Rubén Figaredo y Antonio Íñiguez presentan sus nuevos
libros
Paula Roces, Antonio Íñiguez, Rubén Figaredo e Íñigo Noriega, antes de empezar la presentación. /
Estos dos escritores gijoneses nunca se habían visto en persona,
pero ayer presentaron juntos sus últimos libros. Les glosó el director de EL
COMERCIO, Íñigo Noriega, quien empezó diciendo que «en apariencia, nada en
común tienen estas obras», que a Antonio Íñiguez era la primera vez que lo veía
y que a Rubén Figaredo, colaborador de este diario, «lo conozco un poco más,
pero es imposible conocerlo del todo». Destacó después de 'Palabra de Norman
Roy', de Íñiguez, su capacidad para sintetizar en «reflexiones, más que
aforismos, grandes verdades que, por obvias, no dejan de serlo y dejan al
lector pensando un buen rato». Destacó algunas, como la que dice que «debemos
grandes amigos a nuestros defectos», quizás de modo premonitorio. O la que
asegura que «el hombre no se crea ni se transforma, solo se destruye». Sobre
'El auge de la decadencia', de Rubén Figaredo, dijo que, más allá de una
Historia del Arte al uso, se trata de «una descripción amplia de la sociedad
actual, a través del arte, vertiendo el autor en él sus experiencias vitales,
encajándolas en un magma que acaba dando forma a un ensayo».
Tomó Antonio Íñiguez el micrófono para cantar
a la amistad y a la palabra. «Escribo para comprender y para comprendeos», dijo
en varias ocasiones. Y explicó el porqué de lo breve de su literatura: «Con la
poesía, la máxima expresión de la palabra, no me atrevo. Pero como tenemos
prisa y buscamos respuestas rápidas, procuro dárselas al lector con las
palabras que él no consigue encontrar». Rubén Figaredo cantó a la libertad y al
amor, y advirtió que «presentar en un acto dos libros impresos sobre papel es
hoy en día un acto subversivo», para apuntar, entre otras muchas reflexiones,
que «el arte tiene un papel profético. Es capaz de adelantar acontecimientos
que después la Historia confirma».
A invitación de Paula Roces, que moderaba el
debate, fueron desgranando ideas hasta concluirse que lo que tenían en común
ambos escritores era que cantaban a «la vida con mayúsculas». Los dos con
pasión, «porque son personas que sin escribir no serían lo que son», apuntó
Noriega. La conversación se alargó por dos horas y media, y el público, medio
centenar de personas a las que Figaredo preguntó si estaban en el Antiguo
Instituto «porque fuera llueve», no fue capaz de aburrirse con la charla de
estos desconocidos que parecían amigos de toda la vida.
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