Literatura contra la máquina de destrozar libros
Jean-Paul
Didierlaurent vende a 25 países su primera novela, ‘El lector del tren de las
6.27'
Su libro es ese modesto
grial que todo editor persigue: una fábula humilde firmada por un escritor
desconocido, pero susceptible de levantar el ánimo de quien la sostenga entre
sus manos. A los 52 años, el francés Jean-Paul Didierlaurent era un funcionario
de la compañía estatal de telefonía y vivía una existencia apacible en los
Vosgos, cadena montañosa en la Lorena francesa. En sus ratos libres, se
dedicaba a escribir relatos que le habían hecho ganar algún premio de
prestigio, pese a que nunca se planteara un cambio de rumbo profesional. Ha
sido su primera novela, El lector del tren de
las 6.27(Seix Barral), la
que le ha permitido abandonar el anonimato. Beneficiada por el inestimable
apoyo de los libreros franceses, su obra lleva más 60.000 ejemplares vendidos
en su país y ya ha sido vendida a 25 mercados.
Didierlaurent califica
la experiencia de “surrealista”. “Uno siempre espera que lo que escribe guste a
los demás, pero nunca es capaz de imaginar algo así”, confiesa. “Stephen King
dice que hay historias que te gritan que las escribas, hasta que se ponen a
hacer tanto ruido que no tienes más remedio que tomar papel y bolígrafo. Eso me
sucedió a mí”, añade. Su protagonista, Guibrando Viñol, es un hombre de 36
años, deprimido por una profesión que detesta: participa en la destrucción de
libros que nadie vende como obrero de una planta de reciclaje de papel. Con la
ayuda de una monstruosa máquina a la que llaman La Cosa, tritura novelas,
ensayos o enciclopedias.
Este desdichado
personaje encuentra una solución provisional a su desconsuelo. Cada mañana,
regala veinte minutos de lectura en voz alta a los pasajeros del tren que le
conduce a su lugar de trabajo. Los viajeros escuchan recetas de cocina,
extractos del último Goncourt, párrafos de novela negra, páginas que se han
salvado de las fauces de La Cosa. Algunos viajeros terminan reclamando lecturas
particulares en esta banlieue deprimida que el autor conoce de
cerca: fue su primer destino al aprobar las pruebas de acceso al funcionariado.
Mi idea era tomar a este hombre ordinario
y convertirlo en un ser extraordinario. Quería buscar en mis personajes esa
pepita de oro que todos llevamos dentro. Los hombres y mujeres anodinos también
son capaces de decir y hacer cosas interesantes”
La literatura se
convertirá así en un remedio a la insatisfacción vital y la alienación laboral,
como una especie de entidad regeneradora de vida. “La lectura es un alimento,
pero también un vínculo. Unos minutos al día, el protagonista se entrega a los
demás, que reciben su don como un regalo. La lectura logra revitalizar ese
entorno”, incide. Al protagonista no tardará en salirle competencia: Julie, la
encargada de los lavabos de un centro comercial, empeñada en convertir su
monótona cotidianidad en una experiencia poética. Guibrando dará con un puñado
de relatos breves en una llave USB y buscará a su responsable por todos los
rincones.
Didierlaurent dice haber
querido conceder un poco de visibilidad a quienes considera invisibles hoy en
la sociedad. “Mi idea era tomar a este hombre ordinario y convertirlo en un ser
extraordinario. Quería buscar en mis personajes esa pepita de oro que todos
llevamos dentro. Los hombres y mujeres anodinos también son capaces de decir y
hacer cosas interesantes”, sostiene el autor, harto de los estigmas que suelen
perjudicar a los más humildes. ¿Tal vez porque él también ha sido víctima de
ellos? “No he sufrido por eso, pero sí lo he sido. Cuando presentaba mis
cuentos, se daba por hecho que era profesor de literatura o algo así. A nadie
se le pasaba por la cabeza que trabajara en el servicio de información
telefónica. Todos somos víctimas de esas etiquetas”, apunta.
El éxito de su obra
responde al sentimiento positivo que desprenden sus páginas, pensadas como un
bote salvavidas en un mar de cinismo. “No era mi intención ni tenía ningún
mensaje a transmitir, aunque soy consciente de que ha funcionado por eso. En
medio de la tristeza ambiente, este libro es como un respiro", admite
Didierlaurent. “De hecho, al terminarlo me di cuenta de que había escrito un
cuento moderno, en el que hay incluso un príncipe y una princesa”. Como en una
historia de los hermanos Grimm, Didierlaurent es hijo de carpintero y creció en
plena montaña, y ha escrito una historia “que parte de la oscuridad y se dirige
hacia la luz”. Sin ser político, su libro transmite desafección hacia un mundo
sometido al dictado del hipercapitalismo. Si en Fahrenheit
451 los libros eran
quemados por razones políticas, en su novela lo son “por motivos económicos”.
“Hoy solo cuenta lo superficial”, concluye.
FUENTE: EL PAÍS
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