'Y tú no regresaste' de Marceline Loridan-Ivens
Ya octogenaria, la
autora envía una carta a su padre, que fue confinado como ella en un campo de
concentración durante la Segunda Guerra Mundial
Dos escenas de este libro son especialmente estremecedoras: la
primera, cuando la autora cuenta cómo estando en Auschwitz se cruzó con su
padre una mañana, mientras iba con su grupo camino del trabajo que tenían
encomendado en el campo. El hombre formaba parte de otra brigada radicada en
Auschwitz 1 mientras la muchacha, apenas una adolescente, estaba en Birkenau.
Pese a que estaba prohibido cualquier contacto, ambos rompieron la fila para
abrazarse. Fue la última vez que se vieron. Salomon Rozenberg, el padre, no
sobrevivió a aquella carnicería. La muchacha fue trasladada a un campo menos
duro y vivió para contarlo. Vive aún. Se llama Marcelina Loridan-Ivens (ha
adoptado los apellidos de sus dos maridos) y es conocida por su trabajo como
cineasta y escritora.
'Y tú no regresaste' está
escrito en forma de carta dirigida al padre. Él le anunció que ella regresaría
del infierno y de ahí el título del libro, que es un muy doloroso documento de
una sinceridad que apabulla al lector. Instalada ya en la ancianidad, sin miedo
a la muerte, la autora cuenta lo que pasó en Auschwitz, y también su
incapacidad posterior para adaptarse a la vida normal. Porque lo que escribe es
el relato de un complejo de culpa: la culpa por no haber muerto, por sobrevivir
a la tragedia y volver al mundo de los vivos.
Ahí está la segunda escena
estremecedora: al llegar al París liberado, Marceline fue trasladada al hotel
Lutecia, que había sido el cuartel general de los alemanes y en ese momento era
el centro de acogida de los supervivientes. Allí estuvo compartiendo habitación
con otra exprisionera y ambas dormían en el suelo porque era lo que sus cuerpos
aceptaban. Y así ha sido durante mucho tiempo. Incluso hoy, otra exprisionera
ilustre, Simone Veil, compañera de Loridan-Ivens, mantiene la costumbre de
llevarse cucharas y cucharillas de algunos restaurantes y cafés. No lo puede
evitar. Durante su estancia en el campo perder la cuchara era un drama. Algo
así no se supera nunca. Y la autora de este libro breve pero de una intensidad
enorme lo cuenta. Una lectura necesaria porque se trata de evitar a toda costa
que olvidemos lo que pasó en el corazón de la Europa civilizada hace no tantos
años.
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