RESULTADOS
DEL II CERTAMEN DE ALERGIA Y HUMANIDADES ORGANIZADO POR EL COMITÉ DE
HUMANIDADES DE LA SEAIC
Miembros:
Dr. Juan Manuel Igea
Dr. Santiago Quirce
Dra. Isabel Ojeda
Dra. María Luisa González
Gutiérrez
Reunidos los miembros del
jurado (salvo la Dra. María Luisa González que actuó a través de medios
telemáticos), se decidió tras su votación otorgar los premios del certamen a:
MODALIDAD DE PINTURA:
Roberto Méndez Romend, por
la obra «Alérgenos libres».
MODALIDAD DE FOTOGRAFíA:
María Begoña Cueva Oliver,
por la obra «Gramíneas en flor».
MODALIDAD DE POESÍA:
Ignacio Dávila González, por
la obra «Soplo de vida».
Soplo
de vida
Eres tú, diminuto polen
- pavesa de vida,
futuro de planta,
alma de primavera –
el más pertinaz
de los amantes.
Emprendes, obstinado,
el viaje en busca de tu amada,
fiando,
o al azar del aire caprichoso,
o al albur del voluble insecto,
el fortuito encuentro.
Jinete del céfiro,
quijote del viento,
centauro del riesgo,
cabalgas a lomos de fortuna,
ahorcajado en acasos,
en contingencias montado.
Sorteando lluvias,
apartando fríos,
esquivando trabas,
vagando siempre
en búsqueda inagotable
de ese instante supremo,
de ese estigma
que para siempre te marque,
para convertirte, victorioso,
de aire de azar
en soplo de vida.
MODALIDAD DE RELATO:
Ignacio Jáuregui Presa, por
la obra «La increíble historia del pianista Macario Maracaná y la sufrida
Brígida».
La increíble historia del
pianista Macario Maracaná y la sufrida Brígida
El día que resolvió cambiar
irrefutablemente de vida, al sargento Macario Maracaná le faltó tener presente
y bien presente que todo cambio conlleva riesgos impredecibles, según se lo
explicaría muchos años después a su sufrida Brígida en el antequirófano de la
Ciudad Sanitaria, ante el pelotón de galenos enmascarados a punto de operarlo.
Los que lo conocieron de cerca dicen que
fue la imposibilidad física de tanta obediencia debida a superiores de
demostrada zafiedad e incultura como su capitán Raimundo Restrepo lo que lo
decidió de súbito a abandonar la vida militar con su escueta pero cómoda
pensión de funcionario, y aunque la sufrida Brígida intentaría como siempre
disuadirlo en vano, pronto puso Maracaná a la venta pública en el mercadillo
dominical de la Plaza Grande los uniformes, gorras, fajines, charreteras,
sables y pistolas reglamentarias y aún el viejo catalejo castrense de latón
heredado de su padre, el teniente coronel José Macario Maracaná, y con los
pocos billetes reunidos tras la venta de sus enseres compró al día siguiente al
anticuario y chamarilero Porfirio el más prodigioso de los instrumentos
músicos: aquel carcomido piano de pared de segunda mano manufacturado en
Bournemouth, que ya nunca habría de abandonarlo hasta el día de su dramática
muerte anafiláctica.
Macario pronto comenzó a tocar el piano
del gitano Porfirio como nadie, porque nadie en la localidad tocaba el piano
entonces, y si ocurría de forma excepcional que algún mortal ejecutase el
instrumento, solía arrastrarlo por lo general como una maldición desde la
infancia y todas las tardes infantiles vacías de juegos y de eventos
deportivos, y repletas a cambio de partituras y de repeticiones de Schubert y
Chopin, afloraban en el frecuente estilo soso y renuente con que el tipo
interpretaba ahora a Chopin o a Schubert. Maracaná, sin embargo, se consideró
siempre un espíritu musical libre, formado al piano por sí mismo de la mano
delicada de su madre doña Macarena de Maracaná -feliz contrapunto de la sombra
castrense de su padre--, en las múltiples tardes de pertinaz lluvia de su
ciudad natal, y el sonido maravilloso de las teclas lo acompañaba en sus
recuerdos de infancia como el olor de la cesta de guayabas sobre la alacena, o
el chisporroteo familiar de la calefacción de carbón en las tardes
interminables del invierno.
Los que lo trataron sostienen que el
exsargento no interpretó jamás a los clásicos, porque lo que el cuerpo le pedía
más a menudo eran ciertos compases neoyorkinos y nuevaorlenses, esas melodías
del viejo Scott Joplin que llamaban ragtime, o esos tristísimos acordes de Blue
Sunset que más de una vez hacían volver la cabeza o aún incluso humedecían los
ojos de las gentes más conspicuas y las mujeres más hermosas sin que llegaran a
ver en uno al típico pelmazo salido recién del Conservatorio. Otra víctima del
jazz, el Maracaná ese, mascullaban sus detractores con desprecio, como si a él
lo molestara.
El propietario del night-club que lo
contrató era un cubano honrado y se lo dijo con franqueza santiaguera, aquí
pagamos poco, tarde y mal y no te me pases con las copas que te las habré de
descontar del sueldo, compay, pero Macario no quiso o no pudo oírlo por el
ruido del local y volvió a casa convencido de haber obtenido una gran premier y
así se lo comunicó a Brígida ante uno de los últimos guisos de gallina a la
sartén que habrían de conocer en aquella casa a las horas de comer.
Ni siquiera los más allegados al
sargento Maracaná comprenden cómo y cuándo empezó aquel viaje sin retorno
posible desde los cuarteles y despachos de la subcomandancia a los garitos de
jazz, humo y chupitos de ginebra con agua tónica, pero todos sostienen que ya
lo veían venir cuando la tragedia sucedió al final, una de aquellas noches de
nostalgia infinita y de mojitos cubanos que el dueño del local le descontaría
sin duda de sus ya magros estipendios; y habría de ocurrir porque cuando el ron
del Caribe empezaba a impregnar su corazón esponjoso, Macario tendía a volverse
enamoradizo y gamberro...
Pero aquella noche no fue él, que no
fue, que fueron las melancolías de Duke Ellington y Thelonius Monk las que
hicieron que la inconmensurable belleza pelirroja sentada en una de las mesas
cercanas al piano volviera la cabeza y dejara de escuchar al guaperas faccioso
que la acompañaba, prodigio de malos modos y gomina, y cuyos hercúleos brazos
parecían múltiples y versátiles como los de un pulpo a la hora de estrechar a
la melómana; fueron aquellas melodías, sí, las que hicieron zafarse a la
pelirroja de los brazos cefalópodos y venir a apoyarse en el piano junto al
mojito de Macario, enseñando al inclinarse, dadivosa, su busto indescriptible;
y es así que el sargento en excedencia sintió entonces acercarse sin remedio
otro de aquellos sucesos que la sufrida Brígida llamaba, soez, encoñamientos,
con amargura poco y mal disimulada de fiel esposa de tarambana pertinaz.
Y antes de que su propia voluntad
pudiera hacer acto de presencia en el garito, se encontró Maracaná besando sin
permiso de nadie aquellos labios de fresa y aquel escote simétricamente
dividido en dos por el canal o valle profundo resultante del efecto
espectacular de los modernos sostenes Wonderbrá.
El primer disparo sonó musicalmente al
acertar la bala exactamente sobre la tecla fa de la tercera octava, pero el
segundo le acertó de lleno en la segunda porción del duodeno, llevándose por
delante la úlcera que arrastraba Macario desde la juventud a base de parrandas
mal enmendadas con cantidades desmesuradas de bicarbonato de sosa. Quieto ahí,
Maracaná, quieto o te mato, oyó gritar antes de desvanecerse, y tú fuera de
aquí, súcubo, puta.
Y fue entonces, exangüe encima del
piano, tarde ya, cuando reconoció tras la gomina y las gafas negras y la
cazadora negra y la conciencia negra al capitán Raimundo Restrepo, su inmediato
superior de la subcomandancia, ahíto de ron y celos, con la pistola
reglamentaria desenfundada y humeante. Desertor, cabrón, balaperdida, casanova,
perillán, toma lo tuyo, lo insultaba todavía el capitán disparando al aire y a
la fila de botellas tras el mostrador, sulfúrico y poseído, ante la aterrada
mirada de su novia pelibermeja y tetuda, antes de que la policía militar
consiguiera desarmarlo, esposarlo y subirlo al furgón.
Y ahora, en el antequirófano de la
Ciudad Sanitaria, ante el pelotón de galenos ya lavados, esterilizados y
enmascarados a punto de operarlo, Maracaná se lo decía a la sufrida Brígida,
perdóname, perdóname una vez más, pero no dejes de contar todo esto por si yo
llegara a faltar, Dios no lo quiera, que sepa la posteridad que el mal se paga.
Y Brígida inflexible, no caerá esa breva, Macario, no querrá el cielo premiarme
de una vez tantas desdichas, que si tuvieras siquiera un seguro de vida en
condiciones yo misma me encargaba de prohibirte operación y transfusiones,
crápula insustancial.
Pero dicen unos que Dios vela y otros
que mala hierba nunca muere, y por obra y gracia de la ciencia fabulosa de la
cirugía, bisturíes, suturas y concentrados de hematíes obraron el prodigio y en
pocas semanas Macario estuvo repuesto frente al teclado de su viejo piano
inglés apolillado, que todavía habría de acompañarlo muchos años después hasta
su aparatosa muerte anafiláctica una mañana de marzo cuando desayunaba una
macedonia a base de kiwi, duraznos y albaricoques.
Ay, Brígida Brígida. La maldita
adrenalina siempre a desmano, dicen que fueron sus últimas palabras. Pero esa
ya es otra historia.
MODALIDAD DE REDACCIÓN
CIENTÍFICA:
Ignacio Antépara Ercorica,
por la presentación «Un ensayo en fase I de una vacuna subcutánea con extracto
de ácaros».
LOS CAZADORES DE CONCURSOS LITERARIOS VIII (OCTUBRE 2017) Publicado el concurso, el sábado 2 de septiembre del 2017 en el
Blog.
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