Francisco Umbral, la
escritura continua
¿Por
qué motivos alguien se hace escritor? ¿Qué queda en el autor anciano del estilo
forjado en sus inicios?
Francisco Umbral se mira en el espejo después de la concesión del premio Cervantes, en 2000. / RAÚL CANCIO
¿Por qué motivos alguien
se hace escritor? ¿Qué queda en el autor anciano del estilo forjado en sus
inicios?. Dos libros
que recogen artículos de Francisco Umbral, Diario
de un noctámbulo y El
tiempo reversible, incitan a esta reflexión.
El primero de los
volúmenes recoge las colaboraciones del escritor en La Voz de León entre 1958 y 1961. Se ordenan en tres
grupos de los que el más interesante corresponde a intervenciones nocturnas,
estructuralmente cerradas por un saludo inicial que se repite como despedida.
En cada ocasión Umbral elige un tipo humano tópico (el joven, el noctámbulo, el
amigo, la colegiala…), una indicación temporal común (junio, estío, domingo…),
un sentimiento (la tristeza, el amor, la soledad…) para, aceptando inicialmente
el tópico, destruirlo o, incluso, invertirlo a lo largo de la página. Esa
actitud irónica y rompedora se mantendrá en toda su obra, también su obsesión
por el artículo bien estructurado.
Algunas de las
colaboraciones son absolutamente memorables y es de agradecer que se
hayan recogido, conducen hacia las
grandes novelas poemáticas del autor, porque suelen mostrar un tono levemente
sentimental y conmovedor. Así las dedicadas a un teórico enemigo, al héroe, al
carpintero, o el extraordinario “Buenas noches, suicida” que, si en el inicio observa
ser “de un macabro humorismo, de una patética cortesía el que yo te dé ahora
las buenas noches, en ésta que has elegido para morir”, concluye afirmando
(mientras juega con las repeticiones): “Te llevaré a casa borracho de tu
muerte, borrachos los dos y convencidos de que hay que suicidarse. Convencidos,
pero vivos, ruidosamente vivos, maravillosamente vivos”. Porque, sin dejar de
referirse a la dureza e injusticia de la vida social, la obra de Umbral es
siempre un canto a la vida, tal vez literariamente vivida, pero vida y luz de
la inteligencia.
No dejamos de encontrar
pequeñas confesiones que corresponden a una época previa a la posterior
construcción del personaje literario noctámbulo, bebedor, marginal y mujeriego
que expresaría siempre en primera persona. Asegura que “todo es muy hermoso”;
recuerda los tiempos de la bohemia “sin haberlos vivido”; se considera de
aquellos a quienes “todo se nos sube a la cabeza. El vino, las mujeres, el
dinero, la literatura; todo se nos sube; por eso nunca probamos de nada”; y se
confiesa tímido pese a su presunción: “Nadie sabe el dolor que le cuesta al
dulce tímido freudiano que llevamos dentro esta facundia vocinglera y
fanfarrona”. Escribe una prosa lírica absolutamente cuajada, con
imágenes fulgurantes y asertos de una lucidez que sobrecoge. Esos juicios son
muchas veces de referencia moral (“La calle está llena de peligros, …de
carteristas de la dignidad”), otras literaria y perviven por su agudeza (“La
literatura viajera no era más que costumbrismo”).
También, aquí y allá,
tropezamos con constantes de su obra, como las “muchachas en flor” proustianas,
el cainismo o unas sorprendentes frases, germen de El
hijo de Greta Garbo: “El cine es una extraña e insospechada madre
colectiva y científica que acoge en sí cada crepúsculo a infinidad de
hombres-niños que buscan con freudiana subconsciencia una negrura amparadora en
que dormir y soñar. El halda enlutada de la madre narradora es el precedente de
esta oscuridad cinematográfica en la vida de cada hombre”. El libro permite
comprobar cómo Umbral va construyendo una vida literaria que se superpone a la
suya real.
Su obra exigía un nombre
ficticio, que situase en el umbral de la personalidad impostada, aquella que ya
se nos muestra totalmente construida en los artículos antologados en El
tiempo reversible, que publicase
en los diarios EL PAÍS y El
mundo, con sus series “Diario de un snob”, “Spleen de Madrid” y
“Los placeres y los días”. Si los textos poéticos mantienen su frescura y su
fuerza, los políticos resultan hoy algo reiterativos y, sobre todo, muestran lo
que de caduco tiene el escrito ligado a una actualidad inmediata. Los nombres
caen en el olvido y la fórmula retórica resulta demasiado evidente, aunque
mantiene siempre la capacidad prodigiosa de relación que hace de los artículos
de Umbral un riquísimo camino de sorpresas.
Puede lamentarse que ni
Isabel Martínez Alonso, que cuida Diario de un noctámbulo,
ni Antonio Lucas, que parece responsable de El tiempo reversible,
expliquen los criterios de selección y ordenación de los artículos. En el
primer libro, no se sabe cómo se hicieron públicos (a qué hora, en qué
programas se integraron…), si fue el propio Umbral quien los coleccionara y
anotase. Ignoramos, también, si se conservan más textos de esa época inicial.
Dado su estilo tan depurado, su prosa tan elegante, resulta imposible que
fuesen sus primeras colaboraciones. En el segundo volumen echamos de menos los
artículos de tema literario, que temática y estilísticamente están entre lo
mejor de la crítica española contemporánea, sin perder un ápice de actualidad.
Ambos volúmenes, sin embargo, resultan imprescindibles para enfrentar la
escritura inicial y final, con constantes y diferencias, de uno de los grandes
prosistas modernos.
FUENTE: EL PAÍS
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