lunes, 6 de abril de 2015

ANTHONY BURGUESS: "Sinfonía napoleónica"

Fabuloso fresco de Napoléon

 

Anthony Burgess construyó un relato irónico, rebosante de humor, pero basado en un profundo conocimiento de la historia


 
En su libro de entrevistas Visitando a Mrs. Nabokov y otras excursiones(Anagrama), Martin Amis relata un inolvidable encuentro con Anthony Burgess en Mónaco. Su perfil acaba con el siguiente párrafo: “Volvió a casa, recogió la cocina, limpió el salón, escribió dos críticas de libros, el tratamiento de una película y un concierto para flauta, acabó su columna de jardinería para el diarioPravda, dictó su página sobre surf al Sydney Morning Herald, probó una máquina de diálisis para luego contar la experiencia en EL PAÍS, antes de sentarse y ponerse a trabajar de verdad”. Me parece difícil encontrar una definición mejor de Burgess, un autor inabarcable, cuyos libros provocan una y otra vez la misma perplejidad: ¿cómo puede escribir con tanta solvencia sobre tantas cosas?
Conocido ante todo por La naranja mecánica, la fábula distópica sobre la ultraviolencia que Stanley Kubrick llevó al cine, Anthony Burgess (Manchester, 1917-Mónaco, 1993) es autor de más de 30 novelas, entre ellas algunas tan importantes como Poderes terrenales, el relato de un escritor al final de sus días a través del que recorre la historia del siglo XX y unas cuantas cosas más (desde el papado de Juan XXIII hasta lo que representa el éxito en literatura). Pero además era un articulista infatigable, un erudito lingüista (Jean-Jacques Annaud le fichó para escribir los diálogos de En busca del fuego, su película sobre la prehistoria) y un autor de notables ensayos literarios. Burgess era también católico, conservador y anarquista a la vez. Y, como bien señala Martin Amis, un compositor profesional.
La estructura de Sinfonía napoleónica, la novela que Acantilado acaba de rescatar en una traducción de Agustina Luengo, está basada en la Heroica de Beethoven. El libro es un fabuloso fresco de Napoleón y de su corte, lleno de personajes cargados de vida, empezando por el propio emperador. Burgess construyó un relato irónico, rebosante de humor, pero basado en un profundo conocimiento de la historia y en un insolente talento narrativo. La obra está dedicada a Stanley Kubrick, que quiso, pero nunca logró, dirigir una película sobre Napoleón. El cineasta era un perfeccionista enfermizo y el lector tiene la sensación de que Burgess también lo era, aunque no se le note: parece que su novela está escrita sin esfuerzo, quizás porque su narración nunca se detiene, avanza arrolladora en todo momento. Al terminar la lectura, sabiendo además que entre medias Burgess ha escrito una entrada para la Enciclopedia Británica sobre el indoeuropeo (y seguramente en indoeuropeo), uno se pregunta de nuevo: ¿cómo lo hará?


FUENTE:   EL PAÍS

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