Ser un
genio, un
grandísimo creador, no implica ser una buena persona. La
historia está plagada de ejemplos de artistas que en su vida privada fueron
monstruosos o que en su dimensión política apoyaron ideologías atroces. Es el
caso de Charles-Edouard Jeanneret-Gris, más conocido como Le Corbusier. Ahora
que se cumplen 50 años de su muerte, a lo largo y ancho de Francia se suceden
las exposiciones y los homenajes dedicados a ese genial arquitecto, como por
ejemplo la importante muestra que el centro Pompidou de París le consagra y que
hoy abre sus puertas al público.
Pero Le Corbusier, de origen suizo
pero nacionalizado francés, tenía también un lado oscuro. Una faceta terrible
que hasta ahora había permanecido encerrada en algunos círculos intelectuales
de París y que ahora dos libros recién publicados en Francia están sacado a la
luz. A saber: era fascista, profundamente
antisemita y admiraba a Hitler. Hasta el punto de que soñaba con que
el Fuhrer pusiera orden en Europa y represaliase duramente a judíos y masones.
"Un personaje de sueños totalitarios, de un cinismo de cemento
armado", le define Xavier de Jarcy en su libro 'Le Corbusier, un fascista
francés'.
El aspecto más tenebroso de ese
arquitecto rompedor, padre de la arquitectura contemporánea y de la idea de que
la arquitectura debe de estar al servicio social del hombre medio, se reescribe
tanto en esa nueva biografía como en 'Un Corbusier', el libro que firma
François Chaslin. Nos enteramos así de que el genio tenía entre sus amigos más
queridos a Pierre Winter, líder del Partido Fascista Revolucionario, y a otros
personajes de la derechona francesa más reaccionaria. De hecho, Le Corbusier no
dudó en calificar las masivas manifestaciones antiparlamentarias que sacudieron
París el 6 de Febrero de 1934 y que habían sido organizada por grupos de
extrema derecha como "un
amanecer de la limpieza".
A favor del régimen de Vichy
Pero las
biografías de Le Corbusier también revelan cómo, a pesar de sus simpatías por
el fascismo en general y por Hitler en particular, estaba dispuesto a aparcar
convenientemente su ideología en busca de financiación para sus grandiosos
proyectos urbanísticos. Trató por ejemplo de que los apoyara Stalin, pero no
tuvo éxito. Y lo intentó asimismo con Mussolini, quien tampoco se dejó
convencer a pesar de los floridos elogios que le dedicó el arquitecto. "El
espectáculo que ahora mismo ofrece Italia y sus capacidades espirituales
anuncian el alba inminente del espíritu moderno", dejo escrito.
Pero, sobre todo, Le Corbusier se
definió en junio de 1940, cuando Francia se rindió a los nazis y el
padre de la arquitectura racionalista se precipitó a saludar con regocijo la
llegada de los alemanes. "El dinero, los judíos y los
masones: todos sufrirán ahora la justicia de la ley. Esos poderes vergonzosos
que dominaban todo serán desmantelados". Para culminar con esta otra
perla: "Hitler puede coronar su vida con una obra grandiosa: la
reorganización de Europa".
Su apoyo a los nazis y al régimen
colaboracionista de Vichy no fue sólo de palabra. A finales de 1940 viajó
precisamente a la localidad Vichy, donde se encontraba el cuartel general del
mariscal Pétain, el jefe de Estado de la Francia ocupada por los nazis. Poco
después, Le
Corbusier fue nombrado consejero de urbanismo del Gobierno colaboracionista.
Sin embargo sus proyectos no pasaron del papel, eran demasiado rompedores para los
gustos tradicionales y profundamente conservadores de alguien como Pétain.
Concluida la II Guerra Mundial, Le
Corbusier se esforzó por borrar las huellas de su ignominioso apoyo a Hitler y
al régimen de Vichy. Y lo consiguió. Celebrado por buena parte de la
intelectualidad y la izquierda francesa, logró
esconder bajo la alfombra su pasado y que
muchos de sus proyectos se hicieran realidad. Pero ahora, medio siglo después
de su muerte, dos libros ponen las cosas en su lugar.
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