Karl Marx en zapatillas
La Editorial Debate publica una biografía
capital sobre Marx que rompe con todos los tópicos y narra el lado más humano
de este pensador considerado por unos un santo y por otros un demonio
1. El retrato más difundido del pensador. 2. Karl Marx y su fiel amigo Friedrich, junto a las hijas del primero. 3. El filósofo, en otra imagen familiar, vivió acosado por las deudas.
Se lee con auténtico
interés la biografía de Karl Marx publicada por Francis Wheen en 1999,
recuperada hoy por la editorial Debate. De la importancia de este volumen da
cuenta César Rendueles en su introducción: "Se trata de uno de los pocos
intentos que se han realizado por relacionar los acontecimientos de la vida de
Marx con su entorno cultural y político de un modo comprensible y empático, por
entender a Marx no como un héroe, un demonio o un santo, sino como un ser humano
que vivió con intensidad su propia época". Los resultados quizás
desconcierten a algún despistado. ¿Qué otra cosa podía ser Marx sino un hombre
como usted y como yo? Rendueles nos da una pista. Según quien hable o escriba
de él, Marx es una figura épica o un perfecto canalla, un dios ateo (y para
ateos) o una criatura surgida de los abismos para sembrar el caos en el mundo.
En esto, Marx hace pensar en Maquiavelo, a quien lectores interesados de la
Historia convirtieron en lo que jamás fue: un malvado de tragedia shakesperiana
que espera a su víctima oculto tras los cortinajes del salón, con una daga
traicionera contra el pecho.
Según quien hable de Marx, como digo, este gran pensador ha sido o bien ensalzado hasta cotas extremas o bien arrastrado por el barro, sacralizado y demonizado con igual ímpetu y discutibles resultados. Sus admiradores han convertido su persona en un tótem y sus obras en una especie de Sagradas Escrituras, intocable él, indiscutibles ellas. Sus detractores, en cambio, consideran a Marx un enviado de Satanás y El capital, una versión críptica del Necronomicón. Parece broma, pero Francis Wheen saca a colación, entre otros muchos posibles, el caso de Richard Wurmbrand, quien sostenía que Marx era miembro destacado de una iglesia satánica tan secreta, tan secreta, que ni siquiera se tenían noticias de su existencia (!). A Marx lo han responsabilizado de cuantas barbaridades se han hecho en su nombre (que él habría denunciado de haber sabido de ellas). Wheen corta este nudo gordiano con un tajo contundente: "Si hubiese vivido unos años más [Marx murió en Londres en 1883], seguro que algún osado periodista le habría señalado como principal sospechoso de los crímenes de Jack el Destripador [ocurridos en 1888]".
A Wheen le interesa el hombre más que el pensador, el hombre de familia, el marido, el padre, el ciudadano que cargó con los suyos desde Alemania hasta Inglaterra, con sendas estancias en Francia y Bélgica, exiliado a causa de sus ideas políticas, crítico audaz de la gran economía europea y pésimo gestor de la pequeña economía doméstica. Sin duda, a más de uno le sorprenderá descubrir que Marx vivió la mayor parte de su vida agobiado por las deudas, pidiendo préstamos a parientes y amigos (en especial a su fiel Friedrich Engels), empeñando y desempeñando sus escasas pertenencias según soplara el viento, mudándose a casas cuyos alquileres le sobrepasaban, gastando lo poco o mucho que gana ora en cosas superfluas ora en la lucha obrera. Su familia pasó auténticas penurias, perdió a tres hijos a muy corta edad, y él únicamente intentó en un par de ocasiones, sin demasiado empeño, encontrar un empleo fijo para asegurar un plato de comida a los suyos. Se había consagrado a la defensa de la clase trabajadora y a la denuncia de la lógica perversa del capitalismo en todas sus formas y la llamarada de esta empresa redujo a cenizas todo lo demás.
Cuando se instaló en Inglaterra, la policía prusiana envió regularmente espías para que dieran cuenta de sus movimientos; el informe de uno de ellos es iluminador: "Lleva una vida de auténtico intelectual bohemio. En contadas ocasiones lava, cepilla o cambia la ropa de la casa. Además, le gusta emborracharse. Si bien a menudo no hace nada durante varios días seguidos, cuando tiene mucha tarea trabaja día y noche con infatigable tesón. No tiene horas fijas para ir a dormir o para despertarse. A menudo se queda despierto toda la noche y luego se tumba totalmente vestido en el sofá a mediodía y duerme hasta la noche, sin que le molesten las idas y venidas de todo el mundo". Ese hombre, tan parecido a tantos otros, reflexionó sobre las relaciones socio-económicas de signo capitalista y sus consecuencias con pasmosa lucidez: "Al madurar el capitalismo, predecía Marx -escribe Wheen-, veríamos recesiones periódicas, una dependencia cada vez mayor de la tecnología y el surgimiento de inmensas empresas cuasi monopolistas, que extenderían sus pegajosos tentáculos por todo el mundo en busca de nuevos mercados que explotar". Un retrato veraz de nuestra época.
Hoy, la estrategia es ningunear a Marx, no demonizarlo. Hoy, la estrategia es tachar de inútil su diagnóstico. La verdad es muy otra, por desgracia. La crisis que estamos viendo y viviendo de 2008 a esta parte demuestra que los análisis marxistas no andaban descaminados, aunque en algún punto hayan quedado desfasados por la enormidad de los hechos. Imagino que al mismísimo Marx le habría aterrado las dimensiones del monstruo que había visto desovar en la Inglaterra decimonónica. En algún momento, Marx dudó de la capacidad del pueblo para emprender la lucha por sus derechos. También acertó en esto, lamentablemente.
Según quien hable de Marx, como digo, este gran pensador ha sido o bien ensalzado hasta cotas extremas o bien arrastrado por el barro, sacralizado y demonizado con igual ímpetu y discutibles resultados. Sus admiradores han convertido su persona en un tótem y sus obras en una especie de Sagradas Escrituras, intocable él, indiscutibles ellas. Sus detractores, en cambio, consideran a Marx un enviado de Satanás y El capital, una versión críptica del Necronomicón. Parece broma, pero Francis Wheen saca a colación, entre otros muchos posibles, el caso de Richard Wurmbrand, quien sostenía que Marx era miembro destacado de una iglesia satánica tan secreta, tan secreta, que ni siquiera se tenían noticias de su existencia (!). A Marx lo han responsabilizado de cuantas barbaridades se han hecho en su nombre (que él habría denunciado de haber sabido de ellas). Wheen corta este nudo gordiano con un tajo contundente: "Si hubiese vivido unos años más [Marx murió en Londres en 1883], seguro que algún osado periodista le habría señalado como principal sospechoso de los crímenes de Jack el Destripador [ocurridos en 1888]".
A Wheen le interesa el hombre más que el pensador, el hombre de familia, el marido, el padre, el ciudadano que cargó con los suyos desde Alemania hasta Inglaterra, con sendas estancias en Francia y Bélgica, exiliado a causa de sus ideas políticas, crítico audaz de la gran economía europea y pésimo gestor de la pequeña economía doméstica. Sin duda, a más de uno le sorprenderá descubrir que Marx vivió la mayor parte de su vida agobiado por las deudas, pidiendo préstamos a parientes y amigos (en especial a su fiel Friedrich Engels), empeñando y desempeñando sus escasas pertenencias según soplara el viento, mudándose a casas cuyos alquileres le sobrepasaban, gastando lo poco o mucho que gana ora en cosas superfluas ora en la lucha obrera. Su familia pasó auténticas penurias, perdió a tres hijos a muy corta edad, y él únicamente intentó en un par de ocasiones, sin demasiado empeño, encontrar un empleo fijo para asegurar un plato de comida a los suyos. Se había consagrado a la defensa de la clase trabajadora y a la denuncia de la lógica perversa del capitalismo en todas sus formas y la llamarada de esta empresa redujo a cenizas todo lo demás.
Cuando se instaló en Inglaterra, la policía prusiana envió regularmente espías para que dieran cuenta de sus movimientos; el informe de uno de ellos es iluminador: "Lleva una vida de auténtico intelectual bohemio. En contadas ocasiones lava, cepilla o cambia la ropa de la casa. Además, le gusta emborracharse. Si bien a menudo no hace nada durante varios días seguidos, cuando tiene mucha tarea trabaja día y noche con infatigable tesón. No tiene horas fijas para ir a dormir o para despertarse. A menudo se queda despierto toda la noche y luego se tumba totalmente vestido en el sofá a mediodía y duerme hasta la noche, sin que le molesten las idas y venidas de todo el mundo". Ese hombre, tan parecido a tantos otros, reflexionó sobre las relaciones socio-económicas de signo capitalista y sus consecuencias con pasmosa lucidez: "Al madurar el capitalismo, predecía Marx -escribe Wheen-, veríamos recesiones periódicas, una dependencia cada vez mayor de la tecnología y el surgimiento de inmensas empresas cuasi monopolistas, que extenderían sus pegajosos tentáculos por todo el mundo en busca de nuevos mercados que explotar". Un retrato veraz de nuestra época.
Hoy, la estrategia es ningunear a Marx, no demonizarlo. Hoy, la estrategia es tachar de inútil su diagnóstico. La verdad es muy otra, por desgracia. La crisis que estamos viendo y viviendo de 2008 a esta parte demuestra que los análisis marxistas no andaban descaminados, aunque en algún punto hayan quedado desfasados por la enormidad de los hechos. Imagino que al mismísimo Marx le habría aterrado las dimensiones del monstruo que había visto desovar en la Inglaterra decimonónica. En algún momento, Marx dudó de la capacidad del pueblo para emprender la lucha por sus derechos. También acertó en esto, lamentablemente.
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