Víctor Cáceres Lara, el ensayista
impecable
Como la mayoría de los
intelectuales hondureños, Víctor Cáceres Lara es un personaje polifacético.
Cuentista, poeta, historiador, político, parlamentario, diplomático y, para
efectos de esta conversación, ensayista de impecable estilo y magistral uso del
idioma. El ensayo se caracteriza entre otras cosas, por el enjuiciamiento
espontaneo de la realidad, en que el autor enfrenta, describe y analiza la
misma, usando sus propios recursos, sin recurrir al apoyo de citas de otros
autores – solo en casos excepcionales – porque quiere trasmitirnos su visión,
personal, particular y especifica. En Honduras el ensayo ha tenido muy buenos y
ejemplares cultivadores. En lo personal, creo que cuatro de los más importantes
que hemos tenido son Rafael Heliodoro Valle, en el ensayo historico “Cristóbal
de Olid”; Medardo Mejía – con su ejemplar “Capítulos Provisionales sobre
Paulino Valladares”—; Eliseo Pérez Cadalso, con “El Habitante de la Osa” y
Víctor Cáceres Lara, en el ensayo “Juan Ramón Molina”, tema de nuestra conversación
de esta mañana.
Cáceres Lara, tiene la prolijidad de Rafael Heliodoro Valle, el
detalle y la precisión puntual de los hechos y el amor por Honduras de Medardo
Mejía y la belleza, ordenada del lenguaje de Pérez Cadalso. Agrega – y es lo
que lo torna singular – la globalidad de sus enfoques, la descripción de los
entornos en los que se mueve el personaje analizado — en este caso Juan Ramón
Molina–, los efectos que estos tienen sobre su personalidad, la valoración de
su obra y la calificación ordenada de los resultados aportados a la literatura
nacional. El inicio del ensayo que comentamos, es un elogio a la tierra natal
de Molina. Dice Cáceres Lara “La tierra de Honduras, trigueña y generosa;
sufrida y esperanzada, ha dado al istmo valores sobresalientes que han sabido
destacarse en diversos campos de la actividad humana y proyectar su acción a
través de las edades, hasta alcanzar la inmortalidad, entre ellos Juan Ramón
Molina, gran señor del verso y de la prosa, estupendo poeta y notable
periodista, a quien toco en suerte descorrer en Honduras los cortinajes raídos
de una época literaria liquidada y abrir los ventanales para que entrara en
nuestra Patria la luz del Modernismo”. Todo, en lenguaje impecable, en un
estilo estético puro y con una precisión en la que no sobre una palabra; ni
flaquea una oración.
Desde aquí, sin avanzar más, podemos anticipar el curso de uno
de los mejores ensayos, escritos sobre la figura del mejor poeta de Honduras de
todos los tiempos: Juan Ramón Molina, por uno de los mejores ensayistas de
Honduras de todos los tiempos. En la cita anterior, Cáceres Lara confirma que
Honduras es una nación contributiva a la literatura en español, Molina es el
artífice máximo y el revolucionario que viene a torcerle el cuello al cisne,
desgarra los cortinajes del romanticismo, para abrirle paso al modernismo,
movimiento poético y literario que tiene el mérito de ser el primero que
viaja en sentido contrario de los carabelas de Colon: Desde América a España.
El escaso desarrollo económico de Honduras, las dificultades de su integración
interna, la intervención de los gobiernos vecinos en sus asuntos políticos
interiores – el mismo Molina muere exilado en el Salvador, a donde lo ha
arrojado la derrota del gobierno de Manuel Bonilla por las armas de Nicaragua y
su dictador José Santos Zelaya en 1907—la presencia de una cultura aldeana
sometida a la presencia dominante del exterior, la obediencia servil de las
generaciones de intelectuales hondureños sometidos al pensamiento ajeno y la
falta de proyección valiente, para dialogar y competir con los contemporáneos
del mundo español.
De la pluma de Víctor Cáceres Lara, extraemos un Molina que se
integra con dificultades a las enseñanzas de escuela escolástica irrespetuosa
de la dignidad humana, que choca con las costumbres de su época, que cuestiona
los valores de su tiempo; y que – sin quedarse en lamento lastimero o en el
complejo de victima que todavía nos hace silenciosos y poco propositivos como
nacionales de un país que tiene suficientes méritos para moverse en el
escenario mundial – propone alternativas, después de cuestionar aquello que nos
define como nación. Como dice Cáceres Lara, no le preocupa lo social – porque
no quiere caer, agregamos nosotros en los lamentos; o en el victimismo que
siempre ha caracterizado la conducta de los hondureños – se interesa por el
orden de la vida política y la cultura en general.
En la primera usa el periodismo como una herramienta de
proposiciones, cuestionamientos y propuestas. Y para la segunda, articula y
desarrolla una nueva visión estética que, por primera vez, coloca a Honduras
junto a las vanguardias poéticas. Tampoco, como nos lo recuerda Cáceres Lara
con su característica precision, rechaza la vida política — participa en cargos
públicos y forma parte de la intelectualidad que apoya a Bonilla, gobernante
que se distingue como nadie, en su estilo de rodearse de los más pulido y
nítido de la juventud—y no le hace mala cara a la confrontación partidaria; ni
al cuestionamiento de los gobernantes más cerriles e incivilizados. Su pelea
con Sierra, al cual pretende aconsejar en una acto público en que los
gobernantes nuestros quieren ser los primeros aunque no tienen méritos para
ello, es un ejemplo de arrogancia positiva – porque se basa en el talento y la
valentía personal–, de auto estima y de orgullo que debería ser un ejemplo para
que nuestras nuevas generaciones, templen su espíritu, defiendan su libertad y
forjen sus compromisos definitivos para su intervención en la vida política,
social y económica de Honduras.
Pero al adentrarnos al ensayo, Cáceres Lara nos ilumina con sus
juicios puntuales, oportunos y certeras valoraciones sobre la obra de Molina.
Nos muestra la calidad de su poesía, los valores de su prosa, su credo estético
y la oportunidad militante de su periodismo, sin caer en la exageración, el
cohete inútil o en el sentimentalismo nacionalista sin sentido. Dice y prueba
en forma contundente, que Molina era gran poeta. Afirma que era un hombre
culto, leído y con enorme capacidad reflexiva, que le hace producir una prosa
que no derrotan los tiempos. Y, psicológicamente, nos presenta a un hombre
huraño, desdeñoso y altivo, ansioso por beberse los vientos, apurado por hacer
cosas, como si estuviera seguro que su muerte estaba a la vuelta de la esquina.
“Por desgracia” dice Cáceres Lara, aunque Molina se aisló soberbiamente en su
cima, se envolvió en su nube y vio con menosprecio a los que el llamo genios
municipales, y aunque tuvo las alas del gran pájaro de rapiña – para decirlo en
sus propias palabras – tampoco tuvo el pico ni las garras que advirtió le
hicieron falta a (José Antonio) Domínguez. Se aisló en su cima y quizás se
sentó a esperar. Tuvo ímpetus soberbios, pero por instantes; el abatimiento
domino –en general—la mayor suma de momentos de su vida” (Juan Ramón Molina,
página 15).
Molina nos recuerda Cáceres Lara, murió joven, en El Salvador.
Allí dice, el extraordinario ensayistas que homenajeamos en esta oportunidad,
Juan Ramón Molina “sobrevivió en condiciones muy difíciles; fue víctima de la sordidez
de muchos de sus amigos y compañeros de letras, y agobiado por los problemas
económicos y las preocupaciones; víctima del frio del desaliento, volvió a
buscar los vapores alcohólicos y la insensibilidad física y emocional, hasta
reunirse con la muerte el 1º de noviembre de 1908, cuando llegaba apenas a los
33 años de edad”
Es obligado concluir con la valoración extraordinaria que hace
Cáceres Lara sobre Molina, al que califica “uno de los más representativos más
grandes del intelecto hondureño y el precursor en nuestro suelo de un
movimiento literario que más tarde dio brillo y lucimiento a nuestra
literatura”. Y le permitió a Cáceres Lara, mostrarnos en el ensayo que
comentamos, que él – Cáceres Lara – fue, ha sido y posiblemente lo será en los
siglos futuros, uno de los más completos ensayistas que ha producido nuestro
país. Igual que Molina Poeta es el mejor entre los poetas, Cáceres Lara es de
los primeros en el ensayo literario. Lo confirma este ensayo sobre Juan Ramón
Molina, en donde no falta una palabra, no sobra un juicio ni hace falta una
exacta valoración. Todo ello sin caer en el apasionamiento patriótico indebido,
el provincianismo disfrazado de nacionalismo o el juicio apresurado, sin base o
fundamento. Este ensayo es, ejemplar.
En el tienen las nuevas generaciones — que inevitablemente
tendrán que emitir juicios a favor de Honduras y de sus valores–, que aprender
cómo manejar el español con propiedad, diferenciar la paja del trigo, juzgar
los hechos y evaluar las personalidades con objetividad y aprender a construir
la escala patriótica, en la cual orgullosamente, tienen que verse los que
quieran que Honduras sea lo primero cuando hablemos, cuando estudiemos y cuando
trabajemos. Cáceres Lara es de los primeros que lo hicieron. Las nuevas generaciones
que son la esperanza de un mañana mejor, deben seguir los pasos de hombres
valiosos como Víctor Cáceres Lara. Ejemplo y bandera, maestro del buen decir,
artífice del juicio mesurado, hombre honrado; y, por ello, maestro de todos
nosotros. Mio y de ustedes, por supuesto.
FUENTE:
HONDURAS
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