Martin
Page
"Lo que mata a un escritor es la
respetabilidad y la institucionalización"
Tras
la publicación de su primer libro en el país, el escritor francés conversó con
adncultura acerca de su disparatada novela La
apicultura según Samuel Beckett
En su personal retrato de Beckett, Page se propuso "recobrar a ese hombre de carne y hueso, visceral". Foto: AFP / Fred Tanneau
Para crear situaciones disparatadas,
el cine y la literatura suelen cada tanto colar un espíritu travieso en un
cuerpo ajeno. Haciendo caso omiso de los preámbulos espiritistas, en La
apicultura según Samuel Beckett, Martin Page (París, 1975) recurre a esta vieja
fórmula y fantasea con el diario de un fugaz asistente de Beckett que retrata
al escritor como nadie se hubiera atrevido a hacerlo. Lejos de ese hombre
austero, longilíneo y enfundado en un sobretodo negro; ese irlandés con perfil
de ave rapaz, mirada azul y corte de pelo fotogénico, que entendía de música,
ajedrez, y solía tomar generosas medidas de whisky con sus amigos -varios de
ellos, pintores-, el Beckett que imagina Page aparece como una suerte de
hipster. Pelilargo y barbudo, con amplias camisas hawaianas, bermudas y
alpargatas, el Beckett del autor de Comment je suis devenu stupide es fanático
del chocolate caliente, los sándwiches de pulpo y la miel de las colmenas que
tiene en el techo de su casa. Aunque parezca difícil de creer, el Beckett de
Page es también el autor de la obra de Beckett. Tanto es así que el diario del
asistente reporta un hecho verídico: la representación de Esperando a Godot
llevada a cabo por los presos de la cárcel de Kumla (Suecia) y su inesperada
fuga durante una breve tournée. La realidad, es sabido, resulta más extraña que
la ficción.
-¿Por
qué Beckett y no otro escritor?
-Porque
Beckett en Francia es como una divinidad para los ateos, algo bastante
paradójico. Pero lo paradójico pareciera ser la norma entre los seres humanos.
Para algunos es algo así como un santo de la literatura, una figura mitológica
muy fuerte. Lo que a mí me interesaba era "desmitologizar" a este
escritor, que aclaro que me gusta, o mitologizarlo de otro modo. En cualquier
caso, recobrar a ese hombre de carne y hueso, visceral y con un gran sentido
del humor; el mismo que, cuando era joven, escribió un texto literario sobre
Jean du Chas, un poeta francés completamente inventado por él.
-¿Nunca
sintió que corría el riesgo de matar al verdadero Beckett, al modificar tan
radicalmente su comportamiento y su apariencia?
-Los
grandes escritores lo resisten todo. Pienso que lo que mata a un escritor es la
respetabilidad y la institucionalización, y no el hecho de hacer de él un
personaje de ficción. Está claro que no escribí un libro contra Beckett, sino
uno a favor. Mi amor y afecto por él saltan a la vista. No se trata de un libro
irrespetuoso. Además, este Beckett es mi Beckett, es una interpretación. Cada
uno es libre de componer el suyo.
-El
costado divertido y generoso, así como la buena relación de Beckett con los
niños, están presentes en la biografía de James Knowlson, la de Anthony Cronin
y en los recuerdos de Anne Atik. ¿Nunca pensó en tomar prestados esos
testimonios para darle vida a su personaje, en lugar de imaginar un Beckett en
las antípodas del verdadero?
-Cuando
me puse a escribir el libro no había leído todavía la biografía de Knowlson ni
el libro de Atik. Los leí recién después de la primera publicación de mi libro
en Alemania. Y confirmaron mis intuiciones. No creo que mi Beckett esté en las
antípodas del verdadero. Por supuesto que exageré y hasta empujé al personaje
al límite de lo verosímil. Lo que pasa es que mi libro no es solamente un libro
sobre Beckett, o por lo menos no en primer lugar. Es más bien un libro sobre la
figura del escritor, sobre esa posición y condición tan particular, sobre la
notoriedad y la manera en que los artistas se manejan con la repercusión social
de su trabajo y de su personalidad.
-¿La
relación maestro-discípulo que se genera entre Beckett y su asistente corre en
paralelo con la que se establece entre los protagonistas de su libro Manuel
d'écriture et de survie?
-El
lazo entre los dos libros es fuerte. Manuel. es de algún modo una continuación
de La apicultura. Hace quince años que escribo y me publican, y tenía ganas de
analizar, comprender y transmitir mi experiencia. Estos dos libros son libros
de introspección acerca de la figura del artista, pero también deslizan pistas
para actuar en la vida. La gran pregunta es "¿cómo vivir?", y la gran
pregunta para un artista -un escritor es para mí un artista- sería "¿cómo
vivir y cómo vivir con lo que el público, la crítica y la fama hacen de
uno?"
-Cuando
los puntos de vista de Beckett y su asistente difieren, ¿con cuál se
identifica?
-Me
identifico con los dos. Un escritor puede jugar todos los roles. Pensar dos
cosas contradictorias, opuestas, es una de las grandes libertades que ofrece la
literatura. Este libro es también un diálogo conmigo mismo, me peleo conmigo,
debato conmigo.
-¿Cree
usted, como su Beckett, que todo archivo es una ficción construida por el
autor?
-Por
supuesto que sí. Las huellas se destruyen, se maquilla mucho, se ponen en
primer plano ciertas cosas y se ocultan otras. Todo archivo es una ficción,
pero esa ficción es también una fuente de verdad. Hay que analizarla como una
parte más de la obra del artista.
-¿Podría
explicar la idea del artista como "secuestrado", que esboza el
personaje del asistente?
-Hay
fuerzas sociales muy poderosas que buscan cooptar a los artistas, apresarlos
para neutralizarlos y neutralizar su libertad. Por ejemplo, lo que sucedió con
Bob Dylan. Su público y la crítica no vieron con buenos ojos los virajes que
fue dando a lo largo de su carrera. El trabajo del artista no tiene que
obedecer a las expectativas del público y la crítica, porque éstos, por lo
general, son conservadores, se forjaron una imagen del artista y pretenden que
éste se adecue a ella. Una vez muerto, el artista está indefenso, entonces
algunos se lo apropian y lo transforman en una divinidad, en un monumento, y se
lo reservan para ellos. En Francia, Beckett es un escritor leído por una
minoría. Es una lástima, porque tendría muchas cosas para decirles a muchos
lectores y espectadores. Lo que sucede es que la reputación de autor difícil
asusta. A mí mismo me llevó un tiempo acercarme a él.
-¿Cree
usted, como el Beckett de su novela, que en literatura el malentendido es la
norma?
-Por
supuesto que sí. ¿Pero acaso no sucede lo mismo en todas las relaciones
humanas? Seamos optimistas, el malentendido en literatura puede resultar
fructífero. Y además, entre dos malentendidos, cada tanto despunta alguna que
otra pepita de verdad.
-¿Recibió
algún comentario de familiares, amigos o herederos de Beckett acerca del libro?
-Sí,
recibí el comentario de su traductora al alemán, del responsable del círculo de
Amigos de Samuel Beckett y de un coreógrafo que lo conoció. A todos les gustó
el libro. No les resultó chocante. Pudieron disfrutarlo. También recibí una carta
con insultos de un universitario, que obviamente no lo había conocido a
Beckett.
-¿Se
habría animado a escribir el libro si Beckett estuviese vivo?
-No
es que no me hubiera animado, es que no lo habría ni siquiera pensado. Este
libro fue posible porque Beckett se transformó en una leyenda. Mi trabajo
consistía en entrar en conversación con una leyenda, y de paso contar que sus
manos eran cálidas y su risa, estrepitosa.
FUENTE: LA NACION
Argentina
No hay comentarios:
Publicar un comentario