Terrores cotidianos
La escritora argentina Samanta Schweblin.
Samanta Schweblin logra con el libro de cuentos 'Siete casas vacías' infundir desasosiego a partir de personajes excéntricos y la apelación a lo extraño
Samanta Schweblin construye con pericia atmósferas agobiantes y
personajes desesperados. Sabe crear historias a partir del extrañamiento, de
situaciones desorbitadas que dejan un poso de perplejidad en el lector.
Ganadora del Premio de Narrativa Breve Ribera del Duero con 'Siete casas
vacías' (Páginas de Espuma), Schweblin vuelve a llevar al extremo el principio
de verosimilitud. Y no solo sale airosa del trance, sino que lo supera con
brillantez. En este gran libro de cuentos Schweblin aborda el sentimiento de
orfandad, la violencia emocional, los estragos de la enfermedad, asuntos que instilan
en el lector una experiencia similar a los que infunden los cuentos de terror.
Porque la escritora argentina se mueve con destreza para que cada relato se
convierta en una pesadilla absorberte.
'Siete casas vacías' reúne cuentos que causan
desasosiego. Una hija que acompaña a su madre en la invasión de espacios
ajenos, un hombre que oculta que su familia anda desnuda en el jardín, un
desconocido compra a una niña unas bragas negras con corazoncitos. Situaciones
que abocan a un mundo que roza lo absurdo y bordea lo onírico de un modo
siempre desconcertante. Es el lector el que tiene atar cabos sueltos,
recomponer lo desmembrado para encontrar un sentido a las narraciones, por las
que pululan parejas rotas, ropa empaquetada e hijos muertos.
La escritora fía a la sencillez y a la
economía expresiva la eficacia de su prosa, que descuella por ser certeza y
veloz. Y a unos escenarios que inspiran vacío y soledad, lugares cotidianos con
una carga de crueldad soterrada que resulta atroz. Los acontecimientos de estos
cuentos se resuelven en garajes, jardines, pórticos, lugares que acaban
ahogando y recreando el paisaje de un realismo alucinado. Las casas se ven
siempre desde afuera, como si saliendo del recinto cerrado los personajes
pudieran resolver sus conflictos.
Schweblin, que actualmente vive en Alemania,
donde imparte talleres de escritura creativa, se mantiene fiel al cuento, un
género maltratado por las editoriales y considerado por los malos escritores
como un aprendizaje, una forma de hacer puños para acometer empresas
supuestamente más escarpadas, como la novela. Y en el cuento ha invertido
muchas energías, aunque a cambio ha recibido también muchas gratificaciones.
Con su primer libro de cuentos, 'El núcleo del disturbio' (2002) se adjudicó el
premio Haroldo Conti y el del Fondo Nacional de las Artes de su país. 'Pájaros
en la boca' (publicado en España por Lumen en 2010) fue traducido a más de una
docena de lenguas y ganó el premio Casa de las Américas. En su palmarés se
incluye también el prestigioso galardón Juan Rulfo.
Tensión narrativa
En 'Siete casas vacías', la prosista
argentina vuelve a mostrar su dominio de la tensión narrativa, un ingrediente
imprescindible en sus relatos. En repetidas ocasiones Schweblin ha reconocido
que sin ese elemento, sin ese estirar la cuerda, no puede escribir. A esta
intensidad de la lectura contribuye la importancia de lo no enunciado, de lo no
escrito, con lo que Schweblin sigue la tradición de maestros de la narrativa
breve como Cheever, Salinger o Flannery O'Connor.
Un nexo que dota de unidad al libro es la
presencia acusada de la incomunicación, de igual modo que las relaciones
paterno-filiales van armando la estructura del volumen. Otro ingrediente de los
cuentos es la presencia de personajes al borde de la locura, un extravío mental
que habla de modo elocuente de la insensatez de la realidad que nos circunda.
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