Zenobia Camprubí, la luz de Juan Ramón
Zenobia Camprubí y Juan Ramón Jiménez, en un retrato de la pareja fechado hacia 1920.
Rescatan los escritos
juveniles de la esposa del poeta, que revelan una gran inteligencia y su
infatigable temperamento. Sacrificada por el aprecio y la difusión de la obra
de su marido, no fue sumisa y sí una mujer moderna, una intelectual muy capaz,
activa e inquieta
Más que la sombra de Juan Ramón Jiménez, fue su luz. Zenobia
Camprubí Aymar (1887-1956), la mujer del gran poeta español, se sacrificó lo
indecible para que la obra del Premio Nobel se conociera y difundiera lo más
posible, pero no merece pasar a la historia como la enfermera y secretaria del
autor de 'La soledad sonora'. Es la tesis de la filóloga Emilia Cortés Ibáñez,
editora de los 'Diario de Juventud. Escritos y traducciones' de Zenobia
Camprubí que publica la Fundación José Manuel Lara con la ayuda del Centro de
Estudios Andaluces.
Zenobia es mucho más que la compañera de
fatigas de Juan Ramón Jiménez. Su personalidad es lo suficientemente rica y
compleja como para atraer el interés de los estudiosos. Carmen
Hernández-Pinzón, sobrina nieta y representante de los herederos del escritor,
se afana en desmontar los mitos que rodean la figura de Camprubí. «No era una
mujer sumisa», alega Hernández-Pinzón, quien sostiene que fue una mujer
«adelantada a su tiempo». Defendió los derechos de la mujer y se movió como pez
en el agua en los círculos intelectuales de Nueva York. Pese a que no terminó
el bachiller por imposición de sus padres, era una mujer culta, leída e
inquieta. Hablaba inglés, francés y alemán, tradujo a Rabindranath Tagore, dio
clases en la Universidad de Maryland y en el Pentágono y escribió poemas y
cuentos.
Para Emilia Cortés, que firma la introducción
del volumen, Zenobia Camprubí era una mujer que se exigía mucho a sí misma, muy
disciplinada y dotada de una enorme fuerza de voluntad. A su nombre se expidió
uno de los primeros carnés de conducir que se entregaron en España, una
anécdota reveladora del temperamento diligente de la escritora y traductora.
Llegó a escribir con fruición y, durante su
exilio en Puerto Rico, cuando las reservas económicas del matrimonio se habían
agotado por los ingresos hospitalarios de Juan Ramón, Zenobia tuvo que trabajar
a destajo traduciendo artículos tediosos para sortear las penurias.
Pese a su vocación literaria, Zenobia fue
consciente de que el talento lo acaparaba su marido y se entregó a la tarea de
alentar su obra y crear las condiciones para divulgarla lo mejor y más
ampliamente posible. Ella misma lo explicaba así: «Al casarme con quien, desde
los catorce [años], había encontrado la rica vena de su tesoro individual, me
di cuenta, en el acto, de que el verdadero motivo de mi vida había de ser
dedicarme a facilitar lo que era ya un hecho y no volví a perder el tiempo en
fomentar espejismos».
El libro contiene relatos y poemas inéditos,
además de aforismos y conferencias pronunciadas por la escritora. La presencia
en las librerías de esta obra coincide con la exposición 'Zenobia Camprubí, en
primera persona', que se podrá ver en el Museo de la Autonomía de Andalucía, en
Sevilla, donde se mantendrá en cartel hasta enero de 2016.
Es verdad que su vida fue abnegada, al
entregarse en cuerpo y alma a hacerle la vida fácil a Juan Ramón, pero lo hizo
de modo voluntario. «Le pasaba sus poemas a máquina, le leía a autores ingleses
mientras los traducía, supervisaba toda su agenda, sus ediciones», dice Cortés.
Para el poeta, con una salud mental tan precaria, encontrar a Camprubí fue un
milagro. «Sus defectos principales son el no aceptar casi nunca la
responsabilidad de su culpa, por muy insignificante que sea, y la capacidad de
dolerse por cosas insignificantes. Además, es muy egoísta, pero a medida que
pasan los años, ha hecho un gran esfuerzo por recapacitar cuando se le advierte
y procura y logra grandes mejoras», escribió Zenobia.
Para Cortés, investigadora y profesora de la
UNED, que ha dedicado quince años de su vida a seguir la pista de Zenobia, los
epistolarios de la escritora revelan a una persona voluntariosa, práctica e
inteligente. «Y lo siguió siendo al lado del hombre que amó y la amó», dice la
estudiosa. No es cierto, dice, que Juan Ramón ahormara los gustos literarios de
Camprubí. «Su abuela la animó a que creara su propia biblioteca desde pequeña.
Antes de casarse ya había leído mucho. Ella dice que el poeta la ayudó a
distinguir lo bueno de lo malo».
Un cáncer minó la salud de la animosa mujer.
El poeta no ayudó mucho a la enferma. Sumida en el dolor, Juan Ramón le
proponía el suicidio «tres veces al día» como solución a sus males. Zenobia
murió el 28 de octubre de 1956, tres días después de que concedieran el Nobel a
su marido. El escritor se hundió en un irremisible desánimo. Desprovisto de su
guía, de la persona que le desbrozaba el camino de dificultades, el autor de
'Platero y yo', era un hombre desnortado.
FUENTE: EL DIARIO VASCO.com
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