, sino para revelarse.
P. En El
mundo deslumbrante, cita a Oscar Wilde: “Dad una máscara al hombre y os
dirá la verdad”. Pero Harriet se sirve de esa máscara no para revelarse a sí
misma, sino sobre todo para alterar la percepción que los demás tienen de ella.
R. Me inspiré en una idea recientemente
resucitada en psicología y neurociencia. En el siglo XIX, Hermann von Helmholtz
enunció un concepto al que llamó “inferencia perceptiva inconsciente”. Lo que
dijo es que raras veces logramos ver algo distinto de lo que estamos
predispuestos a ver. Es decir, que nuestra visión del mundo está determinada
por nuestras expectativas. Solo al darnos de bruces con algo extremadamente
novedoso se produce una inmensa explosión que logra invalidar esa tendencia.
P. Lo novedoso es
que introduzca esa teoría en el terreno del género.
R. Existen miles de ejemplos que
demuestran que existe un realce de lo masculino en todas las artes. Si vinculas
el nombre de un hombre a cualquier obra, será ensalzada. Si lo haces al de una
mujer, será menospreciada por sistema. A estas alturas, me parece innegable.
P. ¿No ha habido
ningún cambio desde los días de George Sand o las hermanas Brontë, forzadas a
hacerse pasar por hombres para que su obra se tomase en serio?
R. Existen ideas intrínsecas a nuestra
civilización que siguen plenamente vigentes. Lo masculino se sigue asociando al
intelecto y la cultura; lo femenino, al cuerpo y la naturaleza. Hay que ver
este debate en términos históricos. En Estados Unidos, las mujeres no pudieron
votar hasta 1920. En Francia e Italia, no fue hasta después de la Segunda
Guerra Mundial. Y en algunas partes de Suiza, agárrese, no fue hasta 1974. Se
decía que si votábamos, la democracia se hundiría. En muchas partes del mundo,
las mujeres no han sido ciudadanas plenas hasta hace pocas décadas. No es
sorprendente que el sexismo siga ahí. Y, a la vez, soy consciente de que hoy
nadie pide que se nos retire el derecho al voto, así que algo habremos
evolucionado.
P. ¿Por qué
ambientó este libro en el mundo del arte contemporáneo?
R. En Nueva York, el mundo del arte es
un microcosmos constituido por personas izquierdistas y biempensantes, que nunca
afirmarían que actúan siguiendo principios patriarcales ni se definirían como
sexistas, pese a que en el fondo lo sean. Todo el mundo sabe que el mundo de la
ciencia o el de la construcción son machistas. Llevarlo al terreno del arte me pareció mucho más estimulante.
P. Pero usted no
ha vivido lo mismo que Harriet, ¿o sí?
R. Es cierto que no he tenido su mismo
destino. No he sido ignorada, sino publicada e incluso celebrada. He tenido
bastante suerte. Pero, a la vez, tampoco escapo a ese tipo de prejuicios. Tengo
editores en algunos países que me mandan insistentemente portadas de color rosa
con imágenes de mujeres, ¡incluso para los dos libros que he escrito con
narradores masculinos! Para una escritora, el sexo es tan importante que lo
colorea todo de rosa, incluso literalmente.
P. Su personaje
sostiene que, durante décadas, se sintió solo “la anfitriona de las fiestas de
su marido”. A un nivel distinto, ¿se ha sentido usted tratada a veces como
simple consorte de Paul Auster?
R. Es un asunto complicado, ya que
también tiene que ver con la fama. Pero tal vez le puedo contar una anécdota
para responder a su pregunta. Hace unos años fui a Italia para promocionar uno
de mis libros. Se presentó un periodista a entrevistarme. Nada más llegar, me
soltó: “En realidad, no me interesan ni usted ni su libro. Solo me interesa su
marido. ¿Me podría hablar de él?”. Fue uno de esos casos en que la estupidez se
mezcla con la hostilidad. ¿Le sucedería algo así a un hombre? Podemos imaginar
alguna excepción, pero yo creo que no. A la vez, cuanto mayor me hago, más
claro tengo que como mujeres debemos ejercer el poder y la autoridad, y no
esperar a que nos den permiso para hacerlo.
Todo el mundo sabe
que el mundo de la ciencia o el de la construcción son machistas. Llevarlo al
terreno del arte me pareció mucho más estimulante"
P. En los
noventa, escribió un ensayo denunciando el puritanismo que invadía parte del
movimiento feminista estadounidense. ¿Sigue siendo el caso?
R. No, eso ha desaparecido. Las
feministas jóvenes no han renunciado a la sexualidad ni a losexy. Las chicas de hoy, como mi hija
Sophie, que tiene 27 años, ejercen un feminismo muy distinto. En los setenta sí
hubo mucho puritanismo, tal vez porque la mujer objeto era un concepto tan
poderoso que había necesidad de suprimirlo. Con el tiempo, nos hemos dado
cuenta de que somos sujetos sexuales y que no podemos renunciar a ello.
P. Incluso
estrellas del pop como Beyoncé o Taylor Swift hoy se presentan como feministas.
¿Las ve como tales?
R. Sí, estoy a favor de lo que proponen.
Beyoncé pretende rehabilitar la palabra feminista, que es algo que yo llevo
muchos años intentando. Hasta no hace tanto tiempo, pronunciar esa palabra en
público todavía provocaba muchos silencios incómodos.
P. En el libro,
describe a Harriet como “un monstruo” y la compara incluso con la criatura del
Doctor Frankenstein…
R. Es que Harriet se siente monstruosa y
la gente la ve como un ser monstruoso. Yo entiendo lo monstruoso como algo que
escapa a todo intento de categorización. Y ese es el caso de Harriet.
P. Lo que no
queda claro es quién actúa aquí de Doctor Frankenstein. ¿Quién sería el
responsable de la monstruosidad del personaje?
R. Qué bonita pregunta… [se para a
reflexionar un segundo]. Creo que ella misma es parcialmente responsable de su
situación, porque se trata de una mujer que se sabotea a sí misma. Pero también
existen otros responsables, como su familia y la cultura en la que creció.
P. Precisamente,
en un pasaje apunta que Harriet todavía recuerda el día en que su padre regresó
de la guerra, como si fuera un hecho traumático. El personaje pertenece a una
generación que maduró en un mundo gobernado temporalmente por mujeres, ya que
los hombres se encontraban en el frente. Pero, cuando regresaron, esa ilusión
de emancipación terminó bruscamente.
R. El relato de Harriet también es una
historia cultural. Habla de una generación de mujeres diez o quince años
mayores que yo, las primeras que accedieron en masa a la universidad, pero que
después no fueron contratadas por nadie y tuvieron que volver a la cocina. El
feminismo de los sesenta surge de esas mujeres enfrentadas a una involución. En
pocos años, el modelo de mujer pasó de ser Rosie the Riveter [icono de la mujer
obrera durante la guerra] al ama de casa con senos gigantes que se limitaba a
preparar el desayuno cada mañana.
P. En el libro
dice que las mujeres artistas son sistemáticamente ignoradas, con dos
excepciones: las ancianas y las que ya están muertas.
R. De nuevo, tiene que ver con el
estereotipo del objeto sexual. Por brillante que sea, una chica de veinte años
no encaja en la categoría heroica de los genios. Cuando una mujer envejece y
deja de contar con una sexualidad deseable, entonces puede producirse ese
reconocimiento. Existen muchos ejemplos que lo demuestran, como Joan Mitchell,
Lee Krasner, Alice Neal o Louise Bourgeois. Harriet es tan iracunda como esta
última.
P. A Harriet
también la llaman loca para desacreditarla…
R. Es otro estereotipo habitual, pese a
que Harriet no esté loca. Es neurótica e inestable y no se puede confiar en
ella, pero no tiene nada de loca. Esos desequilibrios me fascinan. La
psiquiatría y la neurociencia me parecen la mejor manera de comprender en qué
consiste lo humano.
P. ¿Por qué la
neurosis, omnipresente en su obra, tiene tan mala prensa, cuando es claramente
un signo de los tiempos?
R. Porque a todos nos gusta vernos —a
nosotros mismos y al mundo en que vivimos— como mucho más coherentes de lo que
somos. Intentamos definir el mundo a través de un puñado de categorías
cognitivas, pero nuestra experiencia siempre logra desbordarlas, lo que produce
ansiedad y temor. Una de las grandes funciones de la novela es explorar esa
realidad pavorosa en un marco puramente estético, sin los riesgos que uno
tomaría en la vida real.
P. Al quedarse
viuda, Harriet se muda a Brooklyn, escapando de esa intelectualidad de
Manhattan que tanto aborrece. Y usted, ¿se fue a vivir allí por esa razón?
R. En realidad solo me instalé con mi marido, que ya vivía allí cuando lo conocí. De eso hace treinta años y éramos
demasiado pobres para poder vivir en Manhattan. Paradójicamente, Brooklyn ha
acabado volviéndose chic y carísimo…
P. ¿Le sorprende
asistir a ese cambio?
R. Debo reconocer que es desconcertante.
Al principio me dije: “Qué bien, por fin podré comprar un pan decente en
tiendas gourmet”.Hasta que, un día, entendí que las cosas habían llegado demasiado lejos. El
otro día cerró nuestra tintorería y los dueños de la tienda de la esquina
acaban de recibir un aviso para marcharse inmediatamente. La gentrificación deja de ser buena cuando se transforma en avaricia inmobiliaria.
FUENTE: EL PAÍS
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