Beevor
abre la "caja negra" de la batalla de las Ardenas
Antony Beevor.
"Fue la
batalla más sangrienta, cruel y brutal del frente occidental en II Guerra
Mundial". Lo asegura con rotundidad Antony
Beevor (Londres,
1946) que antes de abrir la "caja negra" de este infierno, con casi
20.000 muertos en apenas un mes en el barrizal helado de los bosques belgas,
hizo lo propio con 'Stalingrado', 'Berlín' y 'El Día D'. Publica a la vez en
español e inglés 'Ardenas 1944. La última
apuesta de Hitler' (Crítica).
Sostiene que el führer "lo apostó todo a una carta y perdió". "Su
sueño se desmoronó en las Ardenas", asegura Beevor para quien resulta
"ridículo" afirmar que "Hitler fue un gran estratega" como
sostiene el historiador sueco Christer Bergströn, autor de 'Ardenas, la
batalla'. Destapa además las matanzas de prisioneros alemanes, unos crímenes de
guerra "silenciados por muchos historiadores".
"No pienso leer ese libro", asegura Beevor sin ocultar su desdén por la tesis de Bergströn. Para el británico lo que ocurrió en Bélgica entre el 16 de diciembre de 1944 y 29 de enero de 1945 evidencia la ineptitud como estratega de Adolf Hitler que pretendía llegar a Amberes con un ataque relámpago en un órdago inútil que debilitó el frente oriental. "Era un plan loco, diga lo que diga el historiador sueco. Todos los generales alemanes se oponían. Sabían que era locura imposible. Que incluso si alcanzaban Amberes no tendrían fuerzas para mantener el corredor. Con los americanos al sur y los británicos y canadienses al noreste, hubiesen sido aplastados inmediatamente".
"Fue una lucha salvaje. Sabía que había sido tremenda, pero no calibraba el alcance de la barbarie", reconoce Beevor 70 años después. A las muerte en masa de soldados se suman "las matanzas de prisioneros, las bajas civiles -más de ocho mil, entre muertos y desaparecidos, y 23.584 heridos-, y la revancha alemana por los bombardeos aliados y la dura resistencia belga durante su retirada tres meses antes". El número de bajas por cada bando fue parejo, unas 80.000 de cada lado, entre muertos, heridos y desaparecidos. Murieron cerca de 20.000 soldados, entre 8.000 y 10.000 por cada ejército contendiente. "Sobre las cifras no hay discusión", apunta Beevor. "La dificultad está en la matanzas de civiles, aunque su cifra hubiera sido mucho más alta si Estados Unidos no hubiera logrado evacuar a los civiles antes de los ataques", señala.
También la de los fusilamientos de prisioneros de guerra perpetrados por ambos bandos. "Todos sabíamos de las ejecuciones sumarias de prisionero americanos en Malmedy por parte de las SS, pero no se ha tratado la revancha americana en Chenogne, una matanza de al menos 70 prisioneros alemanes alimentada por oficiales y generales americanos como Bradley y que muchos historiadores americanos han esquivado", denuncia Beevor.
Radios en silencio Los aliados jamás sospecharon lo que se les venía encima. Los generales Eisenhower, Bradley y Montgomery habían descartado un contraataque alemán por las Ardenas y los alemanes acertaron a ocultar sus comunicaciones por radio, las que 'Enigma' desvelaba siempre. Beevor cuenta como al único coronel de inteligencia que dio a alarma, B. Dickson, "jamás le hicieron caso y lo mandaron de vacaciones a París". La inteligencia británica y alemana marraron. "El instinto humano de los espías es buscar material que apoye su visión preexistente" apunta Beevor. "Los aliados no creían que Hitler estuviese en disposición de montar una ofensiva y la evidencia fue ignorada. La inteligencia confió en exceso en sus informes. Aunque los judíos alemanes sabían que los generales de Hitler hablaban sobre la ofensiva, la información se rechazó como una fantasía".
Tampoco los generales alemanes pudieron parar "a un Hitler obsesionado como en Stalingrado en 1942". "Sabían que la ofensiva estaba condenada al fracaso pero contradecir al führer se pagaba con la vida". Hitler había superado un atentado el 20 de julio "y creía que el destino estaba a su favor. No habría escuchado a unos generales que tenía por cobardes o traidores", asegura Beevor.
El gran error de los alemanes fue "minusvalorar al capacidad de resistencia de los americanos". "Como hicieron los británicos en Arnhem, creyeron que no habría una reacción rápida, y fue una estupidez". "Creían que Eisenhower debería hablar con Churchill y pedir permisos en Washington. Su desprecio por el ejército americano les indujo a pensar que no lucharían sin el apoyo masivo de la artillería y la aviación, imposible en el bosque de las Ardenas". "Pero los americanos probaron su valentía. La única esperanza alemana era el completo colapso psicológico americano si lograban llegar al Mosa, lo que no se produjo", aclara Beevor.
Como en el frente ruso "puede que el invierno matara más solados que las balas, las minas y lo obuses". "El efecto de frío fue terrible. Diezmó a los americanos como los alemanes en Rusia en 1941". "La euforia les traicionó. No estaban preparados y las condiciones era terribles" asegura Beevor. Describe escenas dantescas, con soldados congelados de pie, y miles de cadáveres rígidos con las cuencas de los ojos vaciadas por los cuervos y rellenadas por la nieve. "Los heridos morían de frío en tres minuto de no ser atendidos". Como escribió Luis Simpson, poeta americano de la división aerotransportada 131: "en este frío la vida de los heridos se apaga como una cerilla". ¿Dónde y cuándo comenzará la III Guerra Mundial?, señor Beevor. "Nunca habrá una Guerra Mundial como la segunda. El gran peligro, y podría sonar hipócrita viniendo de mí, es que la II se ha convertido en el punto de referencia que define cada crisis y cada conflicto". "Hay políticos y medios a los que gusta comparar cada guerra con aquella, pero el orden mundial ha cambiado, como la manera de hacer la guerra. No veremos las cosas de la misma manera. Aunque Bush y Blair hablen del 11-S como Pearl Harbour o comparen a Sadam Husein con Hitler, lo que es increíblemente peligroso y estúpido, la historia nunca se repite", advierte Beevor.
"Bismarck dijo que lo único que hemos aprendido de la historia es que nadie aprende de la historia, y, aunque no es del todo cierto, no le falta razón", concluye Beevor. Ha aparcado su proyecto de escribir sobre Napoleón y volverá a la carga recreando la batalla de Arnhem, en Holanda, con la operación Market, una efectivo diluvio de paracaidistas aliados.
"No pienso leer ese libro", asegura Beevor sin ocultar su desdén por la tesis de Bergströn. Para el británico lo que ocurrió en Bélgica entre el 16 de diciembre de 1944 y 29 de enero de 1945 evidencia la ineptitud como estratega de Adolf Hitler que pretendía llegar a Amberes con un ataque relámpago en un órdago inútil que debilitó el frente oriental. "Era un plan loco, diga lo que diga el historiador sueco. Todos los generales alemanes se oponían. Sabían que era locura imposible. Que incluso si alcanzaban Amberes no tendrían fuerzas para mantener el corredor. Con los americanos al sur y los británicos y canadienses al noreste, hubiesen sido aplastados inmediatamente".
"Fue una lucha salvaje. Sabía que había sido tremenda, pero no calibraba el alcance de la barbarie", reconoce Beevor 70 años después. A las muerte en masa de soldados se suman "las matanzas de prisioneros, las bajas civiles -más de ocho mil, entre muertos y desaparecidos, y 23.584 heridos-, y la revancha alemana por los bombardeos aliados y la dura resistencia belga durante su retirada tres meses antes". El número de bajas por cada bando fue parejo, unas 80.000 de cada lado, entre muertos, heridos y desaparecidos. Murieron cerca de 20.000 soldados, entre 8.000 y 10.000 por cada ejército contendiente. "Sobre las cifras no hay discusión", apunta Beevor. "La dificultad está en la matanzas de civiles, aunque su cifra hubiera sido mucho más alta si Estados Unidos no hubiera logrado evacuar a los civiles antes de los ataques", señala.
También la de los fusilamientos de prisioneros de guerra perpetrados por ambos bandos. "Todos sabíamos de las ejecuciones sumarias de prisionero americanos en Malmedy por parte de las SS, pero no se ha tratado la revancha americana en Chenogne, una matanza de al menos 70 prisioneros alemanes alimentada por oficiales y generales americanos como Bradley y que muchos historiadores americanos han esquivado", denuncia Beevor.
Radios en silencio Los aliados jamás sospecharon lo que se les venía encima. Los generales Eisenhower, Bradley y Montgomery habían descartado un contraataque alemán por las Ardenas y los alemanes acertaron a ocultar sus comunicaciones por radio, las que 'Enigma' desvelaba siempre. Beevor cuenta como al único coronel de inteligencia que dio a alarma, B. Dickson, "jamás le hicieron caso y lo mandaron de vacaciones a París". La inteligencia británica y alemana marraron. "El instinto humano de los espías es buscar material que apoye su visión preexistente" apunta Beevor. "Los aliados no creían que Hitler estuviese en disposición de montar una ofensiva y la evidencia fue ignorada. La inteligencia confió en exceso en sus informes. Aunque los judíos alemanes sabían que los generales de Hitler hablaban sobre la ofensiva, la información se rechazó como una fantasía".
Tampoco los generales alemanes pudieron parar "a un Hitler obsesionado como en Stalingrado en 1942". "Sabían que la ofensiva estaba condenada al fracaso pero contradecir al führer se pagaba con la vida". Hitler había superado un atentado el 20 de julio "y creía que el destino estaba a su favor. No habría escuchado a unos generales que tenía por cobardes o traidores", asegura Beevor.
El gran error de los alemanes fue "minusvalorar al capacidad de resistencia de los americanos". "Como hicieron los británicos en Arnhem, creyeron que no habría una reacción rápida, y fue una estupidez". "Creían que Eisenhower debería hablar con Churchill y pedir permisos en Washington. Su desprecio por el ejército americano les indujo a pensar que no lucharían sin el apoyo masivo de la artillería y la aviación, imposible en el bosque de las Ardenas". "Pero los americanos probaron su valentía. La única esperanza alemana era el completo colapso psicológico americano si lograban llegar al Mosa, lo que no se produjo", aclara Beevor.
Como en el frente ruso "puede que el invierno matara más solados que las balas, las minas y lo obuses". "El efecto de frío fue terrible. Diezmó a los americanos como los alemanes en Rusia en 1941". "La euforia les traicionó. No estaban preparados y las condiciones era terribles" asegura Beevor. Describe escenas dantescas, con soldados congelados de pie, y miles de cadáveres rígidos con las cuencas de los ojos vaciadas por los cuervos y rellenadas por la nieve. "Los heridos morían de frío en tres minuto de no ser atendidos". Como escribió Luis Simpson, poeta americano de la división aerotransportada 131: "en este frío la vida de los heridos se apaga como una cerilla". ¿Dónde y cuándo comenzará la III Guerra Mundial?, señor Beevor. "Nunca habrá una Guerra Mundial como la segunda. El gran peligro, y podría sonar hipócrita viniendo de mí, es que la II se ha convertido en el punto de referencia que define cada crisis y cada conflicto". "Hay políticos y medios a los que gusta comparar cada guerra con aquella, pero el orden mundial ha cambiado, como la manera de hacer la guerra. No veremos las cosas de la misma manera. Aunque Bush y Blair hablen del 11-S como Pearl Harbour o comparen a Sadam Husein con Hitler, lo que es increíblemente peligroso y estúpido, la historia nunca se repite", advierte Beevor.
"Bismarck dijo que lo único que hemos aprendido de la historia es que nadie aprende de la historia, y, aunque no es del todo cierto, no le falta razón", concluye Beevor. Ha aparcado su proyecto de escribir sobre Napoleón y volverá a la carga recreando la batalla de Arnhem, en Holanda, con la operación Market, una efectivo diluvio de paracaidistas aliados.
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