martes, 28 de abril de 2015

VÍCTOR CÁCERES LARA: Personaje polifacético.

Víctor Cáceres Lara, el ensayista impecable



Víctor Cáceres Lara, el ensayista impecable

Como la mayoría de los intelectuales hondureños, Víctor Cáceres Lara es un personaje polifacético. Cuentista, poeta, historiador, político, parlamentario, diplomático y, para efectos de esta conversación, ensayista de impecable estilo y magistral uso del idioma. El ensayo se caracteriza entre otras cosas, por el enjuiciamiento espontaneo de la realidad, en que el autor enfrenta, describe y analiza la misma, usando sus propios recursos, sin recurrir al apoyo de citas de otros autores – solo en casos excepcionales – porque quiere trasmitirnos su visión, personal, particular y especifica. En Honduras el ensayo ha tenido muy buenos y ejemplares cultivadores. En lo personal, creo que cuatro de los más importantes que hemos tenido son Rafael Heliodoro Valle, en el ensayo historico “Cristóbal de Olid”; Medardo Mejía – con su ejemplar “Capítulos Provisionales sobre Paulino Valladares”—; Eliseo Pérez Cadalso, con “El Habitante de la Osa” y Víctor Cáceres Lara, en el ensayo “Juan Ramón Molina”, tema de nuestra conversación de esta mañana.
Cáceres Lara, tiene la prolijidad de Rafael Heliodoro Valle, el detalle y la precisión puntual de los hechos y el amor por Honduras de Medardo Mejía y la belleza, ordenada del lenguaje de Pérez Cadalso. Agrega – y es lo que lo torna singular – la globalidad de sus enfoques, la descripción de los entornos en los que se mueve el personaje analizado — en este caso Juan Ramón Molina–, los efectos que estos tienen sobre su personalidad, la valoración de su obra y la calificación ordenada de los resultados aportados a la literatura nacional. El inicio del ensayo que comentamos, es un elogio a la tierra natal de Molina. Dice Cáceres Lara “La tierra de Honduras, trigueña y generosa; sufrida y esperanzada, ha dado al istmo valores sobresalientes que han sabido destacarse en diversos campos de la actividad humana y proyectar su acción a través de las edades, hasta alcanzar la inmortalidad, entre ellos Juan Ramón Molina, gran señor del verso y de la prosa, estupendo poeta y notable periodista, a quien toco en suerte descorrer en Honduras los cortinajes raídos de una época literaria liquidada y abrir los ventanales para que entrara en nuestra Patria la luz del Modernismo”. Todo, en lenguaje impecable, en un estilo estético puro y con una precisión en la que no sobre una palabra; ni flaquea una oración.
Desde aquí, sin avanzar más, podemos anticipar el curso de uno de los mejores ensayos, escritos sobre la figura del mejor poeta de Honduras de todos los tiempos: Juan Ramón Molina, por uno de los mejores ensayistas de Honduras de todos los tiempos. En la cita anterior, Cáceres Lara confirma que Honduras es una nación contributiva a la literatura en español, Molina es el artífice máximo y el revolucionario que viene a torcerle el cuello al cisne, desgarra los cortinajes del romanticismo, para abrirle paso al modernismo, movimiento  poético y literario que tiene el mérito de ser el primero que viaja en sentido contrario de los carabelas de Colon: Desde América a España. El escaso desarrollo económico de Honduras, las dificultades de su integración interna, la intervención de los gobiernos vecinos en sus asuntos políticos interiores – el mismo Molina muere exilado en el Salvador, a donde lo ha arrojado la derrota del gobierno de Manuel Bonilla por las armas de Nicaragua y su dictador José Santos Zelaya en 1907—la presencia de una cultura aldeana sometida a la presencia dominante del exterior, la obediencia servil de las generaciones de intelectuales hondureños sometidos al pensamiento ajeno y la falta de proyección valiente, para dialogar y competir con los contemporáneos del mundo español.
De la pluma de Víctor Cáceres Lara, extraemos un Molina que se integra con dificultades a las enseñanzas de escuela escolástica irrespetuosa de la dignidad humana, que choca con las costumbres de su época, que cuestiona los valores de su tiempo; y que – sin quedarse en lamento lastimero o en el complejo de victima que todavía nos hace silenciosos y poco propositivos como nacionales de un  país que tiene suficientes méritos para moverse en el escenario mundial – propone alternativas, después de cuestionar aquello que nos define como nación. Como dice Cáceres Lara, no le preocupa lo social – porque no quiere caer, agregamos nosotros en los lamentos; o en el victimismo que siempre ha caracterizado la conducta de los hondureños – se interesa por el orden de la vida política y la cultura en general.
En la primera usa el periodismo como una herramienta de proposiciones, cuestionamientos y propuestas. Y para la segunda, articula y desarrolla una nueva visión estética que, por primera vez, coloca a Honduras junto a las vanguardias poéticas. Tampoco, como nos lo recuerda Cáceres Lara con su característica precision, rechaza la vida política — participa en cargos públicos y forma parte de la intelectualidad que apoya a Bonilla, gobernante que se distingue como nadie, en su estilo de rodearse de los más pulido y nítido de la juventud—y no le hace mala cara a la confrontación partidaria; ni al cuestionamiento de los gobernantes más cerriles e incivilizados. Su pelea con Sierra, al cual pretende aconsejar en una acto público en que los gobernantes nuestros quieren ser los primeros aunque no tienen méritos para ello, es un ejemplo de arrogancia positiva – porque se basa en el talento y la valentía personal–, de auto estima y de orgullo que debería ser un ejemplo para que nuestras nuevas generaciones, templen su espíritu, defiendan su libertad y forjen sus compromisos definitivos para su intervención en la vida política, social y económica de Honduras.
Pero al adentrarnos al ensayo, Cáceres Lara nos ilumina con sus juicios puntuales, oportunos y certeras valoraciones sobre la obra de Molina. Nos muestra la calidad de su poesía, los valores de su prosa, su credo estético y la oportunidad militante de su periodismo, sin caer en la exageración, el cohete inútil o en el sentimentalismo nacionalista sin sentido. Dice y prueba en forma contundente, que Molina era gran poeta. Afirma que era un hombre culto, leído y con enorme capacidad reflexiva, que le hace producir una prosa que no derrotan los tiempos. Y, psicológicamente, nos presenta a un hombre huraño, desdeñoso y altivo, ansioso por beberse los vientos, apurado por hacer cosas, como si estuviera seguro que su muerte estaba a la vuelta de la esquina. “Por desgracia” dice Cáceres Lara, aunque Molina se aisló soberbiamente en su cima, se envolvió en su nube y vio con menosprecio a los que el llamo genios municipales, y aunque tuvo las alas del gran pájaro de rapiña – para decirlo en sus propias palabras – tampoco tuvo el pico ni las garras que advirtió le hicieron falta a (José Antonio) Domínguez. Se aisló en su cima y quizás se sentó a esperar. Tuvo ímpetus soberbios, pero por instantes; el abatimiento domino –en general—la mayor suma de momentos de su vida” (Juan Ramón Molina, página 15).
Molina nos recuerda Cáceres Lara, murió joven, en El Salvador. Allí dice, el extraordinario ensayistas que homenajeamos en esta oportunidad, Juan Ramón Molina “sobrevivió en condiciones muy difíciles; fue víctima de la sordidez de muchos de sus amigos y compañeros de letras, y agobiado por los problemas económicos y las preocupaciones; víctima del frio del desaliento, volvió a buscar los vapores alcohólicos y la insensibilidad física y emocional, hasta reunirse con la muerte el 1º de noviembre de 1908, cuando llegaba apenas a los 33 años de edad”
Es obligado concluir con la valoración extraordinaria que hace Cáceres Lara sobre Molina, al que califica “uno de los más representativos más grandes del intelecto hondureño y el precursor en nuestro suelo de un movimiento literario que más tarde dio brillo y lucimiento a nuestra literatura”. Y le permitió a Cáceres Lara, mostrarnos en el ensayo que comentamos, que él – Cáceres Lara – fue, ha sido y posiblemente lo será en los siglos futuros, uno de los más completos ensayistas que ha producido nuestro país. Igual que Molina Poeta es el mejor entre los poetas, Cáceres Lara es de los primeros en el ensayo literario. Lo confirma este ensayo sobre Juan Ramón Molina, en donde no falta una palabra, no sobra un juicio ni hace falta una exacta valoración. Todo ello sin caer en el apasionamiento patriótico indebido, el provincianismo disfrazado de nacionalismo o el juicio apresurado, sin base o fundamento. Este ensayo es, ejemplar.

En el tienen las nuevas generaciones — que inevitablemente tendrán que emitir juicios a favor de Honduras y de sus valores–, que aprender cómo manejar el español con propiedad, diferenciar la paja del trigo, juzgar los hechos y evaluar las personalidades con objetividad y aprender a construir la escala patriótica, en la cual orgullosamente, tienen que verse los que quieran que Honduras sea lo primero cuando hablemos, cuando estudiemos y cuando trabajemos. Cáceres Lara es de los primeros que lo hicieron. Las nuevas generaciones que son la esperanza de un mañana mejor, deben seguir los pasos de hombres valiosos como Víctor Cáceres Lara. Ejemplo y bandera, maestro del buen decir, artífice del juicio mesurado, hombre honrado; y, por ello, maestro de todos nosotros. Mio y de ustedes, por supuesto.

FUENTE:    Diario La Tribuna Honduras
                                                                     HONDURAS

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