martes, 5 de mayo de 2015

MARTÍN PAGE: La apicultura según Samuel Beckett.

Martin Page

"Lo que mata a un escritor es la respetabilidad y la institucionalización"


Tras la publicación de su primer libro en el país, el escritor francés conversó con adncultura acerca de su disparatada novela La apicultura según Samuel Beckett

 
En su personal retrato de Beckett, Page se propuso "recobrar a ese hombre de carne y hueso, visceral". Foto: AFP / Fred Tanneau
Para crear situaciones disparatadas, el cine y la literatura suelen cada tanto colar un espíritu travieso en un cuerpo ajeno. Haciendo caso omiso de los preámbulos espiritistas, en La apicultura según Samuel Beckett, Martin Page (París, 1975) recurre a esta vieja fórmula y fantasea con el diario de un fugaz asistente de Beckett que retrata al escritor como nadie se hubiera atrevido a hacerlo. Lejos de ese hombre austero, longilíneo y enfundado en un sobretodo negro; ese irlandés con perfil de ave rapaz, mirada azul y corte de pelo fotogénico, que entendía de música, ajedrez, y solía tomar generosas medidas de whisky con sus amigos -varios de ellos, pintores-, el Beckett que imagina Page aparece como una suerte de hipster. Pelilargo y barbudo, con amplias camisas hawaianas, bermudas y alpargatas, el Beckett del autor de Comment je suis devenu stupide es fanático del chocolate caliente, los sándwiches de pulpo y la miel de las colmenas que tiene en el techo de su casa. Aunque parezca difícil de creer, el Beckett de Page es también el autor de la obra de Beckett. Tanto es así que el diario del asistente reporta un hecho verídico: la representación de Esperando a Godot llevada a cabo por los presos de la cárcel de Kumla (Suecia) y su inesperada fuga durante una breve tournée. La realidad, es sabido, resulta más extraña que la ficción.
-¿Por qué Beckett y no otro escritor?
-Porque Beckett en Francia es como una divinidad para los ateos, algo bastante paradójico. Pero lo paradójico pareciera ser la norma entre los seres humanos. Para algunos es algo así como un santo de la literatura, una figura mitológica muy fuerte. Lo que a mí me interesaba era "desmitologizar" a este escritor, que aclaro que me gusta, o mitologizarlo de otro modo. En cualquier caso, recobrar a ese hombre de carne y hueso, visceral y con un gran sentido del humor; el mismo que, cuando era joven, escribió un texto literario sobre Jean du Chas, un poeta francés completamente inventado por él.
-¿Nunca sintió que corría el riesgo de matar al verdadero Beckett, al modificar tan radicalmente su comportamiento y su apariencia?
-Los grandes escritores lo resisten todo. Pienso que lo que mata a un escritor es la respetabilidad y la institucionalización, y no el hecho de hacer de él un personaje de ficción. Está claro que no escribí un libro contra Beckett, sino uno a favor. Mi amor y afecto por él saltan a la vista. No se trata de un libro irrespetuoso. Además, este Beckett es mi Beckett, es una interpretación. Cada uno es libre de componer el suyo.
-El costado divertido y generoso, así como la buena relación de Beckett con los niños, están presentes en la biografía de James Knowlson, la de Anthony Cronin y en los recuerdos de Anne Atik. ¿Nunca pensó en tomar prestados esos testimonios para darle vida a su personaje, en lugar de imaginar un Beckett en las antípodas del verdadero?
-Cuando me puse a escribir el libro no había leído todavía la biografía de Knowlson ni el libro de Atik. Los leí recién después de la primera publicación de mi libro en Alemania. Y confirmaron mis intuiciones. No creo que mi Beckett esté en las antípodas del verdadero. Por supuesto que exageré y hasta empujé al personaje al límite de lo verosímil. Lo que pasa es que mi libro no es solamente un libro sobre Beckett, o por lo menos no en primer lugar. Es más bien un libro sobre la figura del escritor, sobre esa posición y condición tan particular, sobre la notoriedad y la manera en que los artistas se manejan con la repercusión social de su trabajo y de su personalidad.
-¿La relación maestro-discípulo que se genera entre Beckett y su asistente corre en paralelo con la que se establece entre los protagonistas de su libro Manuel d'écriture et de survie?
-El lazo entre los dos libros es fuerte. Manuel. es de algún modo una continuación de La apicultura. Hace quince años que escribo y me publican, y tenía ganas de analizar, comprender y transmitir mi experiencia. Estos dos libros son libros de introspección acerca de la figura del artista, pero también deslizan pistas para actuar en la vida. La gran pregunta es "¿cómo vivir?", y la gran pregunta para un artista -un escritor es para mí un artista- sería "¿cómo vivir y cómo vivir con lo que el público, la crítica y la fama hacen de uno?"
-Cuando los puntos de vista de Beckett y su asistente difieren, ¿con cuál se identifica?
-Me identifico con los dos. Un escritor puede jugar todos los roles. Pensar dos cosas contradictorias, opuestas, es una de las grandes libertades que ofrece la literatura. Este libro es también un diálogo conmigo mismo, me peleo conmigo, debato conmigo.
-¿Cree usted, como su Beckett, que todo archivo es una ficción construida por el autor?
-Por supuesto que sí. Las huellas se destruyen, se maquilla mucho, se ponen en primer plano ciertas cosas y se ocultan otras. Todo archivo es una ficción, pero esa ficción es también una fuente de verdad. Hay que analizarla como una parte más de la obra del artista.
-¿Podría explicar la idea del artista como "secuestrado", que esboza el personaje del asistente?
-Hay fuerzas sociales muy poderosas que buscan cooptar a los artistas, apresarlos para neutralizarlos y neutralizar su libertad. Por ejemplo, lo que sucedió con Bob Dylan. Su público y la crítica no vieron con buenos ojos los virajes que fue dando a lo largo de su carrera. El trabajo del artista no tiene que obedecer a las expectativas del público y la crítica, porque éstos, por lo general, son conservadores, se forjaron una imagen del artista y pretenden que éste se adecue a ella. Una vez muerto, el artista está indefenso, entonces algunos se lo apropian y lo transforman en una divinidad, en un monumento, y se lo reservan para ellos. En Francia, Beckett es un escritor leído por una minoría. Es una lástima, porque tendría muchas cosas para decirles a muchos lectores y espectadores. Lo que sucede es que la reputación de autor difícil asusta. A mí mismo me llevó un tiempo acercarme a él.
-¿Cree usted, como el Beckett de su novela, que en literatura el malentendido es la norma?
-Por supuesto que sí. ¿Pero acaso no sucede lo mismo en todas las relaciones humanas? Seamos optimistas, el malentendido en literatura puede resultar fructífero. Y además, entre dos malentendidos, cada tanto despunta alguna que otra pepita de verdad.
-¿Recibió algún comentario de familiares, amigos o herederos de Beckett acerca del libro?
-Sí, recibí el comentario de su traductora al alemán, del responsable del círculo de Amigos de Samuel Beckett y de un coreógrafo que lo conoció. A todos les gustó el libro. No les resultó chocante. Pudieron disfrutarlo. También recibí una carta con insultos de un universitario, que obviamente no lo había conocido a Beckett.
-¿Se habría animado a escribir el libro si Beckett estuviese vivo?

-No es que no me hubiera animado, es que no lo habría ni siquiera pensado. Este libro fue posible porque Beckett se transformó en una leyenda. Mi trabajo consistía en entrar en conversación con una leyenda, y de paso contar que sus manos eran cálidas y su risa, estrepitosa.

FUENTE:             LA NACION
                                     Argentina


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