Kazuo
Ishiguro: "Escribo novelas; eso es todo lo que puedo hacer"
Con El gigante
enterrado, séptima entrega de su obra novelística, recientemente publicada
en Inglaterra, el autor británico de origen japonés -mundialmente célebre por
la adaptación al cine de Los restos del día- se vuelca de manera sorprendente
al género del fantasy. En
esta entrevista, un recorrido exhaustivo por su producción literaria y la
semblanza de un hombre que ama la serenidad, los buenos films y la música de
Bob Dylan
Kazuo Ishiguro
Emma Thompson y Anthony Hopkins en el inolvidable film Lo que queda del día, basado en la novela de Ishiguro.
Tal vez parezca que los novelistas
controlan los mundos que inventan, pero lo cierto es que suelen tener que
esperar mucho tiempo hasta poder hacer lo que quieren: la ficción es bastante
menos maleable de lo que parece. Y Kazuo Ishiguro no es la excepción, por más
que suela asociárselo con esa clase de férreo control de autoría. Sentado en su
cabaña de Cotswolds, una luminosa y gélida tarde de invierno, Ishiguro me
confiesa que su anhelo de escribir una novela cuyos protagonistas fuesen un
hombre y su caballo se remonta a muchos años atrás. Ahora, con la publicación
de su séptima novela, The
Buried Giant(El gigante enterrado), finalmente se ha salido con la suya.
"La figura del llanero solitario siempre fue lo mío", dice entre
risas.
El
prototipo de Ishiguro fue ese personaje característico de los westerns que tanto le gustan, esas películas de
John Ford y Sam Peckinpah que con frecuencia, como en Más corazón que odio, de John
Ford, comienzan con la imagen de un jinete lejano cruzando un paisaje
inabarcable, "como una pequeña comunidad compuesta sólo de un hombre y un
caballo, una comunidad solitaria y nómade que se va trasladando de un lugar a
otro". En Ishiguro reverbera la idea de un hombre a la deriva de la
historia: "La sensación real de que hay todo un mundo que viaja en ese
hombre. alguien que está fuera del tiempo, alguien que pertenece a un mundo más
violento. Un pueblo pacífico lo requiere cuando se necesita el uso de la
violencia, aunque en realidad, nunca es bienvenido en una comunidad
pacífica".
Pero
como telón de fondo para su llanero solitario, Ishiguro no eligió la frontera
norteamericana. EnEl gigante enterrado (su
primera novela desde Nunca me
abandones, de 2005) nos lleva a Bretaña tras la partida de los romanos,
cuando los anglosajones están a punto de ocupar por completo la isla; "el
momento de la creación de Inglaterra". Su jinete no es otro que sir
Gawain, uno de los caballeros del rey Arturo , y figura mítica y legendaria de
la caballería y la literatura. En la imaginería de Ishiguro, Gawain ya es un
viejo que al igual que John Wayne en Más
corazón que odio, o James Coburn en Patt
Garrett y Billy the Kid, responde a un
último llamado a las armas. "Vistiendo una oxidada cota de malla y montado
sobre un jamelgo cansado", la "sagrada misión" de Gawain es
matar a la dragona Querig.
La
novela transcurre durante una laguna de los registros históricos. Arqueólogos e
historiadores siguen debatiendo qué ocurrió tras el fin de la ocupación romana.
La hipótesis que cobra vida en la novela de Ishiguro es que en ese período,
oleadas migratorias de anglosajones llegados de tierras germánicas
desembarcaron en el este de la isla británica "y en determinado momento
masacraron a los nativos del lugar. Se produjo lo que hoy llamaríamos una
limpieza étnica. simplemente desaparecieron. Básicamente, los bretones fueron
aniquilados".
Como
sustento de esa teoría -existe otra visión que señala que esos grupos
diferentes se cruzaron y asimilaron-, puede decirse que tanto en términos de
nombres de lugares como del lenguaje utilizado en la actualidad, ha sobrevivido
poco y nada del latín y celta hablados en aquel entonces. Es posible que queden
vestigios en el idioma córnico o el galés, que los sobrevivientes de aquel
genocidio hayan huido hasta los extremos más occidentales de la isla. Al
posarse sobre el momento previo al inicio de esa brutal tragedia, Ishiguro
refleja un país al borde de un cambio trascendental. Como él mismo lo dice:
"No estamos hablando de un viejo conflicto que vuelve a ocurrir: se trata
de la colonización anglosajona".
Fue
esa falta de certezas sobre lo que ocurrió y la lejanía con el mundo
contemporáneo lo que capturó la imaginación de Ishiguro. Esa chispa de interés
se encendió tras la lectura del poema del siglo XIV Sir Gawain y el Caballero
Verde, o más exactamente, un pequeño fragmento del inicio del poema, cuando
Gawain, "un tipo bastante mimado y consentido", tiene que viajar de
un castillo a otro y atravesar una tierra sin posadas cómodas ni protección de
la corte, donde es corrido de las aldeas por los lobos y perseguido a las
montañas por los ogros: "Y en el campo le pasan cosas desagradables: el
frío, la lluvia, no encuentra dónde cobijarse, hasta que llega al otro castillo
y ahí la historia continúa. Y por el modo en que son mencionadas esas cosas, en
particular los ogros, que son como jabalíes o algo que aparece en el campo, de
pronto tuve una visión de cómo era ese paisaje... Y pensé que era un lugar
divertido para que ocurriera una historia. Un lugar donde los ogros y los elfos
eran algo de todos los días".
Pero
no fue sólo la perspectiva de "divertirse" lo que lo impulsó a poner
manos a la obra, y el proceso de escritura de la novela tampoco fue pan comido.
Cuando ya tenía parte de la novela escrita, su esposa Lorna, que es siempre su
primera lectora, le dijo: "Esto no funciona. Y no me refiero a que se
arregla cambiando un par de escenas. Si realmente querés escribir ésta, vas a tener
que empezar otra vez de cero. Lo que está mal es el lenguaje. por momentos,
hasta causa risa". Ishiguro reconoce que fue "un momento
horrible", pero aclara que ya le había pasado conNunca me abandones,
novela que tuvo que volver a empezar dos veces, "así que ya no entro en
pánico". El costado positivo fue que ese quiebre le dio tiempo para
escribir Nocturnos: cinco
historias de música y noche (2009),
su primera colección de relatos breves. En esos años, también siguió de cerca
el rodaje de Nunca me abandones, y en 2005, escribió el guión del film La
condesa blanca. Ishiguro cree que entre cine y literatura existe potencialmente
una armonía, y aprueba que sus libros sean llevados a la pantalla grande. Ahora
que Scott Rudin compró los derechos de El gigante enterrado, parece que hay
otra película en camino.
Al
retomar la escritura de El
gigante enterrado, tras completar otros proyectos, Ishiguro simplificó el
lenguaje -menos "contemplad" y menos "plega a Dios"- y
empezó a escribir mucho más rápido. Buscaba desde hacía tiempo un vehículo que
le permitiera explorar ciertas ideas sobre las sociedades y los acontecimientos
históricos, pero no quería que se relacionaran con ningún lugar o momento en
particular. "Sentía que situase donde situase la historia, corría el
peligro de que pensaran que se refería a tal o cual cosa. No quería parecer
interesado en ninguna crisis en particular de la historia, así que buscaba algo
ficcional." Incluyendo ogros, elfos, caballeros y un estilo de gesta se
resolvía parte del problema: "Un paisaje como ése sería clara señal de que
nos encontramos en el reino de la fantasía, donde pueden suceder las más
diversas situaciones".
Pero
Ishiguro tampoco quería que fuese así de principio a fin. "No quería un
mundo de fantasía donde pudiese pasar cualquier rareza. Tomé el ejemplo de lo
que pasaba en las novelas de samuráis que leía cuando era chico. Si me
resultaba verosímil que las personas de aquel entonces tuviesen esas
supersticiones o creencias, entonces me lo permitía." En otras palabras,
no habría dejado que en el cielo apareciera de pronto un plato volador.
Para
el lector, el lenguaje y la aparición de criaturas más comúnmente asociadas con
el género de la fantasía heroica (fantasy) llegan como una especie de shock.
Ishiguro lo entiende, aunque no del todo, porque para él todo tiene perfecto
sentido. "Muchas veces no llego a apreciar hasta qué punto puede ser
sorprendente -admite-. Todo eso salió de mi interior, y lo que se ve es mi
punto de llegada. Y llegué a todo eso dando pasos que para mí tienen mucha
lógica, aunque es cierto que si a uno lo agarra desprevenido, puede pensar que
es rarísimo. Es realmente un cambio de rumbo."
A
los cambios de rumbo también está acostumbrado. "Muy al principio de mi
carrera, pasé de escribir libros japoneses, o al menos libros que transcurrían
en Japón y con personajes japoneses, a escribir algo como Los restos del día.
La gente estaba azorada, les parecía muy raro. Al fin y al cabo, ¿qué sabía yo
de los ingleses, por más que viviese en Inglaterra desde hacía ya unos años?
Las reseñas y los comentarios sobre el libro que se hicieron en ese entonces
hablaban más que nada de eso: ¿no es increíble que este joven japonés sepa
tanto de mayordomos ingleses o de la alta sociedad inglesa de entreguerras? Fue
como una sorpresa. Tal vez a la gente la incomodaba un poco que hubiese dado
ese salto y dejado de ser alguien cuya escritura era identificable, por decirlo
de alguna manera, con sus orígenes étnicos."
Ishiguro
suele repetir, tal vez como una provocación, que él escribe el mismo libro una
y otra vez. También escribe en el intersticio entre dos culturas, o más
precisamente, entre nuestra percepción de lo que esas dos culturas puedan
representar o de las cualidades que puedan reflejar. Ishiguro nació en Nagasaki
en 1954. Su madre, Shizuko, es una sobreviviente de la bomba atómica, lanzada
cuando era una adolescente. Su padre, crecido en Shanghái, era oceanógrafo, y
fue por su trabajo que, cuando Kazuo tenía cinco años, la familia debió
trasladarse a Guildford, donde todavía vive su madre. En una entrevista de 2008
para Paris Review, Ishiguro recordaba el impacto que fue para él la quietud de
Inglaterra, la súbita disminución de ruidos y de imágenes, la persistencia del
verde y la naturaleza. Seguía recibiendo desde Japón los coloridos libros y
cómics que le enviaba su abuelo. Como los equivalentes ingleses, en
comparación, le resultaban aburridos, se hizo fanático de Sherlock Holmes, y
hasta escribió sus propias historias de detectives.
Más
que en la narrativa, sus primeros impulsos creativos encontraron cauce en las
letras de canciones que aún sigue escribiendo. En 1973, durante un año libre
entre la escuela secundaria del condado de Woking y sus estudios de inglés y
filosofía en la Universidad de Kent, Ishiguro se fue de mochilero a recorrer
Estados Unidos con su guitarra al hombro. Sus ídolos musicales son Bob Dylan,
Leonard Cohen y Joni Mitchell. Una de sus películas favoritas más recientes es
Inside Llewyn Davis (Balada de un hombre común), donde los hermanos Cohen
recrean la vida en Greenwich Village en 1961. Si bien su carrera musical nunca
terminó de despegar, Kazuo cree que estas primeras experiencias ayudaron a dar
forma al inconfundible estilo de su prosa, a la que suele calificarse como
"austera", "sucinta" y "contenida". Para el año
1978, cuando se inscribió en la maestría de escritura creativa de la
Universidad de East Anglia, su sensibilidad literaria ya estaba lo suficientemente
desarrollada como para que su tutora académica describiera su trabajo como
"muy maduro para alguien tan joven".
Malcolm
Bradbury, su otro tutor, se acercó aún más cuando señaló la "cualidad
irreal" y la "textura de extrañeza" de su primera novela, Pálida
luz en las colinas, publicada en 1982 y ganadora del premio Winifrey Hotby.
Esos calificativos llegaron durante una fascinante conversación entre ambos en
el Instituto de Artes Contemporáneas de Londres (ICA), justo después de la
publicación de la novela, donde Ishiguro, que creció hablando "un japonés
cocoliche" en su hogar, habló de la cultura dual en la que fue criado.
"Me resulta muy difícil identificar cuánta influencia japonesa heredé
naturalmente, y cuánta adquirí en realidad por iniciativa propia, por sentirme
obligado a hacerlo -explicó-. En realidad, siento que cuando escribo libros que
transcurren en un entorno japonés, tengo tendencia a 'japonizarlos'."
Pero
sus libros nunca se limitaron a esos entornos. Tras Pálida luz en las colinas y
Un artista del mundo flotante, de 1986, ganadora del premio Whitbread al libro
del año y nominada al premio Booker, Ishiguro se volcó a la Inglaterra de
entreguerras y al personaje del mayordomo Stevens, un hombre emocionalmente
reprimido que reflexiona sobre los servicios sin cuestionamientos que le prestó
a lo largo de los años a su empleador, el filogermano lord Darlington.
"Suele decirse que los mayordomos sólo existen de verdad en Inglaterra
-confía Stevens-. En otros países, más allá del nombre que le pongan, son
apenas ayudas de cámara. Tiendo a creer que es cierto. Los del continente no
pueden ser mayordomos porque son una raza incapaz de ese refreno del que sólo
es capaz la raza inglesa."
Los
restos del día ganó el premio Booker de 1989, y fue
luego llevado a la pantalla por Merchant- Ivory, a partir de un guión primero
trabajado por Harold Pinter, y luego desarrollado por Ruth Prawer Jhabvala, con
Anthony Hopkins en el rol del mayordomo Stevens. El doble éxito, comercial y de
la crítica, lo impulsó a seguir experimentando, y en 1995 Ishiguro publicó Los
inconsolables, diferente en todo a todo lo anterior. Sus 500 extrañas páginas
transcurren en una ciudad innominada de Europa Central y son narradas por un
concertista de piano cuyos permanentes esfuerzos por cumplir con sus obligaciones
se ven frustrados una y otra vez por una serie de obstáculos bizarros e
ineluctables. La estética de esa novela toma prestada su forma a la lógica de
los sueños. El crítico James Wood hizo al respecto un comentario luego muy
citado: que la novela "inventaba su propia categoría de maldad", y
Anita Brooker dijo que era "casi con certeza una obra maestra".
Su
siguiente novela, Cuando fuimos huérfanos, también tuvo esa cualidad onírica.
Situada una vez más en el período de entreguerras, es la historia de
Christopher Banks, un famoso detective de alta sociedad que nunca logró superar
el trauma de la desaparición de sus padres, cuando era chico, en Shanghái.
Banks cree que está a tiempo de resolver el caso, y a medida que avanza la
novela, queda claro que el caso de sus padres funciona como una especie de
reemplazo mental del conflicto bélico mundial en ciernes. Es una novela
profundamente misteriosa y perturbadora, que también reconfirmó a Ishiguro como
un maestro de la psicogeografía: sus paisajes, si bien son mordiscos de la
campiña inglesa recordada a medias, o de ciudades durante o después de una
guerra, están imbuidos de una imaginería que borra la diferencia entre lo que
los personajes o los lectores ven y lo que imaginan, entre lo que podría haber
sido y lo que tal vez ocurrirá.
La
pesadillesca sección final de Cuando fuimos huérfanos encuentra a Banks
transitando los caóticos callejones de la ciudad durante la Batalla de
Shanghái, y a muy lejos de la segura zona de concesión internacional, en busca de
sus padres desaparecidos tanto tiempo atrás. Esa sección se sostiene a lo largo
de cincuenta atrapantes páginas atiborradas de edificios abandonados, túneles
intransitables y seres humanos desposeídos incluso de una identidad cierta, y
con súbitos cambios de escena:
Cada
tanto me chocaba con un baúl o una cómoda apenas dañados, como si sus
propietarios estuviesen a punto de regresar de sus trabajos. Pero entonces,
justo al lado de esos lugares, descubría más habitaciones, totalmente
destruidas o inundadas. En determinado momento, me topé con tres perros que
desgarraban salvajemente algo y saqué mi pistola, tan convencido estaba de que
vendrían por mí, pero hasta esas bestias me dejaron pasar mansamente, como si
hubiesen llegado a respetar la carnicería que era capaz de desencadenar el
hombre.
Cuando
fuimos huérfanos fue nominado al premio Man Booker, al igual que su siguiente
novela, Nunca me abandones (2005), que perdió ante El mar, de John Banville, en
un lista de favoritos de excepcional calidad que incluía Accidental, de Ali
Smith; Sobre la belleza, de Zadie Smith; A Long Long Way (Un largo largo
camino), de Sebastian Barry, y Arthur y George, de Julian Barnes. El elemento
distópico de ciencia ficción de la historia (niños clonados que son criados para
la donación de órganos y que deben alimentarse unos a otros con el fruto de sus
"donaciones", hasta que a una edad espantosamente temprana
"terminan", o mueren) le aseguró a Ishiguro un lugar en todos los
diarios y programas de TV cada vez que surgía una noticia sobre "locuras
de la ciencia". La novela también llegó al cine, con guión de su amigo, el
novelista devenido cineasta Alex Garland.
Obviamente,
no es un libro sobre la clonación, sino sobre la mortalidad, lo que según
Ishiguro, lo conecta con su nueva novela: "Los que ambos libros comparten
es eso que ocurre con el amor cuando las personas sienten la proximidad de la
muerte. Y ése es un tema eminentemente emocional. Sería extraño que no lo
fuera". (Sin embargo, señala que no le gusta que en sus novelas haya
emociones no pertinentes. "Tienen que tener que ver con el gran tema. Hago
lo posible por evitar las escenas tristes que son circunstanciales. No quiero
huérfanos y perros muriendo en mis libros.")
En
el arranque de El gigante enterrado, se nos presenta a una pareja de ancianos,
Axl y Beatrice, que impulsados por una vaga inquietud, deciden abandonar su
pequeña y laberíntica comunidad para ir en busca de su hijo. La travesía es
riesgosa por más de un motivo, no sólo por los innumerables peligros que pueden
acuciarlos, incluidas las oscuras fuerzas de la "Gran Planicie", sino
por la difusa noción de realidad de los ancianos: para deslizarse dentro y
fuera del relato, hay una nebulosa bruma que ha hecho que la población se
vuelva extrañamente olvidadiza, consciente de que en el pasado ocurrieron
ciertos hechos, pero que misteriosamente no logran recordar.
Esa
bruma es el centro ideológico de El gigante enterrado, el meollo que Ishiguro
se propone explorar. Ya se había enfocado en el modo en que los individuos
lidian con sus recuerdos dolorosos, atrapados entre el deseo de enfrentarlos y
el temor por lo que puedan desenterrar. A veces, como en Pálida luz en las
colinas y Cuando fuimos huérfanos, el trauma del pasado ha calado tan hondo que
deforma la perspectiva, dando lugar a un relato fracturado en que se pone en
duda tanto lo que el protagonista como lo que el lector perciben como realidad.
En esta nueva novela, sin embargo, el autor quiso explorar cómo funciona eso
pero en el nivel de una comunidad. Y si bien su lectura accidental de Sir
Gawain y el Caballero Verde le proporcionó el entorno, su interés por este tema
se remonta a un tiempo mucho más lejano.
De
hecho, recuerda que hace más de una década, cuando le tocó presidir un panel en
el Foro Económico Mundial, propuso un tema que lo preocupaba: el modo en que
las sociedades recuerdan y olvidan, cuándo y cómo decidimos que ya es hora de
dejar atrás el pasado, y qué implicancias tiene eso en la búsqueda de justicia.
Entre los integrantes de su panel estaba el sobreviviente del Holocausto y
activista político Elie Wiesel, y el vicealcalde de Nueva York, Dan Doctoroff,
que en aquella época debía encontrar la forma más adecuada de conmemorar los
ataques del 11 de Septiembre.
Dice
Ishiguro en referencia a Los restos del día y a Un artista del mundo flotante,
"siempre me ha hecho sentir un poco incómodo la idea de convertir a un
individuo como el mayordomo Stevens o un artista japonés de cierto período, en
seres representativos de toda la sociedad inglesa de entreguerras o de la
sociedad japonesa tras la Segunda Guerra Mundial". En sus libros, esos
personajes aparecen recordando una vida dedicada a principios que resultaron
ser peligrosos, en ambos casos, el fascismo. Se trata de exploraciones sobre lo
que pasa "cuando uno da lo mejor de sí mismo, pero como no tiene una
percepción extraordinaria del mundo y no puede evitar ser parte de la sociedad
en la que vive, invierte todos sus talentos en algo que más tarde siente que no
merecía". Se trata de elegías de vidas no meramente desperdiciadas sino
fundamentalmente mal orientadas.
Ése
fue el territorio de base de los primeros tres libros de Ishiguro, y el autor
dice que tenía "muy, muy en claro" que ésa era la arena que quería
explorar: "Porque en aquel entonces era joven, era consciente de la
generación de mis padres, y de la generación en Alemania, quienes por haber
vivido cuando vivieron, quedaron atrapados en esa especie de efervescencia.
'¿Qué habría hecho yo, de haber pertenecido a la generación anterior? ¿También
habría sido un fascista?'."
Ese
tema también estaba en sintonía con sus propias experiencias de juventud,
cuando trabajaba para la organización benéfica de viviendas Cyrenians, donde
conoció a su esposa. La pareja se casó en 1986 y tiene una hija, Naomi, de poco
más de 20 años. Allá por los años 80, Ishiguro solía participar de los debates
políticos calientes de la época, como la campaña por el desarme nuclear
unilateral. Pero a medida que pasó el tiempo, Kazuo empezó a preguntarse:
"¿Qué tan seguro estoy de estar apoyando una causa justa? Tenemos buenas
intenciones, pero la mayoría de nosotros simplemente nos dejamos arrastrar. No
nos sentamos a pensar seriamente por qué apoyamos ciertas posiciones.
Pertenecemos a determinadas tribus, y nuestra pequeña tribu siempre tiene el
eslogan correcto y la postura correcta ante cada tema".
Tras
haber explorado esa intersección entre la política y las convicciones
personales, Ishiguro quiso avanzar y examinar el modo en que las comunidades,
las sociedades y las naciones lidian con el tema de la memoria, para entender
si difiere de manera crucial con el modo en que lo hacen los individuos. Quería
saber quién controla los recuerdos de la sociedad, quién moviliza esos
recuerdos y con qué fines. Saber si pueden ser utilizados, tal como lo creía
Slobodan Milosevic en la ex Yugoslavia, para despertar los rencores dormidos de
la población.
"¿Cuáles
son los mecanismos de la memoria en países como Gran Bretaña, Francia o Japón?
¿A través de la literatura, de los museos, de los libros de historia oficiales?
¿Cómo es? Es una mezcla de todo eso, pero al final, se reduce a lo que la gente
común conserva en su mente de lo que ocurrió en su país", señala Kazuo.
Observó, al igual que el resto del mundo, la desintegración de Yugoslavia, así
como las 800.000 vidas que se cobró el genocidio en Ruanda. Además de horror,
experimentó "una profunda desilusión, porque tras la caída del Muro de
Berlín y el supuesto fin de la historia, se suponía que alcanzaríamos la
paz". Y entonces, de pronto, "aparecieron campos de concentración,
campos de la muerte, masacres como la de Srebrenica, ahí, en plena Europa. Y lo
más sorprendente -aunque supongo que mirando hacia atrás, no debería habernos
sorprendido tanto- era el hecho de que la gente, vecinos que habían vivido
juntos durante décadas, se enfrentaron y masacraron unos a otros. Es bien
sabido que en esas comunidades, ciertas casas eran marcadas con una cruz la
noche anterior, para que, a su paso, las milicias sólo asesinaran a los
habitantes de esas casas. Y era gente que poco tiempo antes se reunía para
comer junta, y que cuidaba a los hijos de sus vecinos".
A
Ishiguro también le interesa el modo en que países como Ruanda y Sudáfrica son
capaces de dejar atrás el trauma de esa violencia generalizada. "En cierto
sentido -señala- para romper el ciclo de la violencia, hay que olvidarse del
rencor y de la idea de justicia."
Pero
entre los ejemplos que alimentan las reflexiones de Ishiguro también se cuentan
reacciones colectivas ante el trauma que se remontan a mucho tiempo atrás. El
Japón de la segunda posguerra le suministró el ambiente de sus dos primeras
novelas. Claramente, al autor lo preocupaba desde hacía tiempo la "versión
realmente extraña" de los japoneses sobre lo ocurrido en la Segunda Guerra:
"Japón pareció borrar el hecho de que fue una nación agresora en la
Segunda Guerra Mundial, y de que había asolado gran parte de China y el este de
Asia, masacrando a sus pueblos. En Japón, la mayoría recuerda la Segunda Guerra
como una gran tragedia que llegó a su clímax con las dos bombas atómicas".
Y agrega que fueron las autoridades de Estados Unidos las que alentaron esta
visión, porque necesitaban que Japón fuese un fuerte aliado contra la Rusia y
la China comunistas, pero que esa versión tan arraigada de los hechos genera
problemas entre Japón y China hasta la actualidad.
La
Francia de Vichy también lo fascina, no sólo por la interpretación que también
impuso sobre la época de la guerra ("Todos ellos se habían convencido de
que eran combatientes de la resistencia, cuando en realidad eran un país que
había enviado a sus propios judíos a Auschwitz, y que el régimen de Vichy era
alegremente colaboracionista, y que en cada pequeña aldea de Francia había
gente que delataba a sus vecinos ante la Gestapo"), sino por el modo en
que esa interpretación fue dando forma a la cultura popular.
Decir
que Ishiguro y su mujer son fanáticos del cine sería una subestimación: en su
hogar del norte de Londres tienen su propio microcine, donde organizan pequeños
ciclos de películas. Un ejemplo reciente es el ciclo de comedias de enredos y
películas de guerra, aunque estas últimas fueron archivadas temporalmente
después de la enorme conmoción que les produjo Ven y mira, el drama de Elem
Klimov sobre la ocupación nazi de Bielorrusia. Obviamente, Kazuo y su esposa
también reflexionan profundamente sobre las películas, y una de sus teorías
acerca de la cultura popular francesa de posguerra (tanto en la nouvelle vague
en el cine, como en el nouveau roman en literatura) es que "había un
verdadero deseo de terminar con la tradición de la ficción realista, porque
nadie quería un Balzac que describiera el infierno ocurrido. Eso es lo último
que uno quiere". Siguiendo ese argumento, en el cine los directores se
volvieron cada vez más personales, más introspectivos, "como una manera de
crear lo que parece ser un arte serio, sin lidiar con esa cosa enorme que nos
mira de frente a los ojos. ¿Cómo pudo pasarnos esto? ¿Qué hicimos frente al
desafío de la ocupación nazi?". Mientras tanto, las películas que
realmente se ocuparon de la herencia de la guerra en Francia eran las películas
de género, las historias de gánsteres donde los ladrones tienen honor y los
policías y políticos son corruptos.
Mientras
Kazuo me cuenta todo esto, una foto de Alain Delon nos observa detenidamente
desde un enorme retrato del actor, colgado en la pared, que la pareja le
comisionó especialmente al mismo artista que pintó un retrato de Claudia
Cardinale que los dejó muy impresionados. "Todavía no decidimos del todo
qué destino darle a este lugar", dice en referencia a la cabaña que
adquirieron hace un par de años en un tranquilo enclave del norte de Cotswolds.
"Para nosotros, sigue siendo una especie de lugar de vacaciones. Llego acá
lleno de buenas intenciones, cargado de libros para leer y de cosas por hacer
que nunca termino haciendo. Nos la pasamos haraganeando en los cafés de los
alrededores. El té con torta me puede."
¿Es
goloso o simplemente hay algo del ritual de la merienda que le gusta? Esa
pregunta surge ante el recuerdo de los ceremoniosos rituales de la clase alta
descritos con minuciosidad en Los restos del día, del incesante fluir del té en
Pálida luz en las colinas y de los grandiosos hoteles de los años 30 en Cuando
fuimos huérfanos. Un poco de las dos cosas, contesta Kazuo. "La verdad es
que nunca me gustó realmente sentarme a la noche en un bar a tomar cerveza,
pero sí me gusta sentarme a charlar alrededor de una tetera y una bandeja de
escones. Para eso, hace falta un entorno adecuado." Le comento que cuando
llegué manejando esa mañana al poblado, vi a muchos excursionistas munidos de
bastones y mapas, listos para la aventura. ¿Se ve haciendo lo mismo? Me señala,
mitad esperanzado y mitad resignado, un estante cargado de libros de senderismo
y de mapas del servicio cartográfico británico. "Supongo que Lorna pensó
que emprenderíamos largas caminatas y esas cosas, pero lo cierto es que no
ocurrió. Más bien somos de sentarnos a comer torta de café con avellanas."
Por
supuesto que eso no es "todo" lo que hace. La mayor parte del tiempo
lo pasa escribiendo. Pero debo señalar que es conspicua su ausencia del debate
público, ya sea del lugar de escritor-comentarista ocupado por novelistas como
Ian McEwan, Martin Amis o Hilary Mantel. "Alguna vez lo hice, muy al
principio de mi carrera -responde-. Era el aniversario de una de las bombas
atómicas, y The Guardian me encargó un artículo sobre la relación entre la
bomba atómica y la literatura. Fue más o menos en 1983, cuando todavía
estábamos en la Guerra Fría y la gente estaba muy preocupada por las armas
nucleares." Sintió que debía hacerlo: su primera novela todavía no había
salido en edición de bolsillo y probablemente el diario le dedicara a su
artículo una página entera. "Me senté y pensé, bueno, no tengo una
posición fuerte tomada al respecto, pero mejor me pongo a pensar y escribo algo
como si en realidad tuviera posición tomada. Y así fue como se me ocurrió esa
idea de la pornografía de lo serio, o sea, que algunos escritores suelen
invocar temas graves, como el Holocausto y la bomba atómica, para dar seriedad
a relatos que de otro modo serían banales." Una idea bastante plausible, y
según Kazuo, su texto resultó bastante bien escrito. "Era algo que no me
obsesionaba en lo más mínimo, algo que ni siquiera me había planteado. Pero
quien lea ese artículo ahora pensaría que sí, que yo era un tipo que había
nacido en Nagasaki y que sentía que la cuestión nuclear había sido explotada
por quienes querían conferirle importancia, espuriamente, a textos de ficción que
de otro modo hubiesen sido totalmente banales."
Después
de esa experiencia -al contrario de lo que le ocurría cuando escribía ficción-
sintió que "si seguía haciendo eso, iba a perder noción de quién era yo en
realidad. Iba a convertirme en la suma total de las posiciones que adoptaba
para cumplir con esos textos por encargo". Decidió, en cambio, que su
tiempo estaría mejor invertido en escribir lo que en verdad le interesaba, y se
pasó los siguientes treinta años haciendo precisamente eso. "Me las arreglé
para conservar una relativa pureza. Me ciño a lo que realmente quiero
escribir", dice, aunque piensa que cada cual debe sentirse libre de
ventilar sus opiniones y que debe contar con plataformas para hacerlo. Sin
embargo, Kazuo siente que "ése no es mi trabajo. Yo escribo novelas. Trato
de escribir guiones de películas. Escribo canciones. Eso es todo lo que yo
puedo hacer".
FUENTE: LA NACION
Argentina
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