Joachim Meyerhoff: «Fue genial tener otro mundo además
del mundo 'normal'»
Joachim Meyerhoff. /
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El autor alemán revive su infancia en un hospital psiquiátrico en 'Que todo
sea como nunca fue', segunda novela de su trilogía autobiográfica
Era un bebé cuando llegó a aquella casa ubicada dentro del Hospital
Psiquiátrico de Hesterberg. Su padre, psiquiatra infantil y juvenil, fue
nombrado director de la institución y toda la familia se mudó a la villa destinada
para ellos dentro del recinto. «Lo primero que recuerdo son los gritos de los
pacientes que rugían alrededor de nuestra casa por las noches», cuenta Joachim
Meyerhoff, el actor y escritor alemán que acaba de publicar 'Que todo sea como
nunca fue' (Seix Barral).
Se trata de la segunda novela de su
trilogía autobiográfica -la primera es 'América'- y comenzó a escribirla hace
unos años, cuando se dio cuenta de que quizás su pasado sí tenía algo de
particular. «Hasta ahora no había reparado en que haber crecido en un hospital
psiquiátrico fuera especial, pero cuando comencé a pensar en ello me sentí
abrumado por la experiencia», afirma. Con una mezcla de humor y dolor, esta
novela locamente divertida y locamente conmovedora , como a Meyerhoff le gustan
las historias, ha logrado convertirse en el 'bestseller' sorpresa en Alemania.
-¿Cómo recuerda su infancia en aquella
clínica psiquiátrica?
-Agitada, pero también repleta de
episodios muy divertidos. Crecí en una casa ubicada en un gran terreno donde no
solo estaba el psiquiátrico, también una escuela de jardinería, huertos, salas.
Conocía al personal y también a muchos de los pacientes, ¡había más de 1.500! Y
aunque es verdad que era un lugar en el que se daban cita muchos destinos
terribles, yo de niño rara vez me sentí angustiado o asustado. Estaba
mágicamente atraído por todo aquello. Quizás por eso lo que puede parecer
extraordinario para mí era lo normal.
-¿Tenía amigos entre los pacientes?
-Sí, muchos. 'El campanero', un gigante
que me llevaba sobre sus hombros. Era una sensación sublime estar sentado allí
arriba. ¡Y qué gran vista! Ferdinand, el autista que dibujó cientos de gatos
para mí y que era un fantástico inventor de mundos imaginarios. Konrad, un niño
con una discapacidad espástica que tenía una bicicleta con tres ruedas
especialmente hecha para él y que me llevaba sentado en el manillar. Marlene,
una gran chica suicida de la que me enamoré un poco. Eran muchos los amigos.
-¿Sentían curiosidad sus otros amigos, los
de la escuela, por ese otro mundo?
-Sí, estaban fascinados con él y siempre
querían venir a verme. Podíamos viajar en los camiones en los que se traía la
comida, teníamos las llaves del gimnasio. y también les interesaba hablar con
los pacientes. Era un lugar muy emocionante y con una energía tremenda.
-¿Alguna vez se sintió un niño diferente?
-Creo que no. O tal vez lo hice. No lo sé.
De pequeño tenía grandes dificultades para concentrarme y a veces me cogía unos
terribles berrinches. Por supuesto, y al contrario que fuera, esto no era un
problema dentro del psiquiátrico. Para ser honesto, durante mucho tiempo no
tuve la sensación de que yo estuviera más sano de lo que lo estaban los
pacientes. Mi criterio para discernir lo que se definía como normal de lo que
no lo era se disolvió bastante pronto. Ahora creo que nuestra idea de locura es
algo muy vago.
-Durante esos años, ¿qué fue lo mejor?
-Fue genial tener otro mundo además del
llamado mundo 'normal'. Vivir allí fue mil veces más interesante que ir a la
escuela. Por supuesto que también vi muchas cosas terribles, pero aún me
sorprendo al pensar que en ningún momento sentí estar realmente en peligro.
-Su experiencia, ¿ha cambiado su
mentalidad, su perspectiva de la vida?
-Así es. No me gusta que la vida sea como
un perro entrenado, sino intensa y hasta que sobrepase los límites de lo que se
considera apropiado. Aquellos pacientes que conocí pocas veces se comportaban
sin entusiasmo, no disimulaban, eran maravillosamente expresivos. Con esto no
quiero idealizar aquello, pero creo que por nuestro propio bien sería necesario
que empatizáramos más con los débiles, con los que necesitan ayuda. Se puede
aprender mucho con ellos.
-En la novela usted escribe «inventar es
recordar».
-Me permito inventarme las cosas cuando la
memoria falla, porque una invención puede acercarse más a la verdad que la
investigación más concienzuda. La mayoría de las cosas sucedieron exactamente
como las cuento, pero hay muchas maneras de recordar. Hay recuerdos ligados a
una atmósfera, recuerdos de acontecimientos precisos, intuiciones de estados
internos de la mente... Mis recuerdos son a menudo caóticos y disfruto
haciéndoles cobrar vida con diferentes métodos. Inventar es uno de ellos.
-Esta novela es la segunda de su trilogía
autobiográfica, o 'de recuerdos' mejor por lo que acaba de decir. Ahora que
está escribiendo la tercera, ¿podría adelantar algo?
-Se ocupará de aquel tiempo que pasé en la
escuela de teatro y en el que viví con mis abuelos en Múnich. Con mi abuela,
también actriz, una señora fantástica y una diva teatral real. Y con mi abuelo,
que era filósofo. Una época muy peculiar. Tanto ésta como las anteriores están
ambientadas en un mundo especial y en todas conjugo la risa y el dolor, me gusta
que un libro sea locamente divertido y locamente conmovedor, es una tarea
difícil, pero es que mi vida es así también.
FUENTE: LA RIOJA. com
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