“Francia no acepta su
multiculturalidad”
En Arab Jazz, Karim
Miské relata un crimen en un barrio de París sobre un fondo de
neofundamentalismo religioso
Karim Miské, en el restaurante senegalés de París donde escribe y organiza sesiones de lectura. / ÉRIC HADJ
Karim Miské (Abiyán,
1964) escribe dejando pasar largos periodos de tiempo entre lectura y lectura.
Cada vez que retoma su texto, se pone a reescribirlo desde el principio. En
esos lapsos, que a veces alcanzan hasta seis o siete meses, la vida logra infiltrarse
entre sus líneas. En esta mañana de primavera todavía discreta, el escritor y
realizador abre la puerta de Pitch Me, el restaurante senegalés que regenta en
la parte baja del barrio parisiense de Belleville, donde pasa algunas mañanas escribiendo y algunas noches
organizando sesiones de lectura para escritores aficionados. Nos encontramos en
la frontera del distrito 19, uno de los más multiculturales de la sociedad
francesa, en el que magrebíes, judíos, subsaharianos y asiáticos cohabitan con
relativo pacifismo en las escasas hectáreas de esta jungla de asfalto. “En
general, la convivencia funciona muy bien. Judíos y musulmanes vienen del mismo
lugar del mundo, tienen apellidos parecidos y se parecen físicamente”, sostiene
Miské. “Sus reproches son constantes, pero lo mismo sucede en cualquier
familia”.
Solo existe un puñado de
excepciones a esa regla. En su novela Arab Jazz (recién traducida por la editorial
Adriana Hidalgo), ganadora del Gran Premio de la
Literatura Policiaca en Francia, Miské construye un relato negro impregnado de
aromas y texturas locales. Arranca con el brutal asesinato de una joven
azafata, que obligará a dos agudos policías y a un vecino algo neurasténico
—Ahmed, alter ego del
autor, “o más bien un replicante”, según apunta
el interesado— a emprender su propia investigación para dilucidar qué sucedió.
No tardará en conducirles hacia una red de grupúsculos de corte
neofundamentalista vinculados al tráfico de una nueva droga sintética llamada
Godzwill.
Para el autor, el género
negro se adecuaba perfectamente a la descripción de la cotidianidad del barrio.
“La novela negra debe estar conectada con la realidad social. Así ha sido desde
clásicos como Hammett y Chandler”, opina Miské, que también ubica a Proust y
Dos Passos —“Manhattan Transfer me enseñó a escribir”, jura el
escritor— en su panteón personal.
“Cuando descubrí el género policiaco, entendí cómo era la realidad que me
escondían mis padres. Ellos eran izquierdistas que creían en las tesis de
Rousseau sobre la bondad. La novela negra me enseñó que en el mundo había gente
malvada, traición, adulterio y crimen”, bromea. Su padre es un reputado
diplomático mauritano de religión musulmana. Su madre, una francesa maoísta. Se
divorciaron cuando era pequeño y creció rodeado de la familia de esta última,
“franceses ateos, pero de cultura cristiana”. Siempre se supo diferente, aunque
sin entender exactamente por qué. A los 15 años viajó por primera vez al país
de sus ancestros paternos y entendió lo que significaba tener origen musulmán.
Buena parte de lo que ha hecho desde entonces es interrogarse sobre el estatus
de sus semejantes en las sociedades europeas.
Antes de convertirse en
escritor, Miské pasó más de dos décadas dirigiendo documentales para la
televisión, a menudo sobre la cuestión religiosa en la sociedad francesa,
oficialmente laica y aconfesional desde 1905, pero enfrentada a múltiples
tumultos identitarios desde entonces. Uno de sus proyectos, Born
Again, abordaba el fenómeno del neofundamentalismo cristiano, judío
y musulmán. Pasó meses entrevistando a sus adeptos y procurando entender sus
motivos. “Me interesaba transmitir que, en el fondo, los tres grupos eran
iguales. En sus historias aparecen las mismas creencias y los mismos dioses y
profetas. Es como si Disney y Dreamworks hicieran una película
sobre la misma historia y luego
pasaran siglos peleándose para ver cuál es más veraz”, ironiza.
Al terminar el proyecto
regresó a su casa, ubicada por entonces en ese distrito 19. “Empecé a ver a mi
alrededor lo mismo que había descrito en el documental. Quise contar con un
punto de vista subjetivo lo que la película narraba con neutralidad
benevolente”, recuerda. Así nació Arab Jazz, donde judíos
jasídicos, musulmanes integristas y testigos de Jehová forman parte del mismo
entramado social. “Si no siempre los vemos como iguales es porque solemos ser
más tolerantes con los extremistas de nuestro propio campo. Los cristianos,
pero también los ateos de cultura cristiana, suelen ser más críticos con los
islamistas que con los evangelistas estadounidenses. Y viceversa: el mundo
musulmán también minimiza y a veces hasta tolera su propio extremismo”.
En enero, el
atentado contra Charlie Hebdo vino seguido de un reflejo aparente de comunión social
que a Miské le deja frío. “Me parece una impostura. Pero lo que sucedió ha
tenido un efecto positivo. Hoy se habla más abiertamente de la imposibilidad de
mi país para aceptar lo que es: una sociedad multicultural, con distintas
maneras de vivir la religión y el laicismo. Los poderes públicos pretenden
imponer una sola forma, lo que es contrario a la democracia”, opina.
No ha leído Sumisión,
el libro incendiario de Michel Houellebecq que plantea una invasión musulmana
en la Francia de 2022, pero sí tiene una opinión sobre su impresionante éxito.
“Hoy día, los sometidos son más bien los musulmanes y no los otros grupos. En
las sociedades poscoloniales como la nuestra ocupan una posición inferior. La
realidad objetiva es que no están como para someter a nadie”, rebate. “Para que
esta sociedad funcione, los principios republicanos —liberté, égalité, fraternité—
tendrían que ser igual de fuertes que los valores religiosos a los que
sustituyeron. Y no es así, puesto que hay ciudadanos que se sienten menos
franceses que los demás”. Para Miské, el supuesto universalismo de los valores
franceses pone trabas a una convivencia pacífica. “Nosotros, los occidentales,
creemos estar por encima de los demás por ser portadores de valores
universales. Y ahí es donde nos hallamos en un callejón sin salida a nivel
intelectual”. •
FUENTE: EL PAÍS
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