Relatos
ganadores del XXV. Certamen Literario Pedro de Atarrabia
Acta de la reunión del
Jurado
El jurado de la XXV edición del Certamen Literario Pedro de
Atarrabia 2015, integrado por doña Rosa Regàs, don Fernando Marías, don Felipe
Juaristi, don José Mª Romera y don José Vicente Urabayen, reunido en
Villava-Atarrabia el día 13 de noviembre, hace constar lo siguiente:
1.- A la presente
convocatoria han concurrido: 1.023 relatos en la modalidad de castellano y 17
relatos en la modalidad de euskera.
2.- Realizadas las consiguientes deliberaciones, el jurado ha
decidido conceder por unanimidad el Premio Pedro de Atarrabia, en
la modalidad de castellano, dotado con 2.500 €, al relato
“Justicia poética”, presentado bajo el seudónimo “Miguel Serrablo”, con el
número 547, que corresponde a Alberto Jodra Marcos, de Zaragoza.
3.-
Realizadas las consiguientes deliberaciones, el jurado ha decidido conceder por
unanimidad el Premio Pedro de Atarrabia, en
la modalidad de euskera, dotado con 2.500 €, al relato
“Silikonazko sabela”, presentado bajo el seudónimo “Zuberoa Oteiza”, con el
número 14, que corresponde a Estibaliz Martínez Díaz de Cerio, de Iruñea.
Relato ganador en castellano
Justicia poética De
Miguel Serrablo (seudónimo)
Gabriel
se esfuerza por no mirar. Trata de fijar su atención en las nubes que navegan
hacia paisajes remotos, ¿pero quién puede resistirse? Si al menos se dieran
prisa. Cierto que fusilar a tres hombres obliga a liturgias inquebrantables,
pero el teniente se está recreando en exceso. Hace tiempo que persigue un
triunfo así y desea disfrutarlo al máximo. Cambia a los desdichados tres veces
de sitio, buscando sin duda la mejor estampa, y no puede evitar pronunciar un
discurso patriótico y exaltado, como si en vez de matarlos contra la tapia
estuviesen en la arena de un circo. Gabriel es consciente de que se exhibe por
él, para que después comparta detalles con todo aquél que pregunte, y por eso
la forzada indiferencia que trata de mostrar le resulta asimismo tan incómoda.
Igual si presto atención terminamos de una vez con esto, se dice, y entre ese
pensamiento tramposo y la querencia natural del ojo a mirar donde no debe, deja
volar las nubes y atiende al fusilamiento. No es que sea un mero espectador sin
oficio ni beneficio. Está allí trabajando, los tres ataúdes de madera que hay
en el carro así lo atestiguan. No están hechos a medida, pero eso importa poco.
Apenas le han avisado, ha enganchado la mula, ha cargado tres féretros de los
que tiene ya preparados y se ha encaminado hacia el cementerio. Hace semanas
que se lo tienen dicho, Desbroza ese rincón y estate listo, que van a caer como
moscas. Así que cortó la madera, hizo los ocho ataúdes que le habían pedido y
limpió de matojos y piedras el prado que se extiende detrás del camposanto. Han
pasado seis días desde que lo dejó todo a punto, a la espera de que los
augurios del teniente se cumpliesen. Después, a seguir con sus rutinas hasta
recibir aviso. Han mandado a un crío para dar la alerta. Gabriel, que dice el
teniente que han cogido a tres y los van a llevar donde tú ya sabes. Estaba
almorzando, así que dedujo que no iban a esperar hasta el amanecer del día
siguiente y al terminar de comer se puso en camino. Pastor se hizo el remolón,
se quedaba recostado junto al fuego mientras Gabriel cogía la pala y enganchaba
la mula, pero luego les ha dado alcance con ese trote de lobo que algún
antepasado inventó para cazar por extenuación. 2 Entonces siempre hace lo
mismo, se adelanta, se pierde de vista, se acomoda en un otero a la vera del
camino y deja que Gabriel pase, mirándolo en la distancia con sobriedad de
apache. Después viene otra carrera, y otra, y otra más, como si tuviese
memorizados los senderos por etapas. Es su forma de tenerlo todo bajo control,
piensa Gabriel mientras siente la mirada del perro en la espalda. Sería una
estupidez admitirlo, pero esa extraña forma de proceder le hace sentirse a
salvo. Como ha llegado temprano, ha tenido tiempo incluso para excavar las tres
fosas, ese terreno es muy blando y las lluvias de la semana pasada lo han
dejado perfecto para sepultar cuerpos. Cuando han aparecido los guardias con
los tres prisioneros, Gabriel ya estaba sentado en el pescante del carro, con
la pala sucia de barro y Pastor enroscado a sus pies, durmiendo la siesta que
creía ya perdida. «Coño Gabriel» le ha dicho el teniente con una sonrisa,
«parece que tengas tú más prisa aún que yo en deshacerte de éstos» Los
detenidos no han prestado atención a las fosas, tan sólo uno de ellos ha tenido
el gesto reflejo de asomarse un poco para ver el fondo, pero vienen tan
apaleados que bastante hacen con guardar el equilibrio y mover un pie detrás de
otro. Gabriel los ha observado un momento para ver si conocía a alguno, pero
son los tres forasteros, condenados a morir lejos de casa. Luego ha desviado su
atención al cielo con la esperanza de que el desenlace fuese rápido, pero qué
va, el teniente aún los cambia otra vez de sitio, mide los pasos para fijar el
pelotón de fusilamiento y repite su arenga patriótica, gritándole a las
montañas con la certeza de que los demás bandidos están por allí, mirando desde
los riscos. Por fin, los tres condenados están maniatados contra la tapia.
Desde el pescante del carro, Gabriel puede ver la escombrera de tumbas que se
extiende al otro lado. Nadie quiere a un criminal enterrado a un palmo suyo,
así que los cuerpos de estos hombres se los comerán los gusanos de extramuros,
donde por lo general no caen sino huesitos pelados que Gabriel amontona allí
cuando desaloja un sepulcro. No les pongas ni una cruz, ha dicho el teniente al
calibrar las fosas, algo decepcionado al descubrirlas tan profundas. Si no
fuese porque tiene instrucciones de guardar cierto decoro, ofrecería los
cuerpos a las alimañas. 3 Las tumbas no son nubes, no se mueven, no forman
compactas naves en busca de nuevos mundos, sino que permanecen estáticas y
tenaces, ancladas a la perpetuidad del suelo. Es la mirada la que tiene que
moverse, y en el recorrido que los ojos hacen por este pútrido paisaje es inevitable
embarrancar en el rostro de esos hombres. Gabriel es lo contrario a un
individuo emocional, hay quien afirma incluso que tiene la sangre empozada en
los pies, pero hay que ser de una naturaleza muy extraña y miserable para
observar impávido el gesto de un hombre que va a morir. El teniente les ha
negado incluso la ceremonia ancestral de vendar los ojos, creyendo que de esta
manera les provocaba más daño, cuando en realidad está perjudicando la
serenidad de sus soldados. Por muchos enemigos que hayas matado, jamás será lo
mismo derribarlos a distancia que acribillarlos a seis pasos, con las manos
atadas y mirándote con expresión de horror y súplica. Formar parte de un
pelotón de fusilamiento sólo se puede sobrellevar si te convences de que estás
haciendo prácticas, disparándole al espantapájaros de aserrín y cáñamo, pero un
rostro con mirada es imposible de obviar, se paralizan las manos y el corazón
se encharca de niebla. De los tres hombres, uno de ellos parece estar más
sereno, o al menos no gesticula con la desesperación que muestran los otros
dos. Se diría que tiene el evento ensayado, si es que algo así puede prepararse
por anticipado. En la vida de un bandido, han de ser muchas las noches en las
que se temerá este momento, largas horas junto al fuego con los labios
apretados y la mirada perdida en las llamas. El susurro de la muerte silba
siempre en los oídos, pero no ha de sentirse igual que cuando caes fulminado en
una veloz refriega. En un fusilamiento, al vértigo de la oscuridad se añade el
regocijo del otro, que te acompaña al abismo y te empuja sin miramientos. No
hay maleante en el mundo que ignore la pesadilla de morir ajusticiado, pero han
de ser muy pocos los que lleguen preparados a tan decisivo instante. Este
hombre, al parecer, ha pensado mucho en ello, pues ejerce un control férreo de
sus emociones y no se deja contaminar por la opresión de esta escena. Al
contrario, se ha separado medio paso del lugar que le asignaron, como si
quisiera dejar constancia de que fue moldeado con otro barro. No puedo escoger
con quien morir, parece decir en silencio, pero que no nos entierren juntos.
Mastica una brizna de hierba entre los dientes, y cultiva un gesto arrogante
que contrasta con la pobreza de sus ropajes. En un momento dado, quizás al
sentirse observado, este hombre 4 impasible desvía su atención del pelotón de
soldados y repara en la presencia de Gabriel, encaramado al carro de sus
ataúdes. Sus miradas se cruzan y el hombre que va a morir sonríe, dejando una
impronta extraña al instante brutal que está viviendo. Ninguno de los dos
escucha las órdenes, como si esa mueca imprevista hubiese inflado un globo y
estuviesen amparados por una burbuja. Gabriel siente una vibración del aire, un
desplazamiento de luz que sacude el paisaje y el cuerpo del hombre se
estremece, separando un poco los labios y dejando caer la brizna sin
descomponer la sonrisa. De la chaqueta rasgada y polvorienta que le cubre del
frío brota un coagulo de sangre, y sus rodillas se doblan con una velocidad
lenta, sin dejar que el peso del cuerpo venza y se desplome. A diferencia de
sus dos compañeros, tumbados ya contra la tapia, este hombre se va encogiendo
poco a poco, empeñado en morir de la manera más digna. Es ahora cuando la
burbuja se rompe y Gabriel percibe el eco de los disparos conquistando el
valle. Tiene que sujetar a Pastor, que se asusta con los estampidos y siente el
instinto de atacar al hombre herido. «Sujeta al perro» gruñe el teniente, «que
todavía no hemos acabado» Gabriel afirma los dedos en torno a Pastor y el
teniente desenfunda la pistola que guarda en el cinto. Con un ademán solemne,
recorre la distancia que le separa hasta la tapia y, apuntando con ceremonia,
les da el tiro de gracia a los dos hombres que yacen inmóviles contra las
piedras, muertos ya con el primer disparo. El tercer hombre, sin embargo,
conserva un hálito de vida en su pierna izquierda. «Este cabrón sonríe» dice,
antes de apuntar de nuevo y meterle una bala en la frente. Entonces guarda la
pistola, se gira hacia las montañas y abre los dos brazos en un gesto
desafiante, escudriñando los bosques a la caza de más sombras. Después, algo
decepcionado por el silencio reinante, se limpia las botas contra el pantalón
del muerto y reúne a sus hombres. «Necesitaré que me ayuden a bajar las cajas»
habla por fin Gabriel, señalando las fosas. El teniente lo mira, demora un
segundo en comprender y designa con el dedo a un guardia. 5 «Mañana búscate a
un ayudante, Gabriel, porque habrá más» Se marchan los soldados con el alivio
del deber cumplido, parecía cosa imposible fusilar a un hombre y bastaba con
cerrar los ojos y ceder al impulso de una voz de mando, qué bien engrasado está
el mundo. Todos menos el guardia que ayudará a Gabriel, que no sabe dónde poner
el arma. Hace ademán de apoyarla en el muro, pero le asalta el recelo de que
alguno de los fusilados tenga el cuajo suficiente para seguir vivo y se queda
mirando, acostumbrado al estímulo de una orden. «Puedes dejarla en el carro»
sugiere Gabriel. «Démonos prisa o nos caerá la noche» La mención de la noche
obra el milagro y el guardia reacciona, temeroso de quedar desamparado y a
oscuras. Quién sabe si no están cerca los compañeros de estos muertos y deciden
vengarse en sus enterradores. Mejor acabar cuanto antes y regresar a la aldea,
donde las sombras son menos sombras y los muros de piedra conceden un respiro
frente al bosque encarnizado y peligroso. El guardia deja su arma en el
pescante del carro y extiende los brazos para sujetar los féretros que Gabriel
le va alcanzando uno por uno, cuidando de que las tablas no se descuadren. No
es tan sólo que haya escasez de clavos, es que Gabriel es consciente de que
tuvo que aprender con demasiada premura este oficio y desconfía de su
artesanía. No basta con voluntad y escrúpulos, la madera es un ser vivo y precisa
de una vocación congénita de la que Gabriel carece. Incluso un objeto tosco
como el ataúd de un proscrito exige una destreza técnica para obtener algo
digno y que el muerto se mantenga sereno y contenido, sin que de pronto se
desfonde una tabla y quede un brazo colgando. «Esta esquina está abierta»
señala el guardia, algo avergonzado por su descubrimiento. Gabriel busca una
punta en el bolsillo, empuña el martillo que carga en el cinto e inserta el
clavo con un golpe seco que cierra la grieta. Después contempla a los muertos y
calibra sus dimensiones. «Cógelo de los pies» dice, aproximándose a uno de los
hombres que está tumbado contra la tapia. Con gestos torpes y desacertados,
levantan el cadáver y lo llevan hasta los féretros. Pastor se confunde, interpreta
que están jugando y se entromete en sus pasos, haciendo tropezar al guardia y
provocando un juramento. 6 «¡Sal de ahí, a ver si te voy a pegar un tiro!» La
mirada de Gabriel basta para que el guardia se amedrente y quede en silencio,
incómodo con su propio gesto. Cuando meten el cuerpo en el féretro, la anatomía
del muerto se expande hasta llenar el hueco, qué particularidad la del ser
humano que ni en su tumba admite pasar desapercibido. Con el segundo cuerpo el
transporte es más rápido, acarreado un muerto acarreados todos, parecen decir
las manos que ya saben donde asirse. El tercero, sin embargo, exige que lo
desplieguen de su posición de ovillo. «Tengamos cuidado» dice Gabriel, «que no
se quede rígido» Le estiran las piernas, le acomodan los brazos y, cuando tiene
ya una posición natural, lo alzan en vilo y lo depositan en el ataúd restante.
Este hombre, a diferencia de los otros dos, no se relaja y se ajusta al espacio
concedido, sino que parece incluso más pequeño, agazapado a la perpetuidad de
su encierro. Conserva la sonrisa inaudita de sus últimos segundos, pero el
cuerpo desvela una actitud de amenaza. «Es curioso» comenta el guardia, «parece
más tenso ahora que cuando estaba vivo» Gabriel está de acuerdo, pero no dice
nada. Será que siente la opresión de esta jaula, piensa, acariciando la madera
que encarcela el cuerpo. Cuando clava la tapa de los primeros dos féretros no
siente el impulso de mirar los rostros, no verá nada nuevo y más vale poner la
atención en no machacarse un dedo, pero con el tercer hombre la tentación
resultará ineludible. Gabriel emplea un segundo largo y silencioso en buscarle
los ojos, escamado por un destello que ahora le parece vagamente familiar. En
la frente hay un orificio profundo, como un taladro sanguíneo hasta el hueso de
los pensamientos, y en los labios persevera esa sonrisa enigmática que parece
corresponder a otras vidas. Al poner la tapa y ocultar el cuerpo, Gabriel tiene
la sensación de que va un paso por detrás de todo, encadenando acciones para
las que no encuentra sentido a pesar de que hay algo, una alerta, un chispazo
fugaz y sinuoso, que le induce a inventariar recuerdos. Aún no ha clavado tres
puntas y detiene el gesto, con el martillo en el aire y el siguiente clavo
apresado entre los dedos. Hace 7 palanca entonces y desclava lo clavado,
devolviendo algo de luz al muerto. En los labios semiabiertos, con un ademán
preciso y delicado, deposita una espiga y después clausura por fin el féretro,
golpeando cada clavo con una disciplina hipnótica. «¿A que ha venido eso?»
pregunta el guardia, tomando la cuerda que le alcanza Gabriel desde el carro.
La tarde cae rápidamente y las sombras de los árboles se alargan, poblando el
paisaje de temores y fantasmas. «Justicia poética» dice Gabriel con un tono
áspero, estirando su cuerda a través de la tumba e invitando al guardia a hacer
lo mismo. Cargan después uno de los féretros hasta el borde de la fosa y,
pasando las cuerdas por debajo, lo hacen descender despacio hasta depositarlo
en el lecho de barro. Repiten el gesto con los otros dos ataúdes y, cuando
devuelven las cuerdas al carro y Gabriel toma la pala, el guardia recupera el
arma y se despide sin ceremonias. «El resto puede hacerlo solo» dice,
encaminándose hacia el pueblo. A pocos metros se detiene y se vuelve, rumiando
algo en los labios. Gabriel llama a Pastor con un silbido y el perro acude
hasta el montón de tierra donde su amo está hundiendo la pala. «Siento lo que
le dije al perro…» dice el guardia desde el borde del camino. «Oiga, eso de la
justicia poética… ¿Usted era el maestro, no? Me contaron que un día cerró la
escuela y nunca más quiso dar clases… ¿Es cierto? ¿Por qué lo hizo?» Gabriel
clava la pala en el suelo con el peso del cuerpo, inclinándose hacia adelante y
pisando la herramienta con la suela podrida de su alpargata. Con un gesto
mecánico impulsa los brazos y una capa de tierra vuela y se derrumba sobre el
féretro, componiendo un rumor de lluvia. Sigue un segundo largo de silencioso
ocaso, sin más interrupción que un graznido de cuervos en un barbecho alejado.
«Ya no había nada que pudiese hacer por los vivos» responde Gabriel con un
susurro tenso, la mirada rendida en la fosa y el cuerpo minado de herrumbre. El
guardia espera una explicación extensa, pero los labios de Gabriel se cierran con
un 8 gesto hermético y la pala entra en la tierra, produciendo un chasquido
seco de costuras rotas. «Dese prisa» dice por fin el guardia, «o le cogerá la
noche» Dándole un puntapié a un terrón de barro, el guardia regresa al camino y
aviva el paso, enfilando el murallón de álamos que anuncia los límites del
pueblo. Gabriel permanece inmóvil, con la pala incrustada en el suelo y el
pensamiento varado en otra escena. Pastor se acerca, se sienta a su lado y
apoya su cabeza peluda en la pierna, allí donde sabe que su amo abrirá la mano
y le estrujara una oreja con ternura. Gabriel hace el gesto, atrapa el pelo del
perro y lo moldea en los dedos, provocándole un ronquido plácido. Él, sin
embargo, mastica con horror la sospecha de que en el hombre de la espiga está
enterrando a un viejo alumno.
Relato ganador en euskera.
Zuberoa Oteiza
Silikonazko sabela 1 SILIKONAZKO SABELA
Beti
esan izan didate amonaren planta dudala, gorpuzkera bezain aldarte handikoa
baitzen bera ere. Eta hori esaten didatenean, halako estimu berezi bat sortzen
zait ezagutu ez dudan pertsona horrekiko. Ez dakit amonak nireak bezalako
sujetadoreak erabiliko zituen, tirante zabal eta bular-buru handikoak. Ama izan
nahi eta ezin horretan, bere seme-alabek edoskitzen ez zuten bularretan orbanak
izango zituen, goseak oso gazterik eraman baitzuen Santanderrera bereak ez
ziren beste haur batzuk elikatzera. Eta ez zuen hain handikote eta galanta
izateagatik gutxiago sufritu, bera ere bakarrik eseri baitzen arratsalde batez
autobus zahar bateko eserlekuetan Santanderrera bidean. Bakarrik eta
bakardadean, etxean uzten zituen bi seme-alaben hutsunea sakonegia baitzen. Eta
bularreko orban haiek, oraindik lehortu gabeko seme-alaben adur orbanak
bailiran, malkoak bezala ez zitzaizkion bidaia osoan lehortu. Autobus geltokian
topatu behar zuen emakumea berehala topatu zuela aipatzen zuen eskutitzetan, ez
dakit zergatik ote, inude baino plañidera antza handiagoa izango bailuke egun
hartan. Eta hurrengoan. Eta hurrengo bietan eta baita zetozenetan ere.
Bakardadean negar egiten zuela aipatzen omen zuen eta titia eman bitartean
batzuetan ere bai. Hainbeste negar egiten zuen non isilean behin haur txikiak
bere malko bat irentsi eta mikaztasun horrek bularra ukatzera eraman zion. Min
ematen zion bere seme-alabei beste era batera elikatzeak eta amaren esnea hartu
ordez, amaren diruarekin erositako esne-hautsak urarekin nahasturik hartzen
zutela pentsatze hutsak itxi egiten zizkion bularretako mizpirak. Baina ohitu
zen beste seme-alaba horietara eta bereak amaren hutsunera. Urtean zenbaitetan
itzuli egiten zen eta behin baino ez zen bere seme-alabak bularretan jartzen
saiatu, erabatekoa izan baitzen errefusa. Izan ere, maitatzen zituen, xamur,
gogotsu, estuki maitatzen zituen egun urri haietan. Eta bere senarra hainbeste
maite ez bazuen ere, maitatzen zuen, hainbeste maitatzen zuen egun haietan, non
haurdun geratu zen beste behin eta alaba berri hura elikatzeko alaba berri
horrek ekarritako esnearekin beste batzuk elikatzera joan behar izan zuen
berriz ere, Santanderrera. Ez dakit etxe berera baina bai itzuli zela, joan
hobe esanda. Zuberoa Oteiza Silikonazko sabela 2 Garai haietan ama izanaz
damutu izan zela aipatzen zuen, ama izan ez balitz ez litzatekeelako
Santanderrera joan izan, oraindik amazulo zuen adinean seme-alabazulo jasatera.
Emateko jaiotako emea, emateaz ere disfrutatu ezin izan zuena. *** Sabela
lodien sasoian gaude. Ni sasoian nago nahiz eta nire sabelaren loditasuna ez
den haur baten eraginez sortua, baina haiek eta ni norbaitentzako gu bat garen
heinean ni ere sabela lodien sasoian nago, sasoian bakarrik haiek dauden arren
eta ni haiekin batera, zoratzeko modukoa. Haurrak izateko adinean nagoela,
alegia. Baina ni halako bukle ulergaitz baten barne sentitzen naiz, ni
subjektua, gu baten baitan. Haiek horien nortasuna jakin nahiko duzu. Haiek
nirekin batera ikasitakoak dira, nirekin batera hilekoa jaitsi zitzaiena,
lehengo sexu kontuen lekukoak, lanean elkarrekin hasi ginenak, gerora adarrak
ernatu dituen ideologia baten baitakoak, lehenengo larru jakak elkar
erositakoak eta parranda zein isilpeko berba-lagunak. Kintoak. Haiek. Haiek,
bihurgunedun zein sabel-lauak sabel dantzan aritzeari utzi zioten haien
sabeletan zerbait egosten hasteko. Haurra zeritzoten batzuek, neska ala mutila,
neska eta mutila baten batek 30etara iritsi gabe desiratutakoa oraindik heldu
gabe zelako, zelarik nahi ez duenari eman bekio arbalda eta bikotetxoa batera.
Ez zen egun batetik besterako kontua izan, tantaka hasi ziren, urrutiko
zirimiria, ez dakit noren ahizpa, laguna, … Miren! Ekaitza hurbiltzen hasi zen
eta arraroa izan zen gurera iritsi zenean. “Lrunbtean afria nre etxen. Zrbait
esan bhar dzuet” Gaurko what´s app bidez izango litzatekeena are kitzikagarriagoa
zen ahoz ahokoa erabilgarri genuen garaian. “Mirenen etxean afalduko dugu
larunbatean, zerbait esan behar omen digu”. Eta horrelako gonbidapenek milaka
hipotesiz betetzen zizkiguten burua eta baita aurreko egunetako elkarrizketak
ere. Aldaketa bat aurreikusten genuen pertsona horren bizitzan, proiektuak
beti; profesionalak, elkarbizitzakoak eta lekualdaketak ziren garai Zuberoa
Oteiza Silikonazko sabela 3 hartara arte bizi izandakoak, iragargarriak, haiek
horiekin modu goxoan konpartitzekoak. Eta hala egin zuen, afari osoa eta goxoa
Mirenen esku geratu zen eta aspaldiko partez haiek gu bilakatuak mahai baten
inguruan berbaroan, nahiz eta hasieratik keinu dantza izan zen komunikazioan
nabariena. Atetik sartzen joaten ginen heinean zer demontre kontatu behar diguzu
zioten gure aurpegiek, denek postrera arte itxoin beharko genuela genekien
arren. Baina ez zuen gure inpazientzia gehiegi luzatu, oraindik ardo koparen
inguruan ginela bota baitzuen: - Haurdun nago – lehenengo bi segundotan sortu
zen isilunean grabatu izan balizkigute aurpegiak ipuina komiki bilakatuko nuke.
Ikustekoak ziren, “gu ere saiatzen ari gara” salatzen zuten aurpegi kezkati
batzuek. “Zer? Jada? Iritsi gara?” erlojuari begiratzea soilik falta zitzaien
desorientatu batzuei eta “berandu da, oraingo bikotearekin geratu beharko naiz”
zioten etsitu batzuen keinuek ere. Hala ere, denak izan ziren zorion hitzak eta
poztasun keinuak. Baina haiek guztioi piztu zitzaigun alerta moduko bat, heldu
da sabel-lodien sasoia. Orduan azkarrago iritsi zen zaparrada, urrutitik
entzuten duzun trumoiaren antzerakoa izan zen Mirenena. Bat-bateko berria
zirudien horientzat egun batetik bestera arrunt bilakatu zen eta ez zen luzatu
saiatzen ari ziren horien demora. Ez zen ama sena esnatu, ama sena kutsatu zen,
lagunarteko afarietara maskarillarekin joaterainokoa izan zen epidemia hura.
Eta “zerbait esan behar dizuet” hori misterioa galdu zuen egun batetik bestera
eta oraindik sarean erori ez ginenon ikara sortzen zuena. Gure elkarrizketak
tripa-zentrikoak bilakatu ziren: sintomak, aste kopurua, sintomak eta aste
kopurua, arropa, emozioak, ume-dendak, erditze naturalak, elikadura, izen
konbentzionalak vs bereziak... eta etorriko zirenen aitzindariak baino ez
ziren. Haurdunen arteko harremanak sendotu ziren, haien seme-alaben jaiotzak
euren harremana nahitaez luzaroan mantentzera zeramalako. Zuberoa Oteiza
Silikonazko sabela 4 Momentu horretan bukle batean topatu nuen nik neure burua,
indiferentzia apur batekin. Hala ere, elkarrizketa horietatik ihes egiten dut
noizbehinka, terraza batean bakarrik egoteko bada ere, nahiz eta ingurukoen
tripa-begiradetan eta etorkizun galdera ugarietan giro arraroa sumatzen hasia
naizen, nire barnean denon desioa sortzeko konplot moduko bat. Iristen da
momentu bat non neure burua den epaitzen ez nauen bakarra, eta hala ere,
arrazoika ibiltzen naiz neure baitan. Azkenean zerbitzaria hurbildu zait eta
rona edota gin-tonika bat gustura hartuko banu ere, anana zukua eskatu dut.
Zerbitzariak galdetu bitartean begirada nire bularretara zuzendu duela iruditu
zait. Ez da begirada lizuna izan, kaletik noanean sabelera zuzentzen
didatenaren tankerakoa baizik. Orduan rellenorik gabeko sujetadorea jantzi
dudala konturatu naiz eta pezoiak horren ageriko ditudan pentsatzeak une batez
lotsatu nau. Lepoan daramadan zapiarekin estaltzear egon naiz baina orduan
bularretan orban bana ditudala konturatu naiz. Ez dut hezetasuna sentitu, baina
nabariak dira pezoien inguruan sortutako putzuak. Harritu nau. Harrotu nau
azkenean nigan ere amatasunaren zantzu bat loratu dela ikusteak eta zuzenago
jarri dut bizkarra, nire bular handi eta borobilak ume bat elikatzeko
prestatzen ari direla zerbitzariak edo begiratu nahi duen orok ikus dezan. Ama
naizela amets egiten dut maiz, nahiko amets arraroak izaten dira; ni haur naizela
erditze berritan edota erditzera noala topatzen dut neure burua edo behin
erdituta alaba bat dudala konturatu gabe nire bizitza egiten jarraitzen dudala
eta baita erditzeko momentuan bertan haurdun nagoela konturatzen naizela ere.
Beti larridura kutsuez inguratuta eta Gorka ez da inondik ere ageri. Gorka
askotan jartzen zen aitatasunaren tesituran. Ama zainduko zuen aitaren papera
zen gehien maite zuena eta dagoeneko nahikoa atzeratzen ari ginen, bere
ustetan, giza-legez aitortu zaigun dohainaren erantzuna, berak ere gaitzak jota
baitzegoen. Gorkarekin bere arrebekin nola nire argudiotegira jotzen nuen;
lan-egoera ezegonkorra, ezegonkortasun ekonomikoa, denbora falta… halako oreka
itxura ematen beti. Ez nintzen ausartzen niri oraindik ernatu gabeko amatasun
sena estaltzera eta Zuberoa Oteiza Silikonazko sabela 5 besteek euren sabelekin
egiten duten bezala harrotasunez ez dut ama izan nahi esatera. Baina ez zen
seme-alabena erabat alboratu nahi nuen zerbait. Sabelen sasoian sartu baino
askoz lehenago agertu zen Gorka. Gorkak hasieratik ulertu zuen gure artekoa ez
zela ezta gau bateko kontua ere izango, harreman espontaneo hura gure parranden
auskalotasunak zeraman bidekoa baizik. Baina heldu zen lehenengo egunsentia,
lehenengo afaria parrandaren ordezko, lehenengo oporrak. Baina barnean sena
deritzoten hori agertu gabe jarraitzen zuen. Hala ere, monogamiak bide bakarra
du eta itsuki zuzendu ginen biok. Ezagutu nituen bere arrebak, harremana
sendotzearren – halabeharrez, korapilo bat gehiago egiten baitiozu sokari –,
urtebete eta gero garaia baitzen. Gorkak hiru arreba nagusiago ditu eta amarik
gabekoak dira, ulertzen da esan nahi dudana, alegia, Gorkak hiru ama dituela,
hortaz, nik hiru amaginarreba, euren artean amena nor den lehia bizian
daudenak. Elkarrekin bizi dira hirurak eta inoiz aitortuko ez badute ere, euren
solterismoa, noizbehinkako harremanak eta ukatu arren bilatuko dituzten
asetasun uneekin ere, ez duten konbentzionalismo eza ulertzen eta ez naiz inoiz
azaltzen saiatuko ere. Hiru bisita besterik ez ziren izan eta halako batean eta
egun batetik bestera, haurdun sentitu nintzen, haurdundu ninduten. Gorkaren
familia, seme-bakarraren sindromepean eta ilobarik izango ez zutenaren ustetan,
semea 40etara hurbiltzen hasia baitzen, opariz josi ninduten; gelarako
gortinak, sehaskatxo bat, nola ez txupeteak… eta mordo bat zorion. Gorkaren
arrebek beti aipatzen didate sabelaren neurriaren kontua, arreba nagusiak
laugarren hilerako jaso zituen kiloak lau haizetara botaz, arropa ezin sarturik
ibiltzen zela hirugarrenerako besteak eta beldurrez joaten naiz ez ote didaten
hurrengo batean sabelaren diametroa neurtuko, nik ez baitut oraindik arropaz
aldatu eta haiek badakite, ongi ezagutzen baitute nire armairua. Oraindik praka
estu horiek jartzen dituzu? Edota esango diguzu haurdun arropa behar duzunean.
Zuberoa Oteiza Silikonazko sabela 6 Sabela laztandu eta hazten ari dela sentitu
dut, borobiltzen ari dela behealdetik nire eskuen azpian eta oiloak bezala
inkubatu beharko dudala iruditzen zait. Azkenean lortu dut izanaren ikurra eta
pozten nau ez baitut hurrengo batean Gorkaren etxera eta Mirenen semearen
urtebetetzera joateko kamiseta azpian silikona jarriko. Interneten bidez bilatu
nuen, gazteleraz, emaitza gehiago atera zitezen, “tripas de silicona” eta
“quizá quiso decir: mamas de silicona” baztertu eta lehenengo aukeran bertan
topatu nituen silikonazko sabelik errealenak, bost neurri ezberdin iritsi
zitzaizkidan. Kamiseta altxatu eta zilborra eta guzti erakusteko modukoak.
Txinatik heldu zitzaidan paketea, eskatu eta astebetera, Donostiako Aintzaneren
eskutitzak baino lehenago. Eta egun hartan ere joan ginen Gorkaren arrebekin
bazkaltzera, neurririk txikiena jarri nuen eta denen aipamenak jaso nituen egun
hartan: “hasi da borobiltzen”, “hori neska da”… baina inork ez zuen bertan
mugimendurik sumatzen. Horrelako egunetarako baino ez nuen jartzen udako
beroarekin izerditu eta sabelatik irristatzen zitzaidan silikona. Gorkaren
aurpegia sabela ikusita aldatzen zela ikustean gero eta gehiago jartzen hasi
nintzen eta ematearen kontuan aditu bilakatu nintzen, aurpegi horrek aldaerak
zituela sumatu bezain pronto. Sofan etzaten zen eta biok lo geratzen ginen
silikonaren gainean. Hitz egiten genion silikonari. Hainbeste maitatzen hasi
ginen silikona, gure etxean txoko bat sortu geniola, sehaska eta guzti – hau
ere Gorkaren arrebek erositakoa –, silikonaren sexua oraindik ezagutu gabe
arrosa edo urdinera jo ahal izateko. Eta Gorkak bazekien silikonazkoa zela gure
fruitua, aspalditik ere silikonazkoa gure artekoa. Erditu eta gero erabiltzen
jarraituko genuen silikona, ez dagoen zerbaiti beti magnitude handiagoa
emateko, erabilera anitzeko materiala baita silikona. Eskuekin inkubatzen
jarraitzen dut, nire eskuekin izan baititut lorpen satisfaktorioenak beti eta
loditzen doala iruditzen zait. Sabelak beherako joera duenean neska omen dela
dio Pui-k – Gorkaren arrebak – , baina nik mutilaren antza hartzen diot barneko
sentsazioari. Denek nahi dutenaren hipotesiak egiten dituzte, nahiz eta dena
delakoa den gerora maiteko duten bakarra. Eskatzen diogu, ematen ari ez den
zerbait eskatu diogu, jaio gabe jada ez den zerbait dela irudikatzen baitugu,
Zuberoa Oteiza Silikonazko sabela 7 hemen izateko gurea den ezinbesteko zerbait
eman ez diogunean. Sentituko al du silikona hor barnetik? Tolestu behar izan
naiz neure barnean sentitzen ditudan kontrakzioak baretzeko, gero eta maizago
agertzen da ziztada mingarria, gero eta luzeagoa da eta oihu egitera eramaten
nau. Inoiz egin ez dudan bezala oihu egiten hasi naiz, baina aldamenekoek
aldartea aldatu gabe jarraitzen dute euren elkarrizketetan barneraturik.
Erditze prestakuntza egin ez dudan arren, arnasarekin baretzen saiatu naiz eta
pixka bat hobe sentitu naizenean, alde batera okertu naiz perfilez terrazan
dagoen pertsona orok halako batean neure gorputzean sartzerik ez duen tripa
dudala ikus dezan. Halakoan, pixagura saihestezin bat sortu zait eta gero eta
bustiago sentitu ditut kuleroak, prakak, eta orkatilaraino igaro da isuria,
gainean pixa egin izan banu bezala. Komunera abiatu naiz nire ziatika ezkutatu
gabe, bihartik aurrera baja hartuko dudala zin egin diot neure buruari. Itzuli
naizenean, ordaintzera hurbildu naiz barrara eta zerbitzariak berriz ere
bularretara begiratu dit, inude bularrak ditudala badakit, orban eta guzti.
XXI. mendeko inudea naiz, azken batean beste batzuen desioak elikatzeko bizi
naizelako ni ere. Anana zukua ordaindu eta kanpora atera naizenean silleta
ikusi dut. Gorringoa eta zuringoa besterik ez duen haurra hainbeste denbora
bakarrik utzi izana neure buruari barkatu ezingo diodala pentsatu dut.
Silletari frenoak kendu eta Mirenen semearen urtebetetze festara abiatu naiz.
Ez daramat oparirik, baina haiek horien parte sentitzeko funtsezkoagoa dudan
zerbait daramat oraingoan, ea sartzerik ote dudan.
FUENTE:
LOS CAZADORES DE CONCURSOS LITERARIOS V (AGOSTO 2015) Publicado el concurso, el viernes 27 de julio del 2015 en el
Blog.
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