Luz entre las cenizas
Akutagawa
Ryunosuke, conocido por los relatos que inspiraron a Akira Kurosawa en
'Rashomon', fue tambien un conspicuo escritor de 'haikus.
El escritor japonés Ryunosuke Akutagawa (Tokio, 1892 - 1927).
En la ceniza
escribo. Akutagawa Ryunosuke.
Dice Ki no Tsurayuki en su prefacio de la antología deKokinwakashu (Colección de poemas antiguos y modernos), compilada a principios del siglo X, que la poesía japonesa nace del corazón de los hombres. Quizás por eso no hay japonés que se precie que no haya escrito un haiku alguna vez. Por eso, no resulta del todo extraño que un narrador como Akutagawa Ryunosuke (1892-1927) sea también un consumando haijin con una producción que roza los mil doscientos poemas, pese a no figurar como poeta en ninguna de las principales obras sobre este género dentro y fuera de nuestro país. Así nos lo advierte Fernando Rodríguez-Izquierdo en su introducción de la antología En la ceniza escribo, en la que Satori Ediciones recoge una selección de estas breves composiciones poéticas de Akutagawa traducidas y comentadas por Rodríguez-Izquierdo.
Aunque pasa por ser uno de los autores japoneses más internacionales, Akutagawa Ryunosuke nos suena, sobre todo, por ser el autor de los dos relatos en los que está basada la película Rashomon de Akira Kurosawa: En el bosque y Rashomon. Estos dos cuentos, como gran parte de la producción literaria de este maestro de narradores, beben de las fuentes de la literatura clásica japonesa, sobre todo de las narraciones contenidas en el Konjaku monogatari, donde él encontró un caudal inagotable de personajes y situaciones que representaban la esencia del Japón tradicional. Toda su obra está marcada por esta fascinación por la literatura clásica que él se encargará de actualizar. Con su afilado bisturí, se adentra en los más alejados rincones de la psicología de personajes que forman parte del acervo popular y la tradición literaria, como ocurre en el mencionado En el bosque, en el que se dan hasta siete versiones del relato de un crimen.
Como contrapunto, era gran conocedor y amante de la literatura occidental. Poe, Baudelaire y Wilde figuraban entre sus autores favoritos. De hecho, se especializó en Literatura Inglesa en la entonces Universidad Imperial de Tokio y, durante un tiempo, fue profesor de inglés. Sobre todo, era un empedernido lector y un estudiante brillante. Además, casi desde que empezó a escribir, también fue un autor de éxito. Su relato La nariz (1916) le gustó tanto al gran maestro Natsume Soseki que le escribió una carta personal en la que le aseguraba: "Si reúnes otros veinte o treinta cuentos como estos, no habrá nadie en el mundo literario que pueda igualarte". Desde 1935, un premio literario, que con el paso del tiempo se convirtió en uno de los más prestigiosos de Japón, lleva su nombre.
Pese a todo, su vida estuvo marcada por la angustia que le ocasionaba heredar la enfermedad mental que sufrió su madre y su delicada salud, por sus frecuentes periodos de insomnio, neurastenia y alucinaciones. Se quitó la vida, a los 35 años, con una dosis mortal de Veronal. En su nota de despedida confesó una "vaga sensación de ansiedad" sobre su "propio futuro".
Sobre la verdad del haiku, sobre su esencia y su significado, se ha escrito mucho y se seguirá escribiendo. Puede que cada vez más, si tenemos en cuenta la difusión que esta forma poética ha tenido en los últimos años en países como el nuestro y la gran cantidad de poetas de distinto pelaje que lo cultivan con mayor o menor acierto. A esta breve composición de 17 sílabas se refiere Rodríguez-Izquierdo en su libro El haiku japonés con estás sencillas palabras, que no se alejan tanto de la definición de haiku que hizo el haijin más grande de la historia, Matsuo Basho: "El haiku revela la emoción de un hombre en un instante, y en este sentido es un estado del alma".
Si el haiku es un estado del alma, un momento sublime de conexión del hombre con la naturaleza, ¿qué podemos esperar de los haikus de Akutagawa Ryunosuke? Ni más ni menos que gotas condensadas de su literatura. Según Rodríguez-Izquierdo, "gran parte de la personalidad" del escritor está en sus haikus.
En algunos de ellos, su mirada se vuelve a los valores estéticos del pasado, el poeta se convierte por un instante en ermitaño, como si fuese un moderno Kamo no Chomei, ensimismado por la belleza de lo sencillo: "Florece un lirio / sobre el techo de paja / de la cabaña". En otros queda al descubierto su homenaje a los clásicos del género: "Nubes distantes; / con espigas se mezclan / las amapolas". También reinventa las normas para incluir el yo en un tipo de poesía que excluye lo personal: "Barrio a través, paseo; / y en un cielo impensado, / ¡fuegos artificiales!". Otros son, sencillamente, de inigualable belleza, como éste cuyo primer verso da título a la antología: "En la ceniza escribo / un nombre de mujer / al calor del brasero".
Los hay también que parecen responder a un enigma, nos dan las claves sobre la actitud vital de su autor, como éste en el que el lector imaginativo puede encontrar ciertas reminiscencias budistas: "Caen chispas de las tracas. / Pudo el agua alterarse, / mas sigue en calma".
Dijo de él Jorge Luis Borges que "la extravagancia y el horror están en sus páginas, pero no en el estilo, que siempre es límpido": "Vuela ya al alba: / pájaro mosquitero / que agora muertes".
A través de los 70 poemas de esta antología, Akutagawa Ryunosuke despliega un abanico en el que hay pintado un paisaje inacabado. Al lector le toca completarlo, leer entre líneas, intentar compartir con el poeta ese breve instante de conexión con el mundo a través de la poesía.
Dice Ki no Tsurayuki en su prefacio de la antología deKokinwakashu (Colección de poemas antiguos y modernos), compilada a principios del siglo X, que la poesía japonesa nace del corazón de los hombres. Quizás por eso no hay japonés que se precie que no haya escrito un haiku alguna vez. Por eso, no resulta del todo extraño que un narrador como Akutagawa Ryunosuke (1892-1927) sea también un consumando haijin con una producción que roza los mil doscientos poemas, pese a no figurar como poeta en ninguna de las principales obras sobre este género dentro y fuera de nuestro país. Así nos lo advierte Fernando Rodríguez-Izquierdo en su introducción de la antología En la ceniza escribo, en la que Satori Ediciones recoge una selección de estas breves composiciones poéticas de Akutagawa traducidas y comentadas por Rodríguez-Izquierdo.
Aunque pasa por ser uno de los autores japoneses más internacionales, Akutagawa Ryunosuke nos suena, sobre todo, por ser el autor de los dos relatos en los que está basada la película Rashomon de Akira Kurosawa: En el bosque y Rashomon. Estos dos cuentos, como gran parte de la producción literaria de este maestro de narradores, beben de las fuentes de la literatura clásica japonesa, sobre todo de las narraciones contenidas en el Konjaku monogatari, donde él encontró un caudal inagotable de personajes y situaciones que representaban la esencia del Japón tradicional. Toda su obra está marcada por esta fascinación por la literatura clásica que él se encargará de actualizar. Con su afilado bisturí, se adentra en los más alejados rincones de la psicología de personajes que forman parte del acervo popular y la tradición literaria, como ocurre en el mencionado En el bosque, en el que se dan hasta siete versiones del relato de un crimen.
Como contrapunto, era gran conocedor y amante de la literatura occidental. Poe, Baudelaire y Wilde figuraban entre sus autores favoritos. De hecho, se especializó en Literatura Inglesa en la entonces Universidad Imperial de Tokio y, durante un tiempo, fue profesor de inglés. Sobre todo, era un empedernido lector y un estudiante brillante. Además, casi desde que empezó a escribir, también fue un autor de éxito. Su relato La nariz (1916) le gustó tanto al gran maestro Natsume Soseki que le escribió una carta personal en la que le aseguraba: "Si reúnes otros veinte o treinta cuentos como estos, no habrá nadie en el mundo literario que pueda igualarte". Desde 1935, un premio literario, que con el paso del tiempo se convirtió en uno de los más prestigiosos de Japón, lleva su nombre.
Pese a todo, su vida estuvo marcada por la angustia que le ocasionaba heredar la enfermedad mental que sufrió su madre y su delicada salud, por sus frecuentes periodos de insomnio, neurastenia y alucinaciones. Se quitó la vida, a los 35 años, con una dosis mortal de Veronal. En su nota de despedida confesó una "vaga sensación de ansiedad" sobre su "propio futuro".
Sobre la verdad del haiku, sobre su esencia y su significado, se ha escrito mucho y se seguirá escribiendo. Puede que cada vez más, si tenemos en cuenta la difusión que esta forma poética ha tenido en los últimos años en países como el nuestro y la gran cantidad de poetas de distinto pelaje que lo cultivan con mayor o menor acierto. A esta breve composición de 17 sílabas se refiere Rodríguez-Izquierdo en su libro El haiku japonés con estás sencillas palabras, que no se alejan tanto de la definición de haiku que hizo el haijin más grande de la historia, Matsuo Basho: "El haiku revela la emoción de un hombre en un instante, y en este sentido es un estado del alma".
Si el haiku es un estado del alma, un momento sublime de conexión del hombre con la naturaleza, ¿qué podemos esperar de los haikus de Akutagawa Ryunosuke? Ni más ni menos que gotas condensadas de su literatura. Según Rodríguez-Izquierdo, "gran parte de la personalidad" del escritor está en sus haikus.
En algunos de ellos, su mirada se vuelve a los valores estéticos del pasado, el poeta se convierte por un instante en ermitaño, como si fuese un moderno Kamo no Chomei, ensimismado por la belleza de lo sencillo: "Florece un lirio / sobre el techo de paja / de la cabaña". En otros queda al descubierto su homenaje a los clásicos del género: "Nubes distantes; / con espigas se mezclan / las amapolas". También reinventa las normas para incluir el yo en un tipo de poesía que excluye lo personal: "Barrio a través, paseo; / y en un cielo impensado, / ¡fuegos artificiales!". Otros son, sencillamente, de inigualable belleza, como éste cuyo primer verso da título a la antología: "En la ceniza escribo / un nombre de mujer / al calor del brasero".
Los hay también que parecen responder a un enigma, nos dan las claves sobre la actitud vital de su autor, como éste en el que el lector imaginativo puede encontrar ciertas reminiscencias budistas: "Caen chispas de las tracas. / Pudo el agua alterarse, / mas sigue en calma".
Dijo de él Jorge Luis Borges que "la extravagancia y el horror están en sus páginas, pero no en el estilo, que siempre es límpido": "Vuela ya al alba: / pájaro mosquitero / que agora muertes".
A través de los 70 poemas de esta antología, Akutagawa Ryunosuke despliega un abanico en el que hay pintado un paisaje inacabado. Al lector le toca completarlo, leer entre líneas, intentar compartir con el poeta ese breve instante de conexión con el mundo a través de la poesía.
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