Ben Lerner: “No me
interesa el artificio diseñado para borrarse”
Situó su primera novela en Madrid y encandiló a la crítica
estadounidense. Con '10:04' el poeta vuelve a la carga para tensar los límites
del género
El poeta, novelista y crítico Ben Lerner en el atrio del Museo de Brooklyn. / TIM KNOX
Mientras observa la obra The Clock del
videoartista Christian Marclay, el escritor protagonista de la
novela 10:04 piensa
que se trata del "colapso último entre el tiempo ficticio y el tiempo
real, un trabajo diseñado para borrar la distancia entre arte y vida, entre
fantasía y realidad". No puede dejar de sacar su teléfono para mirar la
hora, aunque en la pantalla se proyecta la hora real. Y allí en la penumbra de
esa sala, acompañado por su amiga Alex —la misma que le ha pedido que done su
esperma para tener un hijo—, da con un plan para su próxima novela y en apenas
un par de párrafos despacha la cuestión: si cambia el nombre de algunas
personas, convierte su enfermedad cardiaca en un dolor de muelas y altera
algunas de las acciones y sucesos recientes de su vida, tendrá lista una
historia. Casi como si fuera la exposición de un caso práctico sobre cómo hacer
ficción, a continuación aparece ese relato de encargo. En la trama de la novela
acaba por colocarlo en la revista The New Yorker,
y lo cierto es que realmente apareció en junio de 2012 en las páginas de esa misma
publicación.
En el intrincado juego
de espejos y relojes que el poeta y novelista Ben Lerner (Kansas,
1979) desarrolla en las páginas de su segundo libro, hay espacio para el humor,
para la poesía, para el arte; hay un activista de Occupy Wall
Street, un dinosaurio que a pesar de su sólida estructura ósea
expuesta en el atrio de un museo resulta ser una construcción inventada, un
adelanto millonario, una cooperativa de comida ecológica y dos tormentas que
acechan Nueva York (una que quedó en falsa alarma y otra que convirtió la mitad
sur de Manhattan en territorio apocalíptico), entre otras cosas.
Extracto de la pieza 'The Clock' del artista Christian Marclay.
Saliendo de la estación de Atocha fue la primera novela de Lerner, una
sorpresa editorial publicada por un pequeño sello independiente, Coffee House Press,
que encandiló a la crítica y le situó como uno de los nombres imprescindibles
de la literatura joven estadounidense. Con 10:04 qeudó finalista del Premio Folio, dejó
de lado a su primer irónico e inmaduro protagonista y cambió el paisaje de
aquel Madrid para extranjeros por Brooklyn. Quizá por eso al arrancar esta
entrevista una tarde de finales de enero en un café próximo a su casa, Lerner
aclara que en Madrid vivía prácticamente recluido y que los personajes eran
inventados —"el apartamento sí existía, y también adoro ese cuadro de Van der Weyden en el Prado"—. El Descendimiento,
frente al que ese joven poeta trataba de llorar y se preguntaba por lo que
significa "una verdadera experiencia artística", deja paso en el
nuevo libro al cuadro de Lepage de Juana de Arco,
al delicado espacio que se escurre entre sus dedos. Los tiempos y relojes
(biológicos, económicos, climáticos) se confunden en una novela que trata de
reflexionar sobre el futuro frágil, dudoso y cotidiano. A lo largo de dos horas
de conversación, Lerner nunca mira la hora.
Con más de 1,80 metro de
estatura y un aire entre tímido y desgarbado, este joven profesor de Brooklyn
College y de Princeton no renuncia a su vocación poética. Ahí se encuentra el
germen de sus dos novelas. Si en la primera John Ashberry ocupaba un lugar central, en la
segunda este espacio lo conquista Walt Whitman: del
sentimiento personal de dislocación a la perspectiva colectiva e idealista.
"La relación entre estética, política y filosofía es un tema central de
reflexión en la poesía de Lerner", apunta Ezequiel Zaidenwerg en la introducción a Elegías Doppler (Kriller71), la recién aparecida
antología poética en castellano.
Quería ser explícito en la manera en que
una experiencia real puede ser transformada en ficción y cómo la ficción puede
afectar nuestras vidas de forma terrible o maravillosa
Ben Lerner
PREGUNTA. 10:04 se abre con una escena
entre el protagonista y su agente en la que explica claramente el propósito que
dirige el libro. ¿Es una referencia clásica ese desvelar la trama, casi como en
un cuento infantil?
RESPUESTA. Hay muchas novelas en las que se cuenta el argumento al
principio, para luego poder concentrarse en otra cosa. Una de mis escenas
favoritas está en El idiota,
de Dostoievski. El príncipe sabe que va a romper este vaso en una fiesta, los
demás lo saben, el lector también, y el reto es cómo hacer que aun así sea
interesante. Mucha gente ha pensado que en mi libro esto era un truco
posmoderno, pero no lo es. Otra cosa es que ese arranque aparece dos veces,
porque quería empezar con un presente y que la novela tuviera que lograr volver
ahí, regresar al futuro del libro.
P. ¿Descubrir el truco
de la ficción aumenta la magia?
R. Mucha de la literatura de ficción que no me gusta pretende no
ser un libro, trata de absorberte y transportarte a otro mundo y se supone que
tienes que olvidar que estás leyendo, y que eso te tranquiliza. Yo quiero que
el lector ponga a prueba si la construcción de esta novela le parece real o
correcta, y que nunca olvide que es un libro. No me interesa el artificio que
está diseñado para borrarse. Quiero que el lector y el escritor piensen sobre
la manera en que el significado está siendo construido. 10:04 trata sobre los efectos reales de la
ficción o la manera en que la realidad está organizada en torno a ella. Así que
el drama sobre cómo se escribe el propio libro es una manera de reflexionar
sobre cómo se construyen y deconstruyen las realidades.
'Juana de Arco' (1879), de Jules Bastien–Lepage. / METROPOLITAN MUSEUM
P. La estructura tiene
algo de muñeca rusa. ¿Cómo la fue ensartando?
R. Escribí la historia
de The New Yorker primero, antes de tener ningún plan, y
un poema que también aparece en 10:04. Luego el marco
alrededor fue creciendo. Me interesa mucho cómo una novela puede asimilar otras
obras de arte como pinturas o versos.
P. El narrador adelanta
en el arranque que va a tratar de moverse desde la ironía hacia la sinceridad.
¿Es 10:04 una exploración de la vulnerabilidad?
R. Mi primera novela tenía que ver con la fragilidad de las
ficciones que contamos sobre nosotros mismos y la vulnerabilidad de un joven
artista que intenta entender cómo proyectar una identidad. 10:04también
habla de la vulnerabilidad, de las ciudades, del clima y de la identidad, pero
está interesada en los destellos de la posibilidad que surgen al comprender que
el mundo está organizado en torno a ficciones que pueden ser reescritas. Ya no
se trata únicamente de un abismo que se abre frente a ti, sino que aborda una
dimensión social. Es un movimiento desde la vulnerabilidad entendida como algo
individual hacia algo que compartimos todos: cómo las ficciones que contamos
sobre el mundo son vulnerables, y cómo eso es bueno y malo.
P. Cuando mira la obra
de Marclay, el narrador piensa en el destello utópico de la ficción. ¿Esa
utopía es lo que permite que todo cuadre en un libro?
R. Se trata de pensar en la ficción no como un género literario,
sino como una palabra que describe la manera en que ordenamos nuestra
experiencia de lo real. El binomio no es entre ficción y realidad. Y esto puede
dar miedo, pero también abre una posibilidad. Las historias en esta novela
tienen que ver con gente que se da cuenta de que una parte fundamental de su
vida es ficción; así que lo que experimentamos como inevitable y real es hasta
cierto punto provisional. No se trata de que nunca puedas llegar a la realidad
porque todo es lenguaje, sino de entender que vivimos a través de narraciones.
P. ¿El juego consiste en
ver cuántos materiales se pueden incluir en una novela sin que las bolas
caigan?
R. La novela como género siempre ha sostenido esa tensión entre algo
con forma y algo sin ella. Ese es un gran drama de la novela y de nuestras
vidas: tratar de entender la relación entre contingencia y necesidad, qué es
información azarosa y qué necesaria. Es una línea delgada.
P. ¿Por qué incluye
fotos y dibujos en sus libros?
R. Me interesa mucho
cómo en una cultura tan saturada de imágenes como la nuestra la novela se
convierte en un espacio para contextualizar y recontextualizarlas.
P. El protagonista
reflexiona sobre la distancia entre lo físico y lo metafísico, pero 10:04 está situada en un
tiempo y un espacio muy específicos. ¿Por qué?
R. Porque lo que una novela puede hacer es dar al pensamiento y al
sentimiento una presencia concreta, corpórea, intensa. 10:04 trata sobre la interacción entre lo
social y lo sensorial. ¿Qué se siente estando vivo hoy y qué se siente frente a
una determinada obra de arte? Si escribes como crítico estás forzado a dar por
supuesto que todo el mundo va a mirar esa obra de la misma manera. En una
novela puedes dramatizar la interacción con el arte y describir todo eso que
normalmente está entre paréntesis o se omite —desde la droga que ha tomado el
narrador hasta de quién está enamorado o lo que piensa—. Es esa idea de John Berger de que las contradicciones del
presente, políticas y sociales, aunque son profundas también se muestran en la
superficie.
P. ¿Ese anclaje de la
trama es lo que permite que la novela salte?
R. Sí. Pasa lo mismo con un poema. La literatura es una palabra
para describir la interacción entre las posibilidades líricas del idioma y las
analíticas. Creo que cuanto más corpóreo y situado esté el trabajo, más
posibilidades habrá de que las ideas emerjan, será más posible trascender lo
meramente físico.
y describir todo
eso que en una crítica queda en los márgenes
Ben Lerner
P. En 10:04 Alex pregunta al
escritor protagonista si ella también va a acabar en la novela. La cuestión
sobre qué es real y qué inventado ha fascinado a muchos de sus lectores. ¿Este
libro es la respuesta a ese constante interrogante que parece perseguirle?
R. Este libro tiene tanto que ver con cómo la ficción se ha
transformado en datos, y las historias que inventas tienen efectos reales, y la
manera en que puedes descubrir que lo que pensabas que era verdad es ficción.
Quería tratar esto de forma explícita. Es un tema tradicional y muy recurrente
en la novela desde Don Quijote. Quería pensar
en esa frontera cambiante entre realidad y ficción como un espacio de
posibilidad social, y no como si esto fuera un motivo para desconfiar de todo.
Quería ser explícito en la manera en que una experiencia real puede ser
transformada en ficción y cómo la ficción puede afectar nuestras vidas de forma
terrible o maravillosa. Toda novela tiene algo de reflexión sobre estos temas,
pero no imagino volver a hacer esto de forma tan clara. Es raro porque hay
mucho en este libro que soy yo e historias de mi vida, y otro mucho no soy yo
en absoluto. La cosa más difícil de explicar es que esta cuestión que aborda el
libro —esa pregunta de qué es real y qué es ficción— quería que estuviera viva
en las páginas, pero no me interesa fuera de ellas. 10:04 es una defensa de la ficción y de la
forma literaria.
P. ¿ En qué trabaja
ahora?
En un ensayo sobre por
qué la gente odia la poesía y por qué es una forma de arte que ha sido
denunciada y defendida desde Platón hasta hoy. No deja a nadie indiferente.
Arranco con ese verso de Marianne Moore: "A mí tampoco me gusta pero si lo
lees con un perfecto desprecio puedes encontrar un espacio para lo
genuino". La poesía está muy relacionada con el fracaso. Hay un cierto mérito
en escribir un poema tan malo que te permite intuir cómo sería el opuesto.
FUENTE: EL PAÍS
No hay comentarios:
Publicar un comentario